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Dioses Japoneses: La Influencia del Hinduismo en el Lejano Oriente


Desde tiempos inmemoriales, Oriente ha sido un océano espiritual en donde las corrientes de distintas tradiciones se encuentran, dialogan y alquimizan. En ese vasto y sagrado escenario, Japón ocupa un lugar singular: una tierra en donde lo divino se manifiesta en cada montaña, en cada isla y en cada soplo del viento. Allí, el sintoísmo, el culto ancestral a los kami, el taoísmo y las distintas ramas y escuelas budistas reciben a los Dioses hindúes con naturalidad y ferviente devoción, pues comprenden que sus arquetipos y energías místicas condensan algo real y de naturaleza innegable. 

El viaje de las Deidades indias hacia Japón no fue un simple tránsito geográfico; fue un proceso iniciático, una transmutación. Las potencias divinas cruzaron montañas, desiertos y adoptaron nuevas formas sin perder su esencia original. Shiva se volvió Daikokuten, el Guardián Esotérico y Destructor Cósmico, Sarasvati renació como Benzaiten, la Musa de la Elocuencia y Protectora de la Música, Yama, el Legislador y Juez del inframundo se rebautizó como Enma, y el tan querido y dulce Ganesha, el Removedor de Obstáculos, como Kangiten. 

Este sincretismo no se produjo por imposición, sino por resonancia espiritual. Los japoneses reconocieron en aquellos Dioses extranjeros energías que ya intuían en su propio mundo. Por ello, los kami no se sintieron desplazados; al contrario, los Dioses hindú-budistas ampliaron el mapa del mundo invisible, convirtiendo a Japón en un puente entre las vibraciones del subcontinente indio y la sensibilidad espiritual del Lejano Oriente. 

Desde una perspectiva esotérica, este proceso refleja una enseñanza universal: las Deidades son manifestaciones de principios eternos, y cuando un principio es verdadero, trasciende idiomas, culturas y fronteras. Japón acogió a los Dioses de la India porque los reconoció como expresiones válidas de la misma Verdad.

Explorar la influencia del hinduismo en las Deidades japonesas no solo es un ejercicio histórico: es penetrar en el corazón de una tradición viva en donde cada Dios es un portal, cada imagen un símbolo y cada mantra un puente hacia lo divino. Para el estudioso devoto, para el buscador espiritual, esta fusión revela algo profundo: que los dioses viajan, pero lo sagrado permanece. Y en ese viaje de transformación, Japón se convierte en un santuario en donde Oriente entero se refleja en un solo espejo.

En la presente publicación veremos a los principales Dioses indios absorbidos por el panteón japonés, analizando sus funciones, cambios y paralelismos.



La religión japonesa, con su compleja fusión de creencias autóctonas y tradiciones importadas, es uno de los ejemplos más fascinantes de sincretismo religioso en el mundo. Aunque el sintoísmo y el budismo suelen considerarse las dos grandes columnas espirituales de Japón, existe una tercera influencia, menos mencionada pero profundamente arraigada: el hinduismo. 

A través de la expansión del budismo desde la India hacia China, Corea y finalmente Japón, un vasto panteón de Deidades, conceptos filosóficos y símbolos hindúes se transformó, adaptó y renació dentro del imaginario religioso japonés. Muchas figuras que hoy se veneran en templos nipones, como Benzaiten, Daikokuten, Bishamonten o el temible Enma, tienen sus raíces en antiguos Dioses védicos, bodhisattvas indios y guardianes tántricos. 


  • Shiva: Daijizaiten o Daikokuten 



En Japón el Señor Shiva es venerado bajo dos personalidades, una amable y auspiciosa, y otra colérica y destructiva.

La primera manifestación recibe el nombre de Daikokuten, la cual se encuentra profundamente vinculada con el pueblo y el hombre común, sobre todo con los campesinos, comerciantes y trabajadores del campo. En esta manifestación benevolente, Daikokuten aparece como un hombre de avanzada edad, de rostro amable y de espíritu jovial que viste atuendos cortesanos que evocan cercanía y familiaridad. En ocasiones también se le representa como un campesino regordete y risueño que se para sobre fardos de arroz o sacos de tela decorados con símbolos auspiciosos. 

Toda esta iconografía subraya sus dominios espirituales y materiales: la agricultura, la prosperidad, el tiempo, la realización de los deseos, la abundancia de las cosechas, la protección del hogar y la fertilidad de la tierra. Por estas razones, Daikokuten fue integrado en el panteón de los Shichi Fukujin, los “Siete Dioses de la Buena Suerte” en donde encarna la generosidad divina que sostiene la vida cotidiana de las comunidades.

La segunda personalidad, muy contraria a Daikokuten, emana su esencia mística y feroz, más apegada a la iconografía clásica del Shiva indio y, por lo tanto, pensado en los yoguis, ascetas, sacerdotes e iniciados. Esta personalidad se venera bajo el nombre de Daijizaiten, en donde Shiva expresa su rol como Destructor del Cosmos, Patrón de la meditación, de la guerra y del tantra o esoterismo. 

Como tal, Daijizaiten suele representarse con un semblante colérico e imponente, adoptando posturas inspiradas en el hatha yoga que evocan su origen shivaita. Aquí, Shiva aparece con múltiples cabezas y brazos, cada uno portando distintos atributos asociados con su rol destructivo, como el tambor damaru, que es símbolo del ritmo creador y aniquilador; el tridente, emblema de su soberanía sobre los tres mundos; y en ocasiones una espada, expresión de su poder purificador. Asimismo, es frecuente que lleve un collar de calaveras, signo de la trascendencia del tiempo y la materia, y que se encuentre acompañado de su fiel toro Nandi, manifestación de su energía y vehículo espiritual.  

Evidentemente, los japoneses prefirieron distinguir y escindir las dos personalidades tradicionales de Shiva: la forma "Ugra" (feroz, colérica y destructiva, destinada a funcionar como Deidad de los yogis y maestros) y la forma "Śānta" (benévola, pacífica y amable, destinada a funcionar como Deidad para el hombre común). 

Esta separación no surge por casualidad, sino que responde a un marco mental propio de la religiosidad japonesa en donde cada manifestación divina debe armonizar con su función espiritual. En Japón, las Deidades benévolas adoptan rostros accesibles y amistosos, capaces de inspirar confianza en el creyente de manera visual, pues son guías, maestros y otorgadores de buena fortuna. Muy por el contrario, las Deidades coléricas o ugras asumen aspectos terribles y feroces, pues su misión es proteger el Dharma, destruir los obstáculos mentales, someter a los demonios y actuar como guardianes implacables frente al mal. 

Esta lógica se comprende mejor a la luz del pensamiento sintoísta que concibe la interioridad divina en dos modos complementarios: "Nigimitama", la faceta suave, armonizadora y benévola, y "Aramitama", la faceta brusca, poderosa y a veces aterradora. 

En el encuentro entre ambas tradiciones, Japón no hizo sino reinterpretar a Shiva a través de su propio prisma espiritual, dividiendo sus atributos en dos Deidades perfectamente alineadas con la cosmología local, algo que en el hinduismo no se suele hacer pues se entiende que debajo de una apariencia terrible se puede esconder una Deidad amable y amistosa. 




  • Ganesha: Kangiten

Al igual que Ganesha, Kangiten es venerado como Patrón de la buena fortuna y el supremo eliminador de obstáculos. Su presencia consagra los espacios en donde se le invoca para transformarlos en recintos de pureza, prosperidad y buena energía. 

Aquellos que se acercan a este Dios con devoción sincera y un corazón libre de malicia, Kangiten les concede riquezas, protección y el cumplimiento de sus deseos, actuando como un puente entre la gracia divina y la vida cotidiana de sus fieles.

De hecho, su nombre en japonés se traduce como "Dios del Júbilo" o "Dios del Deleite Celestial":

- 歓 (kan) → “gozo”, “alegría”, “júbilo”.
- 喜 (gi) → “regocijo”, “deleite”, “placer espiritual”.
- 天 (ten) → “Deva”, “Divinidad”, "Dios".


Las imágenes de Kangiten no varían mucho con respecto a la iconografía clásica de la India, retratándosele como un hombre robusto con cabeza de elefante y cuatro brazos. De igual manera en Japón se hizo costumbre el fusionar a dos Kangiten en uno como si estuviesen fundidos en un abrazo.

Eso sí, a diferencia de la religión hindú, en un comienzo, se consideró que Kangiten era un espíritu rebelde y obstaculizador con el nombre de Vināyaka ("El que Guía o Conduce" los obstáculos). 

¿La Razón?

El budismo japonés explica que una fuerza que crea obstáculos es también la misma que, una vez dominada y purificada, puede eliminarlos. 

En la visión esotérica del budismo japonés, especialmente en las escuelas Shingon y Tendai, toda fuerza que se manifiesta como obstáculo no es intrínsecamente maligna, sino que es una energía sagrada en estado impuro, aún no dirigida hacia un propósito superior. Así como el fuego que quema también puede iluminar, y el océano que destruye también puede sustentar la vida, la divinidad que pone pruebas en el camino es la misma que, una vez comprendida y apaciguada, se convierte en aliada y protectora. 

Los grandes maestros explican que los obstáculos no provienen de fuera, sino del propio desorden interior: ignorancia, deseo, ira, confusión, apego. Cuando estas energías internas toman forma simbólica en el mundo espiritual, aparecen como Deidades coléricas, espíritus torcidos o fuerzas que bloquean el progreso del devoto. Pero cuando esa fuerza es domada por la disciplina, purificada por el mantra, y consagrada por la devoción, cambia totalmente de naturaleza, y lo que antes frenaba ahora empieza a empujar; lo que antes cerraba caminos comienza a abrirlos, y la energía que parecía enemiga se revela como uno de los más poderosos guardianes. 

Por eso, el antiguo Vināyaka que ponía pruebas, se convierte, tras su comprensión, en Kangiten, una Deidad dulce, íntima y cercana que abre puertas y baja bendiciones.



  • Indra: Taishakuten

Dueño y Señor del Rayo, Jefe Supremo de todos los Dioses.

Taishakuten se traduce como "El Poderoso Emperador del Cielo", pues:

- 帝 (tai / tei): “emperador”, “soberano”.
- 釈 (Shaka): "poderoso".
- 天 (ten): “Divinidad”.

Indra es uno de los Dioses más antiguos de toda la historia humana, con un culto que se remonta al mismísimo origen de la cultura protoindoeuropea, datando desde hace unos 5.000 años atrás. En consiguiente, tras el posterior avance de la cultura védica hacia el Lejano Oriente promovido por el Budismo a principios de nuestra era, la figura de Indra fue integrada con enorme respeto en los nuevos contextos espirituales, sin perder su poderío y rol original. Por ende, aquí también se le retrata como un guerrero en cuyas manos porta el rayo, símbolo de poder y dominio, y se le retrata sobre un elefante blanco de tres cabezas, además de regir el cielo espiritual de aquellos difuntos que acumularon buen karma: Trāyastriṃśa o Svarga-Loka.



El rayo de Indra o de Taishakuten representa la chispa súbita de claridad que destruye la confusión y la ceguera interna. Como regidor del "ṛta", el Orden Eterno del Universo, Indra o Taishakuten gobiernan de forma innata, difuminando pasiones, destruyendo demonios y fomentando la alquimia espiritual del practicante. De hecho, la mayoría de los relatos en torno a estas figuras siempre retratan momentos en donde la oscuridad interior o exterior ha alcanzado un punto crítico, habiendo un caos que amenaza con devorar el orden natural. Estos episodios no se leen como batallas literales, sino como dramas iniciáticos en donde el rayo simboliza la victoria de lo claro sobre lo turbio, de la conciencia sobre la inercia. Un ejemplo supremo de esta enseñanza es la lucha de Indra contra el demonio-serpiente Vṛtra.

Como tal, en el Budismo Esotérico es venerado como uno de los Doce Dioses Celestiales (Juuten) que protegen las ocho direcciones, el cielo, la tierra, el sol y la luna, y como uno de los "24 Dharmapāla" o "Dioses Protectores" del budismo. 




  • Sarasvati: Benzaiten

Diosa Patrona de la sabiduría, la música, el aprendizaje, el agua y la elocuencia. Ella es memoria, inspiración y genio creativo. Como dadora de conocimiento supremo, Benzaiten bendice con sabiduría y claridad mental, permitiendo que sus devotos avancen en sus objetivos tanto materiales como espirituales. 

No por nada, su nombre se traduce como "Diosa de la Elocuencia y el Talento":


  • 弁 (ben) = elocuencia, discurso articulado, arte de hablar
  • 才 (zai) = talento, habilidad innata
  • 天 (ten) = Deidad, Divinidad celestial


Benzaiten se asocia con el agua porque el agua es el símbolo perfecto de la mente iluminada: pura, adaptable y siempre en movimiento. Así como el agua fluye sin aferrarse a ninguna forma, la sabiduría de Benzaiten fluye a través del universo sin quedar atrapada por los límites del ego. El agua refleja todo sin distorsión cuando está en calma; de la misma manera, la mente que invoca a Benzaiten puede convertirse en un espejo claro que refleja la verdadera naturaleza de las cosas. El agua fluye y adopta cualquier forma sin perder su pureza, siendo un espejo de la mente iluminada: flexible, clara, inaferrable. Por ello es que en Japón, así como en la India, los templos y santuarios en honor a esta Diosa se levantan cerca de masas de agua como ríos, estanques o manantiales. 

De hecho el nombre "Sarasvati" tiene dos traducciones. Etimológicamente proviene de "saras" (सरस्), que significa "habla", y de "vati" (वती), que significa "poseedora", por lo tanto, "Poseedora del Habla", haciendo referencia a su rol como patrona de las ciencias, el entendimiento y la elocuencia. Pero en otros contextos, la palabra "saras" también se traduce como "fuente de agua" o "flujo de agua".
 


Benzaiten también se asocia con la bīja, la sílaba semilla, porque en la tradición esotérica el sonido primordial es la raíz de toda manifestación. Así como el agua fluye y da vida al mundo visible, la bīja vibra y da vida al mundo invisible. La sílaba semilla de Benzaiten —que en distintas tradiciones es SRĪ, SU, o la sutil vibración de HĀM— es considerada la condensación perfecta de su esencia divina: una gota sonora que contiene el océano entero de su sabiduría. 

Se dice que la bīja es el punto donde el vacío comienza a cantar, y por eso Benzaiten, Señora del sonido, de la música y de la palabra sagrada, es inseparable de ese núcleo vibrante. Así como un río nace de una fuente pequeña, todos los mantras y bendiciones que provienen de Benzaiten nacen de su sílaba, y cuando el devoto la canta, no está pronunciando un sonido cualquiera, sino tocando la raíz luminosa de la realidad, despertando en su interior el flujo de claridad, inspiración y gracia que emana de esta Diosa.

En Japón también se le venera como una manifestación viviente de las Tres Verdades del Mahayana: śūnyatā (vacío), saṃvṛti-satya (verdad convencional o existencia provisional) y madhyamā-pratipad (la vía media), en la medida en que su figura opera como un principio integrador dentro del marco doctrinal. Benzaiten expresa el vacío a través de su naturaleza esencialmente no substancial y adaptable, desligada de una ontología fija; encarna la verdad convencional mediante sus múltiples funciones cultuales (protectora de las aguas, patrona de las artes, dispensadora de abundancia e intelecto); y realiza la vía media al articular ambas dimensiones sin recaer en absolutismos ontológicos, presentándose como un nexo simbólico entre lo trascendente y sus manifestaciones fenoménicas.

Iconográficamente se le retrata de manera similar a la tradición hindú, es decir, como a una mujer de tez blanca y ataviada con ropajes claros y elegantemente dispuestos. En sus múltiples brazos suele portar instrumentos musicales, en especial la biwa o laúd, cuyo sonido simboliza la vibración armónica del Dharma y la facultad de ordenar el flujo caótico de las emociones y pensamientos. En Japón también se le retratada portando múltiples armas en su rol de protectora y guardiana.

Por todo esto, Benzaiten también forma parte del grupo de los Siete Dioses de la Buena Suerte.




  • Kubera: Bishamonten 


Kubera es el Dios hindú de las riquezas, los tesoros ocultos y los secretos tanto místicos como terrenales. En la tradición india se le representa como un hombre obeso, sonriente y enjoyado: su volumen corporal es un símbolo visible de abundancia, fortuna y fecundidad espiritual, del mismo modo que ocurre con la figura del Buda Hotei o Ganesha.

Sin embargo, al llegar a China y posteriormente a Japón, Kubera experimentó una transformación iconográfica radical. Introducido a través del budismo como Vaiśravaṇa, Kubera fue reinterpretado no como un regordete y bondadoso dispensador de riquezas, sino como un poderoso general militar, pues los chinos lo veneraron y entendieron como uno de los Cuatro Reyes Celestiales (Sì Tiānwáng), que son guardianes cósmicos que velan por la integridad espiritual del mundo y por la correcta propagación de las enseñanzas de Buda.

Esta transformación no fue arbitraria. La religiosidad china, especialmente en su dimensión ritual y estatal, posee un marcado carácter funcionalista: cada Deidad debe manifestar en su aspecto externo la función que desempeña dentro de la religión. Por lo tanto, mientras un Dios que otorga bendiciones o sabiduría puede ser representado con rasgos amables, redondeados o incluso festivos (como Hotei o Ganesha), una Deidad encargada de vigilar, defender y combatir las fuerzas del caos debe portar una apariencia severa, firme y marcial. Así, Kubera fue naturalmente reinterpretado como un guerrero celestial en lugar de un espíritu regordete de abundancia, aunque en esencia siguen siendo la misma entidad.

Al llegar esta figura a Japón, se consolidó como Bishamonten, el Dios-samurái por excelencia: esbelto, acorazado, de porte noble y expresión fiera, símbolo perfecto de la rectitud y del poder protector.



De igual manera, uno de los atributos que permaneció intacto en todas estas tradiciones fue la naturaleza de Kubera como Yaksha, es decir, un espíritu originariamente vinculado a la fertilidad de la tierra, a las riquezas ocultas y a los tesoros que yacen en las profundidades del mundo, más que un Dios como tal. Los Yakshas, en la India védica y post-védica, son seres ambivalentes: pueden ser protectores o peligrosos, benevolentes o temibles, pero siempre asociados a la potencia latente de la naturaleza, a lo subterráneo y a lo secreto. Incluso cuando Kubera fue reinterpretado en China como un rey guerrero, o en Japón como Bishamonten, su condición de Señor de lo oculto nunca desapareció, pues Él abre los misterios.

En contraste, el hermano de Kubera es un Rākṣasa, un ser de naturaleza infernal o demoníaca dentro de la religión hindú: Rāvaṇa, infame por ser el antagonista central que desencadena la Guerra del Rāmāyaṇa. Mientras Kubera encarna el orden, la custodia de los tesoros y la estabilidad cósmica, Rāvaṇa representa la fuerza del caos, la transgresión y el orgullo desmedido, y tanto chinos como japoneses mantuvieron la creencia de que Kubera es un Yaksha y una entidad positiva, a diferencia de su hermano. 

Bishamonten también forma parte del grupo de los Siete Dioses de la Buena Suerte.




  • Garuda: Karura


En la tradición hindú, Garuda es el rey de las aves, el vehículo cósmico de Vishnu y el enemigo natural de la raza de los Nagas. Él representa la velocidad del pensamiento divino y la victoria sobre la ignorancia reptante, siendo un arquetipo muy poderoso que transmuta el veneno espiritual y terrenal.

En Japón, Garuda es venerado como Karura, que es la deformación fonética del mismo nombre, y también se le apoda con el título de "Konjichō", que significa "Pájaro de Alas Doradas". 

Para los japoneses, Karura devora ilusiones, engaños, maleficios, demonios y pasiones tóxicas. Y por lo mismo, también se añade que es una Deidad escupidora de fuego, elemento que utiliza para destruir el mal y la ignorancia. 



También se narra que Karura tiene la capacidad de detener el viento y la lluvia, de alejar a los malos espíritus y de difuminar enfermedades, habiendo rituales y ceremonias específicos para cada petición.

En el budismo tanto chino como japonés, Karura forma parte del grupo de Las Ocho Grandes Deidades (Hachibushu) que asisten al Buda Shakyamuni y que protegen los Sutras y el Dharma.

Iconográficamente se suele retratar a Karura como un ser alado y antropomorfo mitad ave y mitad hombre. Por lo general se le representa tocando una flauta, y en algunas ocasiones ataviado con una fuerte armadura en señal de su naturaleza protectora y apotropaica. 




  • Vāyu: Fūten

Señor del Viento, Guardián del Noroeste.

Vāyu es el Dios Elemental que condensa aquella energía divina encargada de nutrir y de cimentar a todos los objetos y seres vivos, el "Prāṇa", que se describe como una pulsación interna que permite el funcionamiento de una entidad viviente y de todo el cosmos. El Prāṇa vivifica, estimula y anima, e incluso se narra que el universo entero es una manifestación de Vāyu, que es la mano de Dios que da movimiento a todas las cosas. No por nada se ha dicho en todas las culturas del mundo que la vida ha surgido de un soplido. 

En una lectura esotérica, la suṣumṇā, es decir, la columna de energía sutil que corre por el centro de la columna vertebral física, es el eje en donde el prāṇa se purifica y asciende hasta el tercer ojo y la coronilla, y a lo largo de la misma están precisamente los diferentes centros de operación del Señor Vāyu, o en su versión japonesa, Fūten.




Fūten significa Dios del Viento, y se le venera como uno de los 12 Dioses Protectores del Dharma. 

Iconográficamente, en Japón se le retrata con la apariencia propia de un Dios ugra, es decir, de naturaleza colérica y terrible. Su cuerpo suele mostrarse tenso, de mirada penetrante y gesto feroz, pues su función no es consolar, sino dominar las fuerzas caóticas del viento y someter a los espíritus turbulentos que lo acompañan. En su espalda carga un gran saco repleto de violentas ráfagas de viento, símbolo de su poder para liberar, contener o desatar las corrientes invisibles que purifican el mundo. Esta iconografía expresa la verdad esotérica de su esencia: el viento puede causar destrucción si no es dominado, pero, en manos del Dios, se convierte en un instrumento de orden, renovación y despertar espiritual; la activación de la Kundalini y el Prāna.




  • Lakshmi: Kisshōten

Diosa que representa el aspecto femenino del Cosmos y de la creación, polarizando energías verdaderamente auspiciosas que se relacionan con el desarrollo espiritual, la riqueza interior y exterior, la buena suerte, la belleza y la armonía. 

Lakshmi, o en su versión japonesa, Kisshōten, es la Diosa que nutre la conciencia; aquella que impregna con voluntad y vitalidad a los seres y que atrae la Bienaventuranza Absoluta. No por nada su nombre en japonés se traduce literalmente como "Diosa de la Buena Fortuna".

Kisshōten es una de las 24 Deidades Protectoras del Dharma, y también conforma el grupo de los Siete Dioses de la Buena Suerte.
 



Al igual que en la India, Kisshōten se representa vestida con elegantes y armoniosas prendas, predominantemente de tonos rojizos y amarillos que simbolizan prosperidad, energía vital y fortuna auspiciosa. Su atuendo, refinado y solemne, refleja la gracia y la benevolencia de la Diosa al tiempo que señala su vinculación con la abundancia, la belleza y la armonía cósmica, valores que trascienden fronteras culturales y se adaptan a la sensibilidad estética japonesa, como también ocurre con Sarasvati o Benzaite, pues su exquisita y lujosa apariencia encarna a la perfección a una doncella celestial que concede deseos a voluntad.

Otro aspecto importante a destacar, es que la Diosa lleva en sus manos la gema Nyoihōju, conocida como la “gema del deseo realizado” o “gema de la verdad absoluta”, un símbolo poderoso que representa la capacidad de conceder bendiciones, satisfacer aspiraciones espirituales y materiales, y disipar la ignorancia interna. Esta joya no es un mero adorno, sino un instrumento esotérico y simbólico: refleja la luz de la sabiduría que ilumina el corazón del devoto y materializa la armonía entre el mundo espiritual y el mundo terrenal. A través de la Nyoihōju, Kisshōten manifiesta su naturaleza de Diosa benévola y protectora, guiando a quienes se acercan a ella con devoción y la deciden instalar en su respectivo altar.




  • Agni: Katen

En la religión hindú, Agni es el Señor Elemental del fuego, Guardián de los sacrificios, Sacerdote de los Dioses y Mediador entre el plano Divino y el terrenal. 

Agni representa la energía purificadora y transformadora del cosmos, el Prāna que consume lo impuro y permite la manifestación de lo divino. En el ámbito esotérico, Agni es la llama interior que arde en cada ser, símbolo de conciencia, iluminación y trascendencia espiritual. Su fuego no solo cocina alimentos o calienta la materia, sino que ilumina la mente y transfigura el espíritu, conectando lo terrenal con lo celeste. 

Esto, al mismo tiempo, nos recuerda que nosotros mismos tenemos al Señor Agni en nuestro interior: en nuestros fuegos digestivos, que transforman los alimentos en energía vital; en nuestro aliento, que sostiene la vida y el prāṇa; y en la llama de la conciencia, que ilumina nuestros pensamientos y emociones. 


Como en la India, Katen es retratado iconográficamente con las mismas características y atributos de Agni. Por ejemplo, se le representa rodeado de llamas y lenguas de fuego, habitualmente montado en un carnero o macho cabrío, símbolo del sacrificio. En sus manos suele llevar un arma divina que emite un fuego inextinguible.

Agni o Katen forma parte de los Doce Dioses Guardianes del budismo japonés.




  • Yama: Enma

Yama es el Señor de la Muerte y el Gran Juez Cósmico, responsable de velar por el cumplimiento de la Ley, el Dharma, y de enjuiciar a todos los difuntos al final de su vida física y mundana, castigando a los que fueron pecadores y recompensando a quienes fueron rectos. Como tal, mora en los planos intermedios, el inframundo, y tanto Osiris como Hades nacen a partir de sus características y funciones, pues Yama es el juez original y el engranaje que permite la puesta en marcha del Saṃsāra; los ciclos de muertes y renacimientos. 

En Japón, Yama es venerado con el nombre de Enma, que llegó a tierras niponas por acción del budismo chino en donde se le conoce como Yanluo Wang, el Rey de los Infiernos.

No es de extrañar que la mayoría de las representaciones iconográficas, tanto hindúes como budistas, muestren a esta Deidad con un aspecto extremadamente ugra, es decir, colérico, feroz y con rasgos que podrían considerarse monstruosos, siempre rodeado de llamas que simbolizan la purificación y la energía transformadora de la justicia cósmica. Este aspecto temible no busca infundir miedo sin sentido, sino reflejar la naturaleza implacable del orden universal y la fuerza necesaria para destruir la ignorancia, el apego y el karma negativo.



El budismo chino y japonés enseñan que, tras la muerte, los pecadores y los virtuosos por igual son llevados ante Yama o Enma, quien ejerce como juez omnisciente, astuto y profundamente conocedor de todas las virtudes y faltas del alma. Ante su tribunal, cada ser es interrogado y evaluado, y sus acciones pasadas se despliegan como un espejo que refleja la verdad interior. Aquellos que han cultivado la bondad y la rectitud reciben la recompensa de los planos celestiales, en donde pueden disfrutar de bendiciones y de la paz espiritual acorde con sus propios méritos. Por el contrario, quienes han acumulado karma negativo son enviados a los planos infernales, espacios de purificación en donde enfrentan torturas y sufrimientos que, aunque intensos, tienen un propósito: corregir, purificar y transformar la conciencia del individuo. Es importante destacar que ambos destinos son temporales y proporcionales al karma, pues una vez que las deudas kármicas se consumen, el alma puede reencarnar o ascender, reflejando la justicia compasiva y equilibrada de Yama, que no busca castigar por odio, sino guiar al ser hacia la rectitud, la purificación y la evolución espiritual.

Así, Yama puede entenderse como la energía cósmica o el engranaje dispuesto en el universo para enjuiciar y encauzar a las almas hacia su evolución espiritual. En el Antiguo Egipto, esto se expresaba a través del Juicio de Osiris, en donde el corazón del difunto era pesado frente a la pluma de Maat: si el corazón era ligero (buen karma), se le abrían las puertas del paraíso; si era pesado (mal karma), era destruido y su portador castigado. De manera similar, en la Grecia clásica, Hades ejercía la justicia sobre los difuntos, enviando a los pecadores a castigos proporcionales y recompensando a los virtuosos con el disfrute de los Campos Elíseos.

Por su función, Yama, Enma o Yanluo Wang cobra un protagonismo muy grande en las religiones budistas, siendo un eje central de sus cosmologías. Por ello también forma parte de los Doce Dioses Guardianes del Budismo; uno de los Dioses Defensores de la Justicia y de la Ley (dharmapalas), y uno de los 24 Dioses Protectores.




  • Brahmā: Bonten

Arquitecto del Universo y Demiurgo creador. 

Brahmā fue la primera entidad viviente nacida del caos cósmico al principio de los tiempos tras el sueño creador de Maha-Vishnu.

Sin embargo, a diferencia de las otras Deidades hindúes absorbidas por el panteón japonés, Brahmā posee un cambio totalmente radical en su función, pues los budistas no imparten la creencia de un Dios Creador o Demiurgo, y por lo mismo es que Vishnu tampoco es venerado como tal en China o en Japón a diferencia de las otras Deidades ya mencionadas, como Shiva, Indra, Ganesha o Sarasvati. 

El budismo no reconoce un creador absoluto, y la existencia de Dioses como Brahmā o cualquier otro se explica dentro de la lógica de pratītyasamutpāda, que es la interdependencia de todas las cosas. Este dogma explica que todos los Dioses son seres altamente evolucionados, conscientes y poderosos que ocupan planos celestiales debido a la acumulación de un buen karma previo (hasta aquí esto también lo comparte con el hinduismo), pero ellos mismos no crean el universo. 

En otras palabras, los Dioses budistas son seres extremadamente poderosos y longevos, con habilidades sobrenaturales, sabiduría infinita y con la capacidad de influir en los diferentes mundos, proteger el Dharma y guiar a los practicantes. Sin embargo, no poseen la capacidad de crear el universo ni de establecer leyes absolutas o propias desde la nada, como sí lo hace Brahmā en el hinduismo.

Entonces: ¿Cómo es visto Brahmā o Bonten en el Budismo?

Brahmā es visto como una entidad real y poderosa que protege el Dharma y rige mundos de existencia superiores. Si bien no crea mundos ni configura universos como en el hinduismo, vigila, sostiene y mantiene el orden espiritual de las cosas. Su figura es de autoridad y de guía; se le invoca y venera con el fin de purificarse internamente y obtener claridad, sapiencia y disciplina. 



Pese a que su función cambia, iconográficamente suele mantener los mismos atributos que el Brahmā hindú, es decir; representado como un hombre con tres o cuatro cabezas (incluso se le conoce como el Buda de Cuatro Caras)  y con cisnes o gansos como vehículos.

De acuerdo al budismo japonés, Brahmā gobierna los Cuatro Cielos Dhyāna, cada uno más sutil y elevado que el anterior y destinados para servir como morada a seres extremadamente puros, dotándolos de gran longevidad y capacidades mentales refinadas.

Por su importancia se considera que Brahmā o Bonten es uno de los Veinte Guardianes Protectores del Dharma, uno de los Ocho Patrones de las Direcciones Cardinales y uno de los Doce Dioses Guardianes del Cielo.




  • Varuna: Suiten

Rey y Patrón Elemental de las Aguas.

En Japón, Varuna o Suiten es uno de los Doce Dioses Protectores del Budismo y uno de los Dioses Protectores del Dharma.

Su nombre literalmente significa "Dios del Agua", elemento que rige, y similar a Sarasvati o Benzaiten, su rol como entidad acuática simboliza la adaptabilidad, la erradicación de las impurezas kármicas y la capacidad de la mente para fluir sin obstáculos. Por ello, invocar a Suiten implica recibir protección espiritual, claridad en la mente y estabilidad emocional, así como una ayuda para disipar las turbulencias internas que bloquean la meditación y el desarrollo de la sabiduría. En consiguiente, la veneración de Varuna o Suiten entrega rectitud, disciplina y moral, pues se trata de un Dios Legislador que encamina a las almas del plano terrenal. 




  • Surya: Nichiten

Esta Deidad representa la manifestación suprema de la claridad, la sabiduría y la energía iluminadora en el cosmos, es decir, el Sol. De hecho, Surya literalmente significa "sol" en sánscrito, y en Japón se le conoce como Nichiten, El Emperador de la Luz Preciosa y uno de los Doce Dioses Guardianes del Budismo Esotérico.

Se narra que el sol, nuestra gran estrella, es de hecho su palacio y residencia personal. Obviamente todo en lenguaje esotérico, y aquí debemos referirnos al término sánscrito de "adhidaivika", que remite a un plano sutil o celestial que es inaccesible en términos físicos, pero que coexiste simultáneamente con nuestro plano. Lugares emblemáticos como el Monte Kailāsa, morada del Señor Shiva, o Shambala, suelen ser interpretados como ejemplos de este ámbito trascendente, al igual que el Sol. 

Se le suele representar montando un carruaje tirado por siete caballos, los cuales simbolizan los siete puntos energéticos principales a lo largo de la columna vertebral, los chakras. Estos centros no solo regulan el correcto funcionamiento fisiológico del organismo, sino que también estimulan y armonizan las facultades espirituales, actuando como canales que permiten que la energía vital y la conciencia divina fluyan libremente. 

No por nada una de las posturas más veneradas del Hatha Yoga, el Saludo al Sol (Surya Namaskar), esté dedicada a Surya, el Dios solar. Este ritual físico y espiritual honra la luz que despierta la vida, al tiempo que activa los chakras, armoniza la energía vital (prāṇa) y purifica el cuerpo y la mente.

Esa es la importancia de Surya/Nichiten.




En el budismo japonés, Nichiten no solo ilumina el mundo físico, sino que también vigila el camino espiritual de los practicantes, actuando como un protector del Dharma y de las enseñanzas sagradas. Su luz no se limita a disipar la oscuridad externa, sino que penetrando el corazón y la mente del devoto elimina la ignorancia, el apego y los obstáculos internos que impiden la realización de la sabiduría. Por ello, Nichiten se integra en rituales y prácticas como las ofrendas de luz y fuego, simbolizando la irradiación del Sol divino y su capacidad de purificar el espacio, la mente y el espíritu.

De manera simbólica, su carruaje de siete caballos no solo recorre los cielos, sino que impulsa la ascensión de la conciencia, recordando que el camino hacia la iluminación es un proceso de activación interna y guiado por la luz que todo lo penetra y transforma.



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