> Hinduismo Sagrado: Rāmāyaṇa (RESUMEN): Una guía completa para conocer la vida del Señor Rāma, las hazañas de Hanumān y la guerra contra Ravana; el rey demonio

sábado, 10 de junio de 2023

Rāmāyaṇa (RESUMEN): Una guía completa para conocer la vida del Señor Rāma, las hazañas de Hanumān y la guerra contra Ravana; el rey demonio



"En la actualidad cursamos la Era de Kali, en donde la humanidad se encuentra completamente corrompida, y en ella está la raíz de todas las impurezas. En esta Era la mente del hombre se revuelca como un pez en el océano del pecado. Y en esta terrible Era, solo el Santo Nombre de Rāma es aquel árbol que da sombra, y con su pensamiento desaparecen todas las ilusiones del mundo. En esta Era de Kali el nombre de Rāma otorga lo que uno desea, y es la ayuda en el otro mundo y nuestro Padre y Madre a la vez"
[Introducción al Rāmāyana de Gosvāmī Tulsīdās]


Cuando decimos "Rāma", hablamos de la encarnación más perfecta de Dios, o Dios mismo en forma humana, quien descendió a nuestro plano para entregarnos un mensaje filosófico y espiritual idóneo para transcender el pecado y la esclavitud de la existencia física.

Las aventuras de Rāma ilustran sobre todo la importancia y las recompensas de cumplir con el Dharma; es decir, con el deber piadoso, que se caracteriza por el compromiso de llevar una vida espiritual, disciplinada y honesta. Rāma precisamente ejemplifica un un modelo de razón perfecta de virtudes deseables: Él descendió específicamente para ese fin.

La vida y la obra de Rāma se plasma en uno de los libros sagrados más importantes del hinduismo, el "Rāmāyaṇa", escrito hace 2.600 años por el santo rishi (sabio vidente) Valmiki, siendo a su vez uno de los primeros libros en la historia de la humanidad.

En la presente publicación se adjunta un resumen muy completo y preciso de esta ancestral obra; abarcando los principales acontecimientos e historias que allí se narran. De igual modo, el resumen viene acompañado por una rica variedad de imágenes que ilustran cada uno de estos hitos.


Aunque Rāma está más allá del nacimiento y la muerte, vino a este mundo mortal para establecer el Dharma, brindando salvación a los devotos y entregando un ejemplo de rey, hijo, hermano, esposo, guerrero, estudiante y ser humano perfecto.

A continuación comienza el resumen.

El Señor Rāma nació en la antigua ciudad de Ayodhyā, capital del Reino de Kosala, actual Uttar Pradesh, India, en el seno de una familia poderosa, pues sus padres; el rey Dasharatha y la reina Kausalya, eran los monarcas y rigentes de dicho territorio.

En aquel entonces la poligamia era una costumbre extendida entre los gobernantes, por lo que el rey Dasharatha tuvo varias esposas; la ya citada Kausalya, quien era la madre de Rāma, y dos mujeres más: Sumitra y Kaikeyi. En consiguiente, Rāma llegó a tener tres medios hermanos: Lakshmana, Bharata y Shatrughna, todos con algunas cualidades divinas, aunque menores. 

El hermano favorito de Rāma fue Lakshmana, quien funcionó como su fiel servidor y mano derecha, llegando a ser compañeros inseparables. 

Esto aconteció hace millones de años, justo al final de la Segunda Era Cósmica o Treta-yuga, siendo un designio elaborado por Vishnu, el Señor Supremo, quien desciende al planeta Tierra cada cierto tiempo en la forma de "avatar" para erradicar el pecado e instruir a los mortales.

Un avatar se define básicamente como un Dios hecho hombre, o un Dios que desciende al plano material para vivir entre los mortales.

Y fue Vishnu quien eligió al rey Dasharatha como padre de Rāma, y no solo porque era un gobernante recto, sino que también por hallarse inmerso en un ritual védico llamado "putrakaamesti", en donde los devotos se encomiendan a Dios mediante himnos, ceremonias y oblaciones de fuego para engendrar un hijo, ya que en aquel minuto Dasharatha no tenía progenie con ninguna de sus esposas. De este modo, Vishnu responde al llamado del rey, y, al mismo tiempo, lo instaura en el seno de una familia noble y recta.

Cabe decir que a diferencia de otros avatares, Rāma no tení recuerdos sobre su naturaleza divina, por el contrario; nació como un simple hombre. ¿La razón? Rāma encarnó como ser humano para enseñarnos que cualquier persona puede convertirse en un vehículo apto la conjunción de la conciencia individual (el alma) con la Conciencia Universal, es decir; Dios, y para ello, solo basta con adherir nuestras vidas al Dharma. 

Sin embargo, ello no quiere decir que Rāma no tuviese cualidades divinas. Todos aquellos que lo rodeaban quedaban admirados por su elocuencia y profundos conocimientos en cualquier área, así como por sus habilidades trascendentales que latían en su interior.



La primera aventura de Rāma ocurrió cuando el sabio Viśvāmitra le pidió ayuda al rey Dasharatha para luchar contra una hueste de rákshas (demonios) que acosaban, poseían y devoraban a los hombres. Estos seres repulsivos eran liderados por Tāṭakā y sus dos hijos: Mārīca y Subāhu.

En Treta-yuga, tanto lo divino como lo demoniaco pululaba sobre la tierra; los Dioses y seres divinos podían manifestarse en nuestro plano si se les invocaba de manera correcta. De igual modo, las criaturas diabólicas y maléficas frecuentaban el mundo con el fin de corromper y desviar a la humanidad.

Viśvāmitra quería específicamente la ayuda del joven Rāma, pues tenía el renombre de ser un joven habilidoso con el arco y de poseer grandes capacidades tanto físicas como intelectuales; un prodigio de tan solo 16 años.

Dasharatha inicialmente se mostró reacio a encomendarle dicha misión a su hijo, pues aún era muy joven. Sin embargo, Rāma  estaba gustoso en aceptarla, y así ocurrió. Y donde fuese que Rāma  hubiese ido, también iba su hermano Lakshmana.

Antes de partir, Viśvāmitra entrenó y educó a los dos hermanos, principalmente en el uso e invocación de "astras", que se definen como un arma divina impregnada por potencias internas otorgadas por Dios o despertadas por el hombre, capaces de transformar la energía interna (el "prāṇa") en un instrumento de destrucción. Estas armas son invocadas por su ejecutor a través de un trance meditativo, mantras, oraciones y conjuros. 

En consiguiente, los astras eran verdaderos artefactos de aniquilación masiva, capaces de provocar desastres increíbles y perfectamente comparables con bombas atómicas y proyectiles modernos. En una publicación anterior ya se analizaron los astras de la antigua India:



Así fue como los dos hermanos partieron a la caza de aquellos demonios.

Pero en primera instancia, Rāma, quien poseía un corazón muy noble, no tenía la intención de asesinar a los demonios, sino que solo desprenderlos de su fuerza y guarida. 

Por ello, el Señor se presentó diplomáticamente, pero los demonios no quisieron escuchar la propuesta de Rāma, y encolerizados ante su presencia lo atacaron sin dudar. Ante ello, Rāma se defiende con su arco y extermina a buena parte de los demonios.

En el combate, Mārīca y Subāhu logran huir, y al poco tiempo regresan con una nueva horda de demonios que aparecieron sobre las copas de los árboles como nubes negras, rugiendo y haciendo un ruido atronador, pero Rāma Lakshmana acudieron valientemente al combate y, empleando el poder de sus arcos celestiales, volvieron a aniquilar a los demonios.

A partir de aquel minuto se comentó la gloria del príncipe Rāma, por lo que partió en busca de más aventuras y misiones.

Tiempo después, por recomendación de Viśvāmitra, los dos hermanos terminaron viajando a la ciudad de Mithilā, capital del antiguo reino de Videja, actual norte de la India. Allí, Janaka, el rey de Videja, estaba organizando un swayamvara, es decir, una competición para buscarle marido a su hermosa hija llamada Sita. El duelo consistía en tener que doblar un enorme arco; tarea difícil  hasta para los hombres más poderosos. 

Rāma, con su fuerza divina, hizo más que doblar el arco; lo partió por la mitad, y así ganó la mano de Sita, siendo el mejor de todos los contendientes.

La boda entre Rāma y Sita se celebra con un festival denominado Vivaha Panchami.


Con el paso del tiempo, el rey Dasharatha comenzó los preparativos para dejar el cargo de rey, pues deseaba que Rāma tomase el trono y gobernase la región. Dasharatha entonces comunicó la idea y anunció que su honorable y renombrado hijo mayor le sucedería en el cargo.

Sin embargo, esta decisión se recibió de mala manera por parte de una de sus esposas; Kaikeyi, quien exigía que su hijo Bharata fuese el nuevo rey. 

Esta reacción fue principalmente motivada por una consejera de la corte llamada Manthara, quien era una mujer muy unida a Kaikeyi, y la amaba tanto como a su propia hija, puesto que la había criado desde pequeña.

Manthara era una mujer muy astuta y traicionera, capaz de manipular hábilmente a las personas para lograr sus objetivos. Ella deseaba que el hijo de Kaikeyi fuese el rey, y no otro.

Para llevar a cabo su deseo, Manthara le sacó en cara a Dasharatha una antigua deuda.

Resulta que hace muchos años, Dasharatha y Kaikeyi se hallaban montados en un carro de guerra dirigiendo a sus tropas en el campo de batalla. Dasharatha funcionaba como arquero mientras que Kaikeyi era la auriga o jinete. En un ataque, las ruedas del carro quedan inmovilizadas y atascadas. Este imperfecto fue aprovechado por sus enemigos, quienes intentaron asechar a la pareja. Pero en un acto heroico Kaikeyi se baja del carro para rápidamente liberar y reparar las ruedas, permitiendo que pudieran desplazarse y seguir combatiendo. 

Por haber salvado su vida, Dasharatha le promete a Kaikeyi que le daría dos bendiciones, es decir, dos regalos: lo que ella quisiera, cuando quisiera.

Manthara estaba al tanto de este acontecimiento, y como Kaikeyi nunca había reclamado la promesa de su marido; pensaron que el momento perfecto había llegado, por lo que terminaron ejerciendo presión sobre el rey para que cumpliera su palabra.

Las dos mujeres exigieron que Bharata se transformara en el sucesor al trono. Y en segundo lugar, exigieron que Rāma fuese exiliado del reino por un total de 14 años; tiempo suficiente para que Bharata consolidara su posición en el Imperio y se abriera camino en los corazones de la gente.

Al escuchar esto, Dasharatha se desmayó y pasó la noche en un estado lamentable. Con los días su salud empeoraría drásticamente, pero no tuvo otra elección que aceptar ambas propuestas, con el pesar de su corazón. 


Sin embargo, Rāma no protestó ante la decisión tomada por su padre. Él lo amaba y respetaba profundamente, por lo que estaba dispuesto a cumplir su voluntad. Además, era un alma noble que no se encontraba atada a los cargos del mundo físico, no le importaba ser o no ser un rey. 

Humildemente, Rāma abandona el reino y se interna en las profundidades del bosque Dandaka, en el extremo sur de Citrakuta.

A su viaje se le une Sita y Lakshmana, quienes renunciaron voluntariamente a las comodidades del palacio para acompañarlo durante los 14 años de exilio.

Tras estos acontecimientos, el rey Dasharatha fallece, por lo que Bharata asume el trono. 

Sin embargo, al ver la injusticia con la que su propio hermano había sido tratado, Bharata decidió rechazar el puesto de rey, teniendo la intención de entregárselo al propio Rāma. 

Pero Rāma, cumpliendo su palabra, ya había abandonado la región, y nadie sabía con certeza en dónde pudiera estar. 

Obviamente, dicha problemática frustró al ahora rey, pues Bharata era un hombre recto, disciplinado y honorable, y no deseaba continuar con el cargo a sabiendas de que Rāma fue tratado con injusticia.

Para dar con el paradero de su hermano, Bharata toma a un pelotón de sus mejores hombres y todos se lanzaron en su búsqueda. 

Así concurrieron las siguientes semanas.

Tiempo después, el regimiento llega al bosque en donde se hallaba el grupo de exiliados.

Lakshmana se percata del bullicio ejercido por la marcha de aquellos hombres, y con el fin de poder obtener mayor información decide trepar hasta la copa de un árbol para saber lo que ocurría. 

El joven se alarma al notar que un enorme grupo de jinetes montados en caballos y elefantes se dirigía a su posición.

Desde abajo, Rāma le pregunta a su hermano si alcanzaba a ver los estandartes de aquellos hombres, y Lakshmana se alarma al notar que eran soldados provenientes de Ayodhyā, y que estaban siendo dirigidos por Bharata.

Lakshmana pensó lo peor. Para él, era evidente que Bharata los buscaba para asesinarlos, y así poder consagrarse con el trono y alcanzar una soberanía indiscutible. 

Por ello, Lakshmana tomó una actitud defensiva, y su amor por Rāma era tan profundo, que no le importaba tener que luchar contra un regimiento entero con tal de defenderlo. Incluso, tenía tanta rabia que juró regresar hasta a Ayodhyā para vengarse de Kaikeyi, a quien culpaba por lo ocurrido.

Lakshmana le dijo a Rāma:


"Hoy descargaré mi furor reprimido y mi desprecio en forma de flechas contra estas fuerzas enemigas. Este mismo día empaparé el bosque de Citrakuta con sangre. Cumpliré mi propósito matando a Bharata y a sus jinetes y animales, desgarrando sus cuerpos con flechas afiladas. También mataré a Kaikeyī y a todos sus dependientes y parientes. Purgaré la Tierra del pecado que cometieron"


Sin embargo, el sabio Rāma le dijo a su querido hermano que no tenía razón para albergar odio y desconfianza, y que Bharata no venía con intenciones negativas. Rāma apaciguó en todos los sentidos a Lakshmana:


"Cuando el muy poderoso Bharata aparezca en persona, ¿Qué propósito se cumplirá? He dado mi palabra de honor. Cumpliré la promesa de mi padre. Si atacamos a Bharata en este encuentro, oh Lakshmana, ¿qué haré con un reino manchado por la infamia? No voy a aceptar que caiga destrucción sobre mis parientes y amigos. Busco la virtud, la fortuna y la gratificación para ti y mis hermanos, y no para ningún beneficio personal. Te doy esta palabra de honor. Busco la protección y gratificación de mis hermanos, oh Lakshmana; Lo juro por mi arco. No te enojes con la madre Kaikeyi ni le digas palabras desagradables. Bharata no ha venido con ninguna mala intención. Es oportuno que Bharata nos vea; merece vernos. No nos haría ningún daño ni siquiera con su mente. Bajo ninguna circunstancia se le debe hablar con dureza a Bharata, ni se le deben dirigir palabras desagradables".


El buen Lakshmana entiende las palabras de su hermano mayor y apacigua su mente, liberando los temores.

Tras algunos minutos, el regimiento se encontraba de frente con los exiliados, estando Bharata a la cabeza.

Abrumado por la agonía y la confusión, Bharata, cuya mente estaba entregada a la piedad, se precipitó hacia ellos al verlos.

El ahora rey se sintió completamente miserable al ver que sus hermanos vivían como ermitaños en simples chozas, exponiéndose a la intemperie y a la suciedad. 

Su voz de hecho estaba ahogada por las lágrimas, y era incapaz de contener su agonía y de articular palabra alguna:


"¿Cómo es que mi célebre hermano mayor vive entre la suciedad? Rāma, que merece todo tipo de comodidades, se ha encontrado en esta desgracia por mi culpa. ¡Ay de mi vida, me siento tan cruel! "

 

Bharata cayó llorando, y prosiguió diciendo:


"¡Oh, adorado hermano! ¡Mi noble hermano! ... "


Pero estaba tan triste y afligido que no pudo terminar la oración.

Shatrughna, el otro de los hermanos, también estaba junto a Bharata en sus filas, igual de afligido y perturbado. Al verse conmovido por la escena, Shatrughna se arrodilla ante Rāma y le abraza los pies.

Rāma comenzó a llorar. Todos comenzaron a llorar.

Bharata se repone y le dice a Rāma que ha venido voluntariamente a entregarle el trono, y que sea libre de disfrutarlo sin impedimento. Luego le dice que su capacidad de gobernante no puede compararse a las habilidades de Rāma, tal como no se puede comparar el andar de un burro con el de un caballo, o el vuelo de un simple pájaro al vuelo de Garuda: el ave celestial.

Sin embargo, Rāma se negó dulce y poéticamente. No quería regresar a Ayodhyā, argumentando que estaba dispuesto a cumplir con el exilio y con la decisión tomada por su padre antes de morir.

Luego le aconseja a Bharata que asuma el puesto sin culpas, y que gobierne con virtud y sabiduría, poniendo en primer lugar la protección de todo el pueblo. También añade que no debe sentir resentimiento en contra de Kaikeyi. Finalmente le promete que retornará cuando se cumplan los 14 años de exilio, y como prueba de ello le regala sus sandalias, diciendo que las usará a su regreso.

Bharata entre lagrimas acepta la voluntad de su hermano.

Todos se despiden.

Rāma entró en su choza llorando. Los soldados se fueron llorando.

Durante los siguientes viajes, Rāma y compañía visitaron muchos lugares; recurriendo distintos sitios de peregrinaje, ermitas, e interactuando con muchos sabios. Fue, en pocas palabras, un viaje espiritual.

Después de muchos años, cuando se hallaban en un bosque circundante al río Godavari, Rāma, Sita y Lakshmana conocen a una bella doncella de nombre Shurpanakha, quien era la hermana de un rey tiránico, Ravana, el gobernante del Reino de Lanka.

Shurpanakha es descrita como una criatura pútrida y horrible, pero que bien podía tomar la forma de una mujer realmente hermosa y seductora para satisfacer sus deseos.  

Resulta que Shurpanakha estuvo casada con un lacayo de Ravana llamado Dushtabuddhi, que disfrutaba de grandes favores de aquel tirano. Pero la codicia de Dushtabuddhi por más poder le hizo perder el favor y la confianza Ravana, y, a su debido tiempo, el rey tirano ordena su asesinato.

Al ver a Rāma, Shurpanakha se enamora perdidamente del Señor y comienza cortejarlo, pero todos sus avances fueron resistidos, pues Rāma rechazaba sus propuestas en favor de su esposa Sita. 

Luego, la mujer intenta seducir a Lakshmana, pero también la repele, argumentado que en aquel minuto vivía solo para servir a Rāma y a Sita, sin tiempo para otra cosa. De igual modo, cabe decir que Lakshmana ya estaba casado, pues contrajo matrimonio años atrás con la princesa Urmila. De hecho, cuando Lakshmana acordó unirse a Rāma y a Sita en el exilio, Urmila estaba lista para acompañarlos, pero su marido recomendó que lo mejor sería quedarse en Ayodhyā, pues sería un viaje difícil y necesitaba concentrarse en servir y proteger a su hermano y cuñada.

No muy complacida con este trato, Shurpanakha se enfurece y revela su verdadera forma. En un acto impulsivo intenta asesinar a Sita, pero Lakshmana reaccionó rápidamente y logró defenderla con un ataque relámpago, llegando a cortarle una oreja y la nariz.  


Shurpanakha se encoleriza, y a costa de gritos llama a las tropas del rey demonio que la acompañaban. Entonces, los dos bandos comenzaron a luchar, pero la balanza se inclinó ante el poderío de Rāma y Lakshmana. 

Los demonios terminaron siendo abatidos, pero Shurpanakha logró escapar, dirigiéndose hacia Lanka con la intención de presentarse ante la corte de su hermano y comunicar lo ocurrido.

Al oír la belleza de Sita, Ravana organizó un plan para secuestrar a la joven y convertirla en su esposa.

Tiempo después, Ravana y sus demonios se dirigieron al bosque en donde deambulaban sus objetivos. Allí se enamora perdidamente de la hermosa Sita, y su plan se torna personal, pues, motivado por la pasión, deseaba verdaderamente poseer a la joven. 

Sin embargo, el rey demonio estaba al tanto de las capacidades bélicas de Rāma y Lakshmana, por lo tanto, no quiso utilizar la fuerza bruta, sino que ideó un plan diferente.

Primero, uno de sus lacayos tomaría la forma de un majestuoso ciervo dorado, para así llamar la atención de Sita.

Cuando el precioso animal se presentó, ella dijo:


"Rāma, mira ese ciervo dorado, nunca había visto algo así, por favor, tráeme a ese ciervo"


Rāma sospechaba que todo podía tratarse de alguna trampa o engaño, pero aún así no podía negarse ante una petición de su esposa, por lo que parte en la búsqueda de aquel majestuoso animal, dejando a Sita al cuidado de Lakshmana.



Una vez internados en el bosque, y lejos de la joven princesa, aquel ciervo revela su verdadera identidad demoniaca, por lo que Rāma le dispara con su arco y lo atraviesa.

Moribundo, el demonio imita la voz de Rāma y de manera estruendosa grita:


“Lakshmana, me han disparado, estoy herido, estoy en el bosque rodeado de demonios, estoy herido y estoy desarmado y me van a derrotar, por favor, ven inmediatamente y ayúdame”


Al escuchar la presunta voz de Rāma en tal terrible situación, Sita se desespera. Lakshmana la consuela diciendo que nadie puede derrotar a su hermano, por lo que no debe temer. Pero el pánico se apodera de la pobre Sita, y le ruega a su cuñado que vaya al rescate de su marido.

Lakshmana toma sus armas y corre hacia el bosque. Pero antes, dibuja un círculo protector impulsado por el poder de un mantra alrededor de Sita; ningún mal podía afectarle si la mujer permanecía dentro de aquel círculo.

Una vez sola; Ravana sería el siguiente en actuar.

Astutamente, el demonio toma la forma de un anciano enfermo y se presenta ante Sita para pedirle un poco de agua y comida. Sita le responde diciendo que no tenía ningún inconveniente en ayudarlo, pero tendría que acercarse al círculo para recibir los alimentos, ya que ella no podía salir. Pero el anciano comienza a cojear y a quejarse de dolores, argumentando que ya no era capaz de caminar. 

La dulce Sita se apiada del anciano y sale del círculo para llevarle los alimentos.

En aquel instante Ravana muestra su verdadera identidad (representado generalmente con 10 cabezas), tomó a Sita por la fuerza y la empujó hacia su carro volador, secuestrándola.



Sita gritó pidiendo ayuda, pero nadie se encontraba alrededor. Por suerte, un ave divina logró oír el llamado de la mujer y acudió en su auxilio.

Se trataba de Jatayu, el Rey de los Buitres.

Jatayu era un pariente de Garuda, la gran ave celestial de Vishnu, así como el hijo menor de Aruṇa, el auriga de Sūrya. 

Ravana tomó su arco hecho de oro y lo cubrió con una lluvia de terribles flechas destructivas, pero Jatayu, pese a su avanzada edad, era bastante ágil, y batiendo sus alas rompió esa nube de flechas para luego destruir el arco del vil secuestrador. Posteriormente, la gran ave ejecuta un duro golpe con sus alas, llegando a destrozar el escudo de Ravana y a provocar un gran daño en su carro volador.

Tras ello, el valiente Jatayu se abalanza sobre el demonio y consigue desgarrar su carne, infligiendo profundas heridas. Luego le clavó su pico en la espalda y le rasgó el cabello con sus garras. Asaltado así por el Rey Buitre, el tirano Ravana, temblando de ira, se lanzó ferozmente contra el ave, luchando cuerpo a cuerpo. 



Pese a que llevaba la ventaja, el buen Jatayu se encontraba totalmente agotado, y sus movimientos comenzaron a debilitarse.

Ravana aprovecha el momento de flaqueo de su oponente, y desenvainando rápidamente su espada cortó las alas y los pies del ave.

Esto provocó que Jatayu se estrellara contra la tierra y quedase en un triste estado.

Entonces, el tirano de Lanka contempló esa noble ave de extraordinaria destreza, apagándose tal como lo hace una antorcha.

Sita lloraba.



El carruaje volador de Ravana se perdió en los cielos.

Rāma y Lakshmana volvieron rápidamente a la ermita de Sita, pero ya no estaba ahí.

Los dos hermanos comenzaron a realizar una búsqueda en los alrededores de aquel lugar con el objetivo de encontrar alguna pista sobre el paradero de Sita.

Lakshmana estaba terriblemente afligido, pues se culpaba de haber abandonado a la pobre mujer, aún cuando Rāma le pidió que se quedara con ella.

Pero Rāma consoló a su hermano y le hizo entender que no cometió ningún error, puesto que únicamente obedeció al suplicio de la pobre Sita, que angustiada por la seguridad de su marido tras haber escuchado aquella voz suplicante, le rogó a Lakshmana que fuese en su ayuda, sin saber que se trataba de un demonio.

Los hermanos investigaron los sitios circundantes a la ermita cuando de pronto descubren a Jatayu, quien se hallaba en un estado moribundo; agonizaba.

El ave les informó de la batalla contra Ravana y les dijo que se había dirigido al sur. Luego, Jatayu murió a causa de sus heridas y Rāma realizó sus últimos ritos funerarios.

El Reino de Ravana se encontraba en Lanka.

Lanka es una isla ubicada al sureste de la India. Actualmente se le conoce como Sri Lanka, y en un pasado se le llamó Ceylán.

Fue a este sitio en donde Sita fue transportada por su secuestrador.

Ravana expresó afectuosa y pasionalmente su deseo por Sita, sin embargo, la fiel mujer rechazó cada uno de sus cortejos:

“Oh Sita, yo soy Ravana, Rey de los Titanes, ante quien tiembla el mundo, los Dioses, los demonios y los hombres. Oh Fuente del Deleite, desde que te vi brillando como el oro, vestida de seda, mis otras consortes han dejado de encontrar mi favor. Conviértete en la reina principal de esas innumerables mujeres, robadas de muchos lugares por mí. Lanka, mi capital, se halla asentada en medio del mar y está construida sobre la cima de una colina. Allí, oh Sita, pasea conmigo por los bosques y olvida tu pasado. Oh Hermosa, si te conviertes en mi esposa, cinco mil sirvientes adornados con diversos ornamentos te atenderán”.

Sita se llenó de indignación y respondió al rey con desprecio, diciendo:

“Yo soy de mi Señor Rāma, quien es tan firme como una roca, tan tranquilo como el océano, e igual al mismo Indra, el Rey de los Dioses. Rāma, dotado de todas las buenas cualidades, se parece al árbol sagrado Nyagrodha en estatura. Yo dependo de ese ilustre y noble guerrero, cuyos brazos son largos, cuyo pecho es ancho, y cuyo andar es como el de un león. De hecho, tal como el león es el más grande de las bestias; Rāma es el más grande entre todos los hombres. Es a Rāma a quien le doy toda mi lealtad. Es a Rāma, cuyo semblante se parece a la luna llena, hijo de un rey, dueño de sus pasiones, de inconmensurable renombre y poder, a quien le permaneceré siempre fiel".

Y añade:

“La disparidad entre tú y Rāma es como la que existe entre un chacal y un león, entre un arroyo y un océano, entre el néctar de los Dioses y las gachas de cebada agria; entre oro y hierro, sándalo y barro, entre un elefante y un gato, un águila y un cuervo, un pavo real y un pato, un cisne y un buitre. Incluso si me secuestras, ese poderoso arquero llamado Rāma, cuya destreza es igual a la del Señor de los Mil Ojos; no podrás conservarme más de lo que una mosca puede estar sobre la mantequilla en la que ha caído”.

Su amor por Rāma era absolutamente incondicional.

Pero Ravana fue muy insistente:

"Reconóceme como tu marido y tendrás a mil sirvientes leales a tu disposición. Todo este Reino, como también mi vida, son tuyos, oh Señora de los grandes ojos. ¡Me eres más querido que la vida misma! Oh Sita, conviértete en la reina de esas numerosas mujeres excelentes que son mis esposas. Oh amada, sé mi consorte, es para tu beneficio. ¿Qué te hace considerar otra cosa? Te conviene mirarme con buenos ojos, ardo en deseos. Rodeada por el océano, el Reino de Lanka no puede ser perturbado ni por la tormenta ni por los mismos Dioses con Indra a la cabeza. Rāma ha sido privado de su reino, sin posesiones, dedicado a prácticas ascéticas, viajando a pie, ¿qué puedes esperar de Rāma, un simple hombre sin recursos? Oh Sita, soy un consorte digno de ti, acéptame; la juventud pasa pronto, disfruta de estas delicias conmigo".

Sita responde:

"El rey Dasharatha es una muralla indestructible de justicia. Ese rey lleno de piedad tuvo un hijo, Rāma. Rāma es famoso entre los Tres Mundo. Rāma es la virtud encarnada. Rāma es un arquero de brazos poderosos y grandes ojos. Rāma es mi Dios y mi Señor. ¡Es él, ese héroe, nacido en la Casa de Ikshvaku, ilustre, que posee hombros como los de un león, quien, con su hermano Lakshmana, te robarán la vida! Si hubieras puesto manos violentas sobre mí en su presencia, él te habría obligado a abstenerte y te habría matado en combate. Esos demonios y sirvientes de rostro sombrío que me ensalzas, por valientes que sean, se verían privados de su poder en presencia de Rāma. Su arco perforaría tu cuerpo como el Ganges golpea las orillas. Te queda poco tiempo pues Rāma vendrá ante ti y no escaparás con vida. ¡Si Rāma deja caer sobre ti su mirada inflamada por la ira, serás instantáneamente consumido. Tu vida, tu prosperidad, tu ser y facultades están perdidos; Lanka será privada de sus habitantes, y quedará desolada por tu culpa. Tú que en ausencia de mi Señor me llevaste por la fuerza, ¡nunca más conocerás la felicidad!"

Ravana se hallaba terriblemente indignado y encolerizado. Y en tono amenazador sentencia: 

“Reflexiona bien, oh encantadora princesa. Si no accedes a mi petición, mis cocineros te harán pedazos y te servirán como mi desayuno"

Habiendo hablado así, Ravana, extremadamente enojado, se dirigió a sus lacayos con estas palabras:

"¡Ustedes, terribles demonios de aspecto feroz, que subsisten de carne y hueso, aplasten instantáneamente el orgullo de esta mujer!".

Cuando hubo dicho esto, esos monstruos de aspecto temible, rodearon a Sita y la arrastraron hasta la arboleda de su palacio en donde cae desmayada.

Rāma y Lakshmana se impusieron la misión de rescatar a Sita.

Prontamente comenzaron a trazar una ruta siguiendo los consejos de Jatayu, y dieron inicio al viaje.

Pero el cruel Ravana les tenía un obstáculo de antemano, pues apenas iniciaron el viaje se toparon con un demonio antropófago llamado Kabandha; un demonio devorador de hombres que era tan duro como una montaña, oscuro como una nube negra y poseedor de una voz tan fuerte como un trueno. Dicho demonio no tenía cabeza, sino que su cara se distribuía a lo largo de un gran torso.

Rāma y Lakshmana logran vencer a la criatura tras un arduo combate en donde incluso Kabandha intentó devorarlos vivos. 

Moribundo, el demonio expresa su agradecimiento al haber sido liberado de su condición como demonio, pues en tiempos pasados fue un hombre normal al que se le condenó a vivir en dicho cuerpo debido a sus pecados.

Kabandha les confiesa que Sita se hallaba en Lanka, y que antes de buscar a su secuestrador debían agrupar fuerzas y aliados, aconsejándoles que buscaran al generoso rey de los hombres mono: Sugriva, el gran líder del Reino de Kishikandha, o simplemente el Reino Vanara.

Fue así como Rāma y Lakshmana emprendieron la misión de localizar al Señor de los Monos.


Sin embargo, los hados planeaban otro destino, pues en aquel entonces Sugriva ya no era el rey de los Vanara: habiendo sido derrocado por su propio hermano Vali y condenado al exilio. 

Sin posesiones, sin ejército, sin tierras, y con apenas un puñado de fieles ministros que decidieron acompañarlo; Sugriva se encontraba completamente desterrado, vagando por los bosques.

Resulta que Vali era originalmente el rey de los Vanara, pues era el hermano mayor de Sugriva. De igual modo, Vali era un guerrero innato que además tenía el don de la invencibilidad, y se pensaba que nadie podía derrotarlo en un combate. 

Un día, un terrible demonio llamado Mayavi se acercó a las puertas de Kishikandha, rugiendo de ira y deseoso por desafiar al rey. Vali lógicamente aceptó el desafío y emprendió un ataque en contra del demonio.

La lucha fue ardua e intensa, pero la balanza terminó inclinándose hacia el rey Vali. El terrible demonio se vio en apuros, por lo que decide abandonar el combate y escapar a las profundidades de una antigua cueva aledaña. Vali salió en su persecución y se adentra en las entrañas de aquel refugio subterráneo, mientras que Sugriva hacía guardia desde afuera. 

Prontamente, la cueva comenzó a dar testimonio de una cruenta lucha. Terribles gritos de dolor brotaban desde su interior, así como un bullicio general que retrataba la ferocidad del combate. Las paredes y el piso se tiñeron de sangre, cosa que el mismo Sugriva comprobó estando afuera. De pronto, silencio. Un silencio frío y tenebroso que llegaba a calar los huesos. Ninguno de los dos combatientes volvió a salir ni a dar indicios de vida. Sugriva concluyó erróneamente que Vali estaba muerto. Cerró la cueva con una gran roca y retornó al palacio. 

En aquel lugar, la corte lo convirtió en rey, asumiendo que Vali había fallecido. 

Tras un tiempo ocurre algo inesperado, pues Vali había sobrevivido al combate y regresó a casa. Al ver a Sugriva actuando como rey, concluyó que su hermano lo había traicionado. Aunque Sugriva intentó humildemente explicarse, Vali no quiso escuchar. Como resultado, Sugriva es exiliado del reino. Solo unos pocos hombres pudieron acompañarlo. 

E incluso, a modo de venganza, Vali toma a la mujer de su hermano y no permite que parta con él a su exilio.

Esa es la historia de Sugriva.


Tanto Rāma como Sugriva se encontraban exiliados en tierras salvajes, por lo que era cuestión de tiempo para que ambos grupos convergieran.

Un día, el grupo de hombres monos se encontraba atravesando un bosque a los pies de la montaña de Rishyamuka, cuando a lo lejos avistan a dos individuos fuertemente armados y en forma. Se trataba de Rāma y de Lakshmana.

Esto los perturbó, pues era raro que dos guerreros estuviesen vagando por aquel bosque, y encima, a poca distancia desde donde ellos se encontraban. 

Sugriva llegó a la conclusión de que su hermano Vali había enviado a esos dos guerreros para asesinarlos.

El grupo de exiliados se angustió intensamente al reflexionar en dicha idea, pues se encontraban indefensos y desarmados. Sugriva, con el corazón palpitante, miraba a su alrededor con la intención de encontrar un lugar en donde pudiese refugiarse, pero no halló ninguno. Entonces, comenzaron a deslizarse como gatos salvajes entre los árboles.

Sin  embargo, entre el grupo de Sugriva se hallaba un sabio llamado Hanumān, a quien todos admiraban por su inteligencia, perspicacia y erudición. Además, era un yogui de alto nivel y un importante ex ministro de la corte real.

Pero Hanumān no era un hombre como nosotros. Hanumān era el hijo de Vāyu, el Dios del Prāṇa, que es la energía interna que todo lo vivifica y anima. El universo entero es una manifestación de Vāyu, que es la mano de Dios que da movimiento a todas las cosas. Vāyu es referido y adorado como Dios del "viento", porque el término "viento" fue empleado por los antiguos sabios de la India para referirse a esta energía invisible. 

Sin embargo, Hanumān no tenía recuerdos de su condición divina, y al igual que Rāma; vivía como un hombre normal. 

Quizás esta particular característica hizo que Hanumān fuese un hombre tan disciplinado, espiritual e inteligente, y no por nada se le ha adorado durante miles de años como el Dios del conocimiento y la sabiduría. 

Todos aquellos que rodeaban a Hanumān se daban cuenta de que poseía un aura santa y de alta frecuencia.

Entonces, cuando el grupo de Sugriva se percató de la presencia de aquellos dos hombres desconocidos y fuertemente armados, fue Hanumān quien tomó la palabra y tranquilizó al grupo:


“¡Que todos destierren el miedo hacia Vali! No veo aquí ninguna señal de que ese cruel tirano se encuentre en esta montaña. Esa astuta criatura a la que temes, tu malvado hermano mayor, no está aquí, oh amigo: no veo motivo alguno para tu aprensión. Es evidente que tu naturaleza simiesca ceda ante la distracción de la mente, y no seas capaz de ver con claridad. Eres inteligente, experimentado, capaz de leer la expresión de los demás y estar siempre preparado para cualquier eventualidad, pero si cedes ante la agitación no podrás anticiparte a ninguna".

Las palabras de Hanumān calmaron al grupo. Sugriva se disculpa y le solicita a Hanumān que se presente ante los dos jóvenes para saber sus intenciones. 

La idea era recopilar toda la información posible sobre Rāma y Lakshmana.

Sin embargo, Sugriva toma precauciones, y le dice a su ministro Hanumān que se disfrace como un “sanyaasin” o monje asceta.

Hanumān parte al encuentro y se colocó en el camino de los dos guerreros.


Inclinando su cabeza con reverencia y juntando las manos, el hombre mono se acercó ante los dos extraños para iniciar una conversación, utilizando siempre un tono suave y agradable: 

“Oh ascetas de renombrada penitencia, que estáis llenos de fe y valor. Ustedes que se asemejan a los Rishis y a los mismos Dioses, ¿por qué habéis venido a esta región, sembrando el miedo entre las manadas de ciervos y otros habitantes del bosque al inspeccionar cada rincón? Vuestros ojos parecen bellos pétalos de loto y al mismo tiempo tienen un pecho vigoroso. Ambos parecen imbatibles en una pelea y dan la impresión haber salvado muchas vidas. Ustedes parecen Dioses disfrazados de humanos. ¿Por qué deambulan por un bosque denso como este?”.

 

En ese momento Hanumān deja las precauciones de lado y se presenta, revelando su verdadera identidad, pues sabía que aquellos hombres eran buenos:


"Yo soy Hanumān, Ministro de Sugriva, quien fue desterrado por su hermano Vali, el rey de Kishkindha, Reino Vanara. Sugriva es una persona justa e ilustre que busca tu amistad"

Habiéndose dirigido a esos dos héroes en términos discretos y corteses, Hanumān guardó silencio.


Rāma mira a Lakshmana con una sonrisa placentera y un rostro radiante, pues el discurso de Hanumān le había causado una excelente impresión. Ambos hermanos quedaron muy impresionados por su elocuencia y oratoria. 

Rāma le dijo a Lakshmana: 

“Lakshmana, ¿observaste cuán articulado habló Hanumān? No hay nada imposible para un rey que tiene un ministro como él. Al analizar sus palabras, parece estar bien versado en el Rigveda, Yajurveda, Samaveda, Vyakaran y Upanishads, pues uno nunca puede hablar de esa manera sin poseer ese conocimiento. Su discurso se encuentra lleno de plenitud, profundidad, seguridad y distinción; su voz brota de su pecho en tonos claros y modulados. Se expresa con admirable felicidad y sin vacilación alguna; su tono es armonioso y conmueve agradablemente el corazón. ¿Qué enemigo, habiendo desenvainado su espada, no sería desarmado por el encanto de esa voz que enuncia cada sílaba tan perfectamente? Sugriva tiene mucha suerte de tener a Hanumān como su ministro. Por favor Lakshmana, transmítele nuestro propósito de presencia en este bosque.”

Lakshmana entonces le cuenta la historia a Hanumān sobre lo ocurrido con Sita y Ravana.

En ese momento Sugriva y sus compañeros salen de donde estaban resguardados e inician una amistosa conversación.

Una vez concluido el relato, las dos partes resolvieron llegar a una alianza amistosa. Sugriva deseaba ayudar a Rāma y a Lakshmana, pero antes debían recuperar el trono de Kishikandha para así poder disponer de un ejército y de todos los medios necesarios para dicho fin, ya que no era una tarea fácil, pues el rey demonio era rico y poderoso. Además, al igual que Rāma, Sugriva necesitaba liberar a su esposa cautiva.

Entonces concluye:

“Es una gran fortuna y la mayor de las ganancias para mí, oh Señor, que desees aliarte en amistad conmigo, que soy un simple miembro de la Tribu de los Monos. Si esa amistad encuentra favor contigo, entonces aquí está mi mano, tómala entre las tuyas y vinculémonos firmemente con un voto”.
"Ya sea que se encuentre en el cielo o en el infierno, buscaré a esa dama y te la traeré de vuelta, ¡oh Conquistador de tus enemigos! Sepa bien, hablo con verdad, oh Rāma. Sita no está destinada a ser el alimento de demonios o titanes; ¡Tu consorte resultará ser un plato envenenado para ellos!

Al escuchar las dulces palabras de Sugriva, Rāma con un corazón alegre estrechó su mano y, feliz al pensar en la alianza que estaban a punto de iniciar, lo abrazó cálidamente, y finaliza diciendo:

“¡Administrar socorro es fruto de la amistad, dañar a los demás el de la enemistad! Yo mismo mataré al secuestrador de tu consorte. Aquí están mis astas aladas y flechas ardientes, oh Sugriva. Verás a ese enemigo, tu hermano llamado Vali, contaminado con malas acciones, derribado con estas flechas, como una montaña que se desmorona en polvo”.

Hanumān preparó una fogata en donde ambas partes sellaron el voto mediante la quema de flores, como era la costumbre.


Sugriva retornó al Reino de su hermano y, gritando con todas sus fuerzas lo desafió a una pelea cuerpo a cuerpo. 

Cuando el poderoso Vali escuchó a su hermano emitir este tremendo clamor, estaba lívido de ira y salió corriendo como el sol sale sobre la cima de una montaña. 

Entonces se produjo una terrible lucha entre Vali y Sugriva. 

Los puños de ambos hermanos eran tan duros como diamantes, y los dos estaban llenos de furia, agrediéndose con estruendo. Cubiertos de sangre, Vali y Sugriva parecían nubes de tormenta chocando entre sí con un gran escándalo. Incluso, se agredieron con árboles arrancados de raíz.


Rāma se encontraba observando el combate a buena distancia, oculto entre los árboles. Pronto notó que Sugriva estaba siendo vencido, por lo que pensó que ya era momento de intervenir. Para ello, tomó una flecha y la tensó en su magnifico arco, tan letal como una serpiente venenosa. 

Entonces, Rāma dispara. 

El arco emitió un sonido tan poderoso como el estruendo de un rayo. Esa formidable flecha de aspecto deslumbrante atravesó el pecho de Vali, y bajo su fatal impacto el poderoso y valiente Rey de los Monos cayó a tierra.

Afligido y sin sentido, Vali se vio estrangulado por sollozos que luego se apagaron gradualmente. Rāma, el más fuerte de los hombres, había descargado aquella flecha formidable, ígnea y mortífera, resplandeciente como el oro y que salió disparada como el humo emitido de la boca llameante de un dragón.

En su lecho de muerte, Vali sostuvo una larga conversación con Rāma, reconociendo que había actuado de manera equívoca y arrepintiéndose de sus pecados. 

Finalmente, Vali le pidió a su hijo Angada y a sus hombres que apoyaran a Sugriva y la causa de Rāma.

Así fue como el Reino de los hombres mono se une a la campaña para rescatar a Sita.

Sugriva es coronado como nuevo rey, y al instante instruye a sus soldados para que se distribuyan a lo largo de todo el mundo con el fin de localizar a Sita. 

El fiel Hanumān también participó de dicha misión, e incluso se le entregó el cargo de Comandante del Ejército Vanara. A sus fuerzas se sumaron las tropas de un amigo muy cercano; Jambavan, el rey de la raza de hombres osos. 

Por su puesto, Rāma y Lakshmana iban con ellos.

Las filas de Hanumān se dirigieron en dirección sur, hacia el mar de Ceilán, cruzando inmensos desiertos y profundas selvas. Finalmente llegan al estrecho que separa Lanka de la península india, sospechando que Sita había sido llevada más allá de los mares.

Sin embargo, las tropas se deprimen al ver la inmensa distancia que los separa de Lanka, afligiéndose por haber fracasado en la misión de búsqueda al no tener una forma de cruzar el vasto océano.

Hanumān también se entristece por el aparente fracaso de su misión, pero justamente dicho estado de ánimo; aquella impotencia por no poder ayudar a sus amigos y de fracasar como el líder de su ejército, lo llevaron a despertar su naturaleza interna, pues Hanumān también era un Dios nacido como hombre.

Prontamente algo cambió en su interior; su naturaleza divina, que se encontraba en un profundo estado de letargo, fue despertada. En ese momento todos sus compañeros notaron el cambio en Hanumān, y comenzaron a animarlo y alentarlo profusamente.

Hanumān entonces recuerda sus propios poderes y agranda su cuerpo para transformarse en un feroz gigante, demostrando que su naturaleza divina se hallaba despierta.

Tras ello, Hanumān realiza una sorprendente proeza; volar.

Con la vista puesta en dirección a la isla de Lanka, el gran Hanumān se despide de sus tropas y se autoimpone la misión de sobrevolar los casi dos mil kilómetros de océano que separan la costa de la India con el reino de Ravana.

Antes de partir, Rāma se acerca al gran mono y le hace entrega de su anillo de bodas, para que así, la dulce Sita supiera que Hanumān estaba al servicio de su esposo y de que podía confiar plenamente en él.

Hanumān entonces vuela sobre el mar mientras sus tropas lo continuaban alentando desde la orilla, gritando vigorosamente.

Sin embargo, en dichas aguas habitaba un colosal dragón acuático al que llamaban Surasa.

Surasa residía en el fondo de aquel océano, pero no era de completa naturaleza maligna. Cuando vio el vuelo de Hanumān quiso salir a la superficie para ponerlo a prueba.

Esta criatura medía lo mismo que una gigantesca montaña, y podía abrir sus fauces a niveles inimaginables.

Surasa tenía la intención de probar la grandeza de Hanumān y de perfeccionar sus habilidades, con el fin de advertirle sobre los peligros inminentes y la manera de actuar. 

Entonces, Surasa interrumpe el vuelo de Hanumān y le dice que lo piensa devorar vivo, pues había sobrepasado su territorio. Hanumān le explica su misión, solicitándole que necesitaba dirigirse a Lanka con prisa.

Surasa niega la petición del Dios mono.

Entonces, en su amor por Rāma, Hanumān le dice que cruzaría el océano, y que una vez cumplida su misión retornaría ante Surasa para que pudiera devorarlo.

El dragón marino nuevamente se niega a ceder.

Hanumān entonces desafía a la bestia y le dice que intente devorarlo, y en ese preciso momento agranda su tamaño a una estatura colosal. En concordancia, la bestia responde expandiendo sus fauces al mismo porte que el Dios mono, con el fin de poder devorarlo sin dificultades. Hanumān nuevamente se agranda, y la bestia nuevamente vuelve a expandir sus fauces. Y así continuaron hasta que ambos llegaron a medir 100 kilómetros de alto. Entonces, Hanumān asume una forma diminuta, llegando a medir apenas una pulgada de alto. A una velocidad increíble el Dios mono entra y sale por la boca del dragón mucho antes de que la misma pudiera cerrarse. En teoría, Hanumān fue "devorado" por la bestia, por lo tanto, podía proseguir su camino. Impresionada por su ingenio, Surasa bendijo a Hanumān y lo dejó ir.

Hanumān sabía que la fuerza bruta no siempre sería la herramienta indicada para superar adversidades. Recordemos que le encomendaron una misión de espionaje y que por lo tanto debía pasar desapercibido en una ciudad que no lo recibiría. En consiguiente, el uso del ingenio era la respuesta para muchos casos.

Y así el Dios mono pudo superar el vasto océano.

Luego, fue cosa de tiempo para que Hanumān pudiese encontrar pistas sobre Sita y dar finalmente con su paradero.

Y así ocurrió. Pero antes se enfrentó a nuevos obstáculos.

Apenas toca la tierra de Lanka, Hanumān se vio interrogado y detenido por una mórbida y horrible centinela llamada Lankiní, descrita como una demonesa gigante y colérica que se encargaba de custodiar las puertas de la isla.

Lankiní lo aborda y le pregunta sobre su identidad y el propósito de su visita, pero Hanumān, que no quiere revelar su misión, responde inteligentemente que ha venido desde el continente para ver la famosa ciudad de Lanka y su belleza. Sin embargo, Lankiní se da cuenta de que es un intruso y lo ataca.

Hanumān no quería golpear a una mujer, sin importarle si se trataba de una demonesa al servicio de Ravana, por lo tanto, para defenderse del ataque únicamente le asienta un golpecito con la punta de su dedo. Tal era la fuerza de Hanumān, que Lankiní cae herida, sangrante y aturdida, sin lograr entender cómo aquel mono pudo haber perpetuado un golpe tan poderoso. Ante tal situación, Lankiní se da cuenta de que Hanumān no es un simple mono y se disculpa por haberlo atacado. Hanumān le perdona la vida y sigue con su camino. 

Una vez dentro de Lanka, Hanumān se encoge hasta el punto de parecer un diminuto ratón, y comienza a recorrer la ciudad de Ravana. Allí pudo visitar innumerables palacios, mansiones y calles, descubriendo que la ciudad se hallaba muy bien defendida. Incluso logró infiltrarse entre los aposentos de Ravana, y lo vio muy de cerca.

Explorando palacios aledaños, Hanumān descubre que una bella mujer se hallaba retenida y custodiada por terribles demonios. Era Sita.

Hanumān quería consolar a Sita y darle el anillo de Rāma, pero no estaba seguro de cómo acercarse a Ella, puesto que estaba siendo fuertemente custodiada. Hanumān pensó con mucho cuidado. 

Entonces, decidió tomar el aspecto de un mono común y corriente, y luego escaló hasta un árbol cercano a Sita, presentándose ante ella cordialmente.

Hanumān relató los planes de Rāma, describiendo todo lo que había acontecido desde el momento en que la mujer fue secuestrada por el tirano. Sita se asombró al escuchar la voz de aquel mono. 

Luego, Hanumān se deslizó del árbol y se inclinó ante Sita con las palmas unidas sobre su cabeza, para luego finalizar diciendo que Rāma espera con dolor alguna noticia de su amada esposa.

Con el fin de disipar los temores de la pobre mujer, Hanumān le mostró el anillo que el mismo Rāma le había entregado para fortalecer la confianza de su esposa en el jefe mono, y entender que no se trataba de una trampa de su secuestrador.

Hanumān le mostró el anillo que Rāma le había dado y se lo entregó a Sita, quien lo reconoció de inmediato. Ahora estaba convencida de la identidad de Hanumān. Poniéndose de pie con entusiasmo, Sita sintió una alegría ilimitada, diciendo:


“Has logrado una gran hazaña al cruzar el ancho océano y entrar en esta ciudad fortificada. Oh noble mono, seguramente eres el principal de los sirvientes de Rāma”.


Sita interrogó a Hanumān ansiosamente y el mono respondió: 


“Rāma no conoce tu paradero exacto, oh dama piadosa, pero está bien y espera noticias tuyas. Tan pronto como Él escuche mi informe, vendrá aquí con Su ejército y librará al mundo de estos demonios. No puede haber ninguna duda de esto en absoluto”.


Sita sintió alegría y dolor al mismo tiempo cuando oyó hablar de su esposo y de su propio dolor por ella. Las palabras del mono eran como néctar mezclado con veneno. No podía tolerar escuchar sobre el dolor de Rāma. Sus hermosos párpados con sus largas pestañas negras revolotearon mientras parpadeaba para quitarse las lágrimas. Habló con Hanumān, que estaba sentado con las palmas de las manos cruzadas y la cabeza gacha. Y finalmente le comenta:


“Oh mono valiente, debes traer rápidamente a Rāma. Queda poco tiempo hasta que el despiadado Ravana me mate. El demonio no prestará atención a ningún buen consejo y está empeñado en provocar su propia destrucción".


Hanumān entonces dejaría Lanka y volvería al Reino de los Monos con un informe completo sobre la situación. 

Cabe decir que Sita y Hanumān descartaron la idea de efectuar el rescate en aquel minuto. Primero, los demonios de Ravana los detectarían y los perseguirían hasta el Reino de los Monos, cobrando muchas vidas inocentes. De igual modo, las tropas de Ravana eran capaces de luchar en el aire con armas muy poderosas, y Hanumān estaría en apuros si volaba con Sita sobre su espalda. Finalmente, Hanumān no podía desobedecer su misión, pues el Señor le dijo claramente que debía viajar a Lanka con el fin de hallar el paradero de Sita, más no que la tomara y rescatara. Ese era un trabajo para el propio Rāma, y Hanumān, que conocía la verdadera naturaleza de su Señor, sabía que sus indicaciones tenían un propósito.


Hanumān se despide de Sita. La bella cautiva le hace entrega de una de sus joyas para que se la mostrara a 
Rāma y supiera que todo estaba bien.



Pero antes de abandonar Lanka, Hanumān decidió devastar los jardines de Ravana. Como una tempestad embravecida, el gran Señor de los Monos comenzó a desarraigar los árboles con sus propias manos, destruyendo todo aquello que estuviese a su paso. Aquella arboleda parecía como si un fuego la hubiera consumido. Aquí y allá sonaba el trompeteo de elefantes enloquecidos. El estruendo de los árboles que caían infundía terror en los corazones de los habitantes de Lanka. Las bestias salvajes y los pájaros huían aterrorizados por todos lados.

Ravana despertó agitadamente. Al mirar en sus jardines descubrió algo impensado: un poderoso y heroico mono, tan gigante como una montaña, estaba destruyendo su reino. Los soldados de Ravana se acercaron a Sita para interrogarla, pero astutamente, la joven cautiva dijo no conocer al gigante.

El rey demonio le ordenó a sus titanes llamados Kinkaras, guardianes feroces de cuerpo enorme y dotados de gran fuerza, pudiendo incluso volar por los aires, que atacaran al poderoso mono. Así fue como un total de ochenta mil Kinkaras salieron en su persecución, precipitándose sobre él como polillas. 

Hanumān, lleno de fuerza y ​​coraje, semejante a una colina, agitando su cola, comenzó a rugir y a atacar, deshaciéndose fácilmente de aquellos magníficos guardianes. Entonces, Hanumān grita: 

“¡Victoria al poderoso Rāma y al valiente Lakshmana! ¡Victoria para Sugriva! Soy el sirviente del Soberano de Koshala, Rāma, de hazañas imperecederas. Mi nombre es Hanumān, el destructor de ejércitos hostiles, la descendencia de Maruta. ¡Mil Ravanas no pueden estar frente a mí en combate!".


Al oír sus gritos, los titanes se llenaron de terror.

Habiendo matado a los guardianes, ese heroico y poderoso titán con forma de mono abandona la isla. Los pocos guerreros que habían escapado le informaron a Ravana de la destrucción de sus sirvientes y, al escuchar que una poderosa hueste de demonios había sido asesinada, el rey, con los ojos en blanco de ira, declaró la guerra.

Muchos otros demonios intentaron detener el escape de Hanumān, pero todos fueron repelidos y asesinados... excepto por el príncipe Indrajit, el hijo de Ravana.

Indrajit poseía un carro volador indestructible y prácticamente invulnerable. De igual modo, contaba con la capacidad de poder invocar un arma espiritual de gran poder destructivo, el "brahmastra".

Indratij tenía una destreza de poder incomparable. Subió a su carro y veloz como el águila o como el viento mismo, alcanzó a Hanumān. Indiferentes al peligro comenzaron a pelear, y aquel poderoso mono esquivó al impetuoso ejército de aquel valeroso arquero. Acto seguido, el heroico Indrajit comenzó a descargar sus maravillosas flechas afiladas, aladas y con puntas de acero soberbiamente labradas, rematadas en oro, veloces como un rayo. Al escuchar el estruendo de ese carruaje, el redoble de los tambores junto con el sonido del estiramiento del arco, Hanumān saltó de un lado a otro, evadiendo la lluvia de flechas. Así, aquellos hábiles y enérgicos guerreros, sumamente rápidos en sus movimientos y versados ​​en el arte de la guerra, entraron en combate para asombro de todos los seres. Ni el titán pudo tomar desprevenido a Hanumān, ni Hanumān desprenderse de Indrajit, ya que se lanzaron uno contra el otro con un coraje digno de los Dioses.

Entonces Indrajit utilizó el brahmastra en contra de Hanumān, derribándolo con un potente golpe. Hanumān fue velozmente encadenado por una horda de guerreros. A pesar del sufrimiento que le causaron los grilletes que lo ataban, Hanumān se dejó maltratar por los titanes, soportando los golpes e insultos. Bien pudo haberse librado, pero quiso ser conducido a la corte de Ravana.


“¿Quién es éste? ¿Quién lo ha enviado? ¿De dónde ha venido? ¿Cuál es su misión? ¿Quiénes son sus seguidores? ¡Mátenlo! ¡Quemadlo! ¡Devoradle!", fueron los gritos que se escucharon en toda Lanka.


Hanumān simplemente respondió: 


"Soy un mensajero, vengo de parte del rey Sugriva y de Rāma".


Al escuchar las palabras de ese mono de alma elevada, el rey demonio, en un ataque de furia, ordenó su ejecución. 

Sin embargo, este acto no encontró la aprobación de Vibhishana, príncipe y hermano menor del tirano, pues la ley establecía que no se podía asesinar a un mensajero. 

Ravana entonces recapacitó, cediendo ante el consejo de su hermano, que era noble y recto. Tras ello, ordenó que aquel cautivo no debía ser ejecutado, pero sí debía ser castigado.

Ravana conocía las costumbres de los vanara, y por ende, tenía certeza de que la cola significaba el adorno más preciado para ellos. Entonces, el tirano ordena que la cola de Hanumān sea quemada a fuego lento. Esto no solamente era una tortura, sino que también un mensaje para todos sus amigos y parientes.

Al escuchar sus palabras, los titanes comenzaron a envolver la cola de Hanumān en trapos de algodón empapados con aceite, y procedieron a prenderle fuego.

Mujeres, niños y ancianos se reunieron para disfrutar de aquel escarmiento público.

Hanumān se sometió a este ultraje con dignidad y valor. Y si bien sentía dolor por las quemaduras, su mente no resultó perturbada. 

Los titanes exhibieron al cautivo a lo largo de toda Lanka, pero esto fue aprovechado por el Señor, pues de esta manera conocería en mayor profundidad el reino: sus palacios, plazas, calles, fortalezas, cruces, callejuelas y callejones. Toda esta información serviría para que el ejército de Rāma tuviera total conocimiento sobre la ciudad, y así poder trazar estrategias efectivas.

Una vez concluido el escarmiento público, ese mono impetuoso y poderoso rompió sus ataduras. Luego emitió un grito salvaje y expandió su estatura a dimensiones colosales, llegando a medir lo mismo que una montaña. Su cola, todavía ardiendo, daba la impresión de ser una gigantesca antorcha. 

En ese momento Hanumān sobrevuela el reino de Lanka y procede a sacudir su cola de manera violenta y enérgica, con el fin extender las llamas sobre la ciudad, provocando literalmente una lluvia de fuego. Su cola era similar a una nube cargada de relámpagos que descargaba su contenido con furia.

El poderoso Mono comenzó a saltar y a desplazarse a lo largo de toda Lanka, prendiendo fuego sobre las fortalezas, palacios, plazas, viviendas, jardines y edificios. Producto del fuego se consumieron muchos tesoros y nada pudo ser rescatado. Los demonios, titanes y habitantes entraron en pánico, e incluso los metales comenzaron a fundirse hasta transformarse en una masa acuosa. 

El fuego de Hanumān ardía como un millón de soles, consumiendo todo a su paso. Y habiendo devastado el bosque, matado a los titanes en lucha y quemado la gran ciudad de Lanka, ese poderoso mono, extendiendo los rayos de su cola llameante como una aureola, se parecía al sol rodeado de un nimbo. Luego, habiendo consumido la ciudad de Lanka, Hanumān apagó el fuego de su cola en el mar y emprende el retorno a su tierra.


Entonces las tropas de monos que todavía se hallaban en la costa, comenzaron a saltar de alegría cuando vieron que Hanumān estaba de regreso. 

Una vez reunidos, el gran titán y Señor del viento comenzó a relatar su experiencia en Lanka, recibiendo felicitaciones por sus valientes proezas. El mismo Rāma le dijo:


"La misión que ha llevado a cabo Hanumān es de gran importancia y la más ardua que se ha visto: ¡Ningún otro podría haberlo logrado, ni siquiera en pensamiento!".


Mientras tanto, en Lanka los generales y comandantes de Ravana se estaban organizando para iniciar un contraataque, deseando vengarse de Hanumān, y por su puesto, de aquellos que lo enviaban: Rāma, Lakshmana y Sugriva. Pero el príncipe Vibhishana estaba en desacuerdo, argumentando que no era una buena idea luchar contra Rāma, y que Sita debería ser liberada de su cautiverio para que de este modo todos pudieran vivir en paz, evitando la guerra. Sin embargo, la asamblea real rechazó su propuesta, pues todos deseaban acabar con Rāma.

El rey demonio, vestido con su mejor armadura y rodeado de sus más valientes guerreros, amenazó coléricamente a Vibhishana por no apoyar la causa, acusándolo de traidor. Finalmente, el príncipe fue expulsado de Lanka. 

Rechazado por su reino, Vibhishana se dirige al encuentro de los Vanara en la península india, deseando presentarse como un aliado.

En primera instancia, las tropas de Hanumān lo vieron con recelo y desconfianza, pero el príncipe, de manera elocuente y cortés, se presentó como un exiliado que deseaba la amistad de Rāma.

Ante ello Sugriva exclama:


“Éste debe ser un emisario del señor de los Titanes que, sin duda, ha venido a sembrar discordia entre nosotros o a descubrir nuestros puntos débiles; queriendo ganarse nuestra confianza a través de la astucia, él mismo tendrá la intención de atacarnos un día. ¿Cómo podemos confiar en él a primera vista? Él es Vibhishana, el hermano menor de Ravana".


Vibhishana fue interrogado por los Vanara y por el mismo Rāma. Finalmente el ex príncipe, inclinándose ante el Señor, añade: 


“En la matanza de los titanes y la captura de Lanka, te ayudaré con todas mis fuerzas y romperé las filas del enemigo.”


Poco a poco, Vibhishana fue ganándose el favor de Rāma, terminando siendo aceptado entre sus filas.

Tras estos acontecimientos el ejército del Señor comenzó a trazar una campaña para dirigirse a Lanka y luchar contra el rey demonio.

Sin embargo se encontraban frente a una terrible encrucijada: ¿cómo podrían cruzar el océano? Su ejército carecía de flota, y tampoco disponían de mucho tiempo para construirlas. De igual modo resultaba casi imposible transportar a los miles y miles de guerreros en embarcaciones.

Rāma entonces optó por dirigirse personalmente a la costa de aquella península, teniendo la intención de realizar una ceremonia sagrada y así; poder invocar a Varuna, el Rey del Mar. Rāma quería solicitarle a Varuna que abriera los mares y formara un camino para que su ejército pudiera desplazarse, pero el rey de los mares no respondió a la llamada. 

Durante tres días, las ceremonias no dieron resultado. Entonces Rāma se encolerizó por la arrogancia del rey, y se dirigió al océano con un tono amenazador, diciendo:


"Hoy secaré el mar y todos sus rincones. Sus habitantes serán asesinados por mis flechas y una gran nube de polvo se levantará en tu lecho para drenar el mar, y así, los monos cruzarán a pie hasta la otra orilla. Has tratado de oponerte a mí, pero no eres consciente de mi valor ni de mi fuerza"


Rāma estaba dispuesto a secar el océano completo si era necesario. Entonces, blandió su arco y tensó la cuerda con una de sus preciosas pero terribles flechas destructivas. Al disparar aquel proyectil y penetrar en las aguas, pareció como si el océano mismo comenzara a hervir. Miles de serpientes marinas se alejaron con pánico del lugar en donde se produjo el impacto.

Pero al no ver la presencia de Varuna, el Señor Rāma blandió su arco divino. Este artefacto tenía tal capacidad de destrucción, que al momento de tensarlo se produjo un fuerte sismo que sacudió la tierra, y los cielos se volvieron negros y oscuros, resonando truenos por doquier. Los seres del mar emitieron gritos de miedo y, postrados en en su agonía, temblaron de terror.

En ese minuto, el rey del océano se asustó y salió a la superficie para solicitarle a Rāma que no utilizara aquel artefacto divino, argumentando que no respondió al llamado de las ceremonias por dos simples motivos. Primero, su rol como sostenedor del "Rta" (el orden de las cosas) le concede una naturaleza insondable e inflexible, por lo tanto, no podía realizar un acto antinatura como abrir los mares:


"La tierra, los vientos, el cielo, el agua y el fuego están regidos por las leyes de la naturaleza y no deben ser sobrepasadas. Soy por naturaleza profundo y ancho y no es posible cruzarme. Esa es mi naturaleza y no puede ser alterada. Si el fondo está expuesto, estará en contra de todas las leyes de la creación. … Por eso callé cuando me pediste que te dejara cruzar el mar".


Sin embargo, el arco de Rāma ya estaba cargado, y su poderoso proyectil no tenía vuelta atrás. Entonces Varuna le solicita que la flecha divina sea disparada hacia otra dirección: 


"Hacia el norte hay un lugar conocido como Drumatulya, en donde moran numerosos ladrones y criaturas pecadoras de hechos temibles. No soy capaz de soportar cuando esa gente malvada, esos malhechores, bajan a beber de mis aguas. ¡Oh, Rāma! Que esta excelente flecha se lance sobre ellos allí".


A cambio, Varuna le promete que pese a su naturaleza inflexible como sostenedor de las leyes físicas, podría contribuir a que Rāma y sus tropas cruzaran el océano. Para ello propuso que se construyera un puente, dando su palabra de que ninguna gota de su vasto mar interferiría en dicha labor.

Rāma acepta la propuesta y dispara su proyectil en la dirección indicada. El impacto generó una destrucción terrible, creando lo que actualmente se conoce como el desierto de Thar.


Los monos del ejército se apresuraron a recoger los materiales necesarios para la construcción del puente. Miles y miles de soldados colaboraron activamente en esta misión.

Los monos arrancaron árboles de raíz y transportaron piedras tan grandes y pesadas como un elefante. Las montañas fueron despojadas de sus picos y distribuidas a lo largo de las aguas. Los poderosos Vanara trabajaban a gran velocidad y con fuerte esmero: lanzando los materiales por los aires y acomodándolos con suma precisión, llegando a crear una sofisticada obra de ingeniería.

Incluso las ardillas del bosque se unieron a la construcción del puente, llevando guijarros con sus pequeños hociquitos.

En su amor por Rāma, todos trabajaron febrilmente, y al cabo de cinco días se logró construir una obra asombrosa:


"Unos trajeron troncos de árboles y otros los montaron; fueron cientos y miles los monos que, como gigantes, se sirvieron de juncos, troncos y árboles en flor para construir aquel puente, corriendo de aquí para allá con bloques de piedra que se asemejaban a montañas o picos de peñascos, que, arrojados al mar, cayeron con gran estruendo. El primer día aquellos monos semejantes a elefantes, de inmensa energía, llenos de buen humor, levantaron catorce leguas de mampostería. Al segundo día, aquellos monos muy activos y de formidable estatura lanzaron veinte leguas. Agitándose, aquellos gigantes lanzaron veintiuna leguas de estructura sobre el océano en el tercer día y en el cuarto, trabajando febrilmente, construyeron veintidós leguas de extensión. Al quinto día, aquellos monos, industriosos trabajadores, llegaron a veintitrés leguas de distancia de la otra orilla".


Una vez finalizado, el ejército de Rāma cruzó el puente.

De igual modo, Varuna cumplió su palabra: ninguna ola, ninguna tormenta ni ninguna gota perturbó la estructura sobre el mar.


Prontamente las noticias llegaron a oídos de Ravana, quien dijo:

“Todo el ejército de monos ha cruzado el océano infranqueable en un puente construido por Rāma, ¡una hazaña sin precedentes! ¡Nunca creí posible hacer una calzada sobre el mar!".

Luego le ordena a sus espías que se infiltren entre las tropas enemigas con el fin de conocer sus planes, armas y número de soldados. A estas órdenes, Shuka y Sarana, dos de sus más fieles servidores y comandantes, toman la forma de monos y acuden al lugar en donde se hallaban los vanara.

Sin embargo, Vibhishana, que conocía muy bien los artificios de su hermano, identificó a los dos espías.

Shuka y Sarana no ofrecieron resistencia, y temiendo por sus vidas se rindieron ante Rāma, confesando la misión a la cual fueron encomendados.

Rāma, en su amor y sabiduría, perdona la ofensa de los dos infiltrados y permite que regresen al palacio, pero con la tarea de llevarle una advertencia al rey demonio, diciendo que en cuestión de horas su ejército arrasaría con su imperio. 

"Mañana al amanecer verás mis flechas demoler la ciudad de Lanka con todas sus atalayas y murallas, así como la destrucción de tu ejército de titanes. Mi terrible ira caerá sobre ti y tus fuerzas al amanecer, oh Ravana"

Al recibir esta orden, Shuka y Sarana, admirados por su justicia, gritaron: 

"¡Que seas victorioso!"

Y se retiraron brindándole homenajes a Rāma.

Al llegar al reino, los dos espías se presentan ante el rey demonio y le entregan la información pertinente, así como una advertencia: 

“En ese lugar están reunidos cuatro de los principales líderes monos, que son iguales al Protector de los Mundos. Sus guerreros, diestros en el uso de las armas, de probada destreza, son Rāma, hijo de Dasharatha, el afortunado Lakshmana, Vibhishana, y el sumamente enérgico Sugriva, cuya fuerza es igual a la del gran Indra. Incluso sin que los monos mismos participen, pueden penetrar en esta ciudad y demoler nuestros muros y arcos. Tal es la capacidad de Rāma y tales son sus armas, que podría derrocar la ciudad con una sola mano y sin sus compañeros. Bajo la protección de Rāma, ese ejército es completamente invencible, incluso contra los Dioses y Asuras combinados. Ahora ese ejército de poderosos y agresivos monos, habitantes de los bosques, respira guerra; es inútil discutir con ellos. ¡Haced las paces y devolved a Sita!”


Por largo rato, Shuka y Sarana intentaron convencer al rey demonio de evitar el conflicto, pero terminaron siendo rechazados con vehemencia, pues Ravana dijo:


“No es apropiado que tales palabras desagradables sean pronunciadas por supuestos siervos leales a su rey, quien tiene el poder de imponer castigos o recompensas. Si el recuerdo de vuestros pasados ​​servicios no moderase mi ira, ciertamente los castigaría con la muerte, miserables desgraciados que cantáis alabanzas a mis enemigos. ¡Fuera! ¡Fuera de mi vista! Les perdonaré la vida únicamente por sus servicios anteriores, pero ustedes ya están muertos, criaturas ingratas, ya que no tienen devoción por mí".


Posteriormente, Ravana elabora un plan malévolo para hacerle creer a Sita que Rāma está muerto, y así poder convencerla de que sea su esposa. Con ayuda de Vidyujjihva, un titán nigromante experto en magia y hechizos, crearon a un falso Rāma a través del poder de la ilusión, al cual decapitan. Ravana toma la cabeza del falso Rāma y se la muestra a su joven cautiva, diciéndole que sus fuerzas enfrentaron al ejército de su esposo.

Sita se desespera ante la noticia del rey demonio, llorando y afligiéndose profundamente.

Tras un rato, Sita vuelve a rechazar las propuestas de Ravana, y muy por el contrario le solicita la muerte: quiere ser decapitada al igual que su esposo. 

Ravana se indignó y ardió en cólera.

Pero la escena es interrumpida por los mensajeros del rey demonio, quienes le comunican la noticia de que el ejército de Rāma se encontraba a las puertas de su reino.

Entonces, la ilusión de Vidyujjihva desaparece, y Ravana convoca a todos sus guerreros.

En aquel minuto, Sarama, la esposa de Vibhishana, se presenta ante la joven cautiva para consolarla, explicándole que Rāma no ha muerto, y que muy por el contrario cruzó el océano en compañía de su ejército para luchar contra el rey demonio.

Ravana, asistido por sus ministros y habiendo deliberado sobre lo que debía hacerse, se dispuso a planificar la defensa de Lanka.

Entonces, dirigió a sus principales comandantes para que custodiasen cada uno de los límites del reino, en compañía de sus respectivas tropas. El este fue encomendado al titán Prahasta, el sur a Mahaparshva y Mahodara, el oeste a su hijo Indrajit, el norte a Shuka y Sarana, para que pudieran redimirse, y el centro a Virupaksha. 

Luego de pensarlo, Ravana decide acudir al puesto del norte.

Mientras tanto Rāma; el Rey de los Hombres, Sugriva; el Soberano de los Monos, Hanumān; el Hijo del Viento, y Jambavan; el Rey de los Osos, comenzaron a trazar los planes para destruir la ciudad. Otros importantes comandantes del ejército del Señor, fueron Angada, Saumitri, Sharabha, Sushena, Mainda, Dvivida, Gaja, Gavaksha, Rishabha, Kumuda, Nala, Panasa, Nila y el mismo Vibishana, quien tomó un papel importante al revelar los puntos y fortalezas del reino de su hermano.

Entonces, Rāma comienza a ordenar sus tropas. El puesto del este se lo encomendó a Nila, quien sería responsable de luchar contra Prahasta y sus innumerables guerreros. El puesto del sur fue encomendado al comandante Angada, cuyas tropas deberían hacer frente a las de Mahaparshva y Mahodara. El oeste lo dejó en manos del Señor Hanumān, quien debería luchar contra el poderoso Indrajit, y el resto de tropas, incluyendo al mismo Rāma, tomarían el puesto norte. 

Así se dio inicio a la famosa guerra del Rāmāyaṇa.

La hueste de osos y monos cubrió una vasta extensión de tierra, usando cientos de rocas y árboles enormes como armas. Más bien, todos los soldados de Rāma se asemejaban a elefantes furiosos. 

El ejército, con Rāma y Lakshmana a la cabeza, llegó al Reino de Ravana, y engalanados con estandartes comenzaron a distribuirse de acuerdo a lo establecido previamente.

Las tropas del norte fueron las primeras en enfrentarse, y Sugriva fue el primero en darle alcance a Ravana. El Rey de los Monos le gritó:


“Soy amigo del Protector de los Mundos, Rāma; y por la gracia de ese Rey de Reyes, no escaparás hoy".


En ese momento, Sugriva se lanza ágilmente en contra del rey demonio y consigue arrebatarle su corona, arrojándola al suelo.

Ravana responde:


"Sugriva, eres un desconocido para mí, y en este minuto perderás tu cabeza".


La lucha entre Sugriva y Ravana fue brutal y feroz. El Rey de los Monos y el Rey de los Titanes combatieron sin piedad. 

Los cuerpos de ambos campeones se enrojecieron de sangre. Como un león y un tigre, o como dos grandes elefantes con filosos colmillos se agarraron con fuerza, se pisotearon, se hirieron, se derribaron y dieron vueltas alrededor de la arena una y otra vez, como hábiles y poderosos luchadores que no se fatigaban fácilmente. 

Cada uno trató de matar a su  adversario, y la lucha fue desenfrenada, como dos gatos salvajes peleándose por un trozo de carne. 

Sin embargo, la balanza comenzó a decantarse en favor de Sugriva, y Ravana, abrumado por el agotamiento y respirando con dificultad, acudió a la magia negra para recuperarse y sanar sus heridas, huyendo del combate. 

Sugriva se percató de las artimañas de su oponente, por lo que dio un grito de guerra que subió la moral de todos los Vanaras

Al mismo tiempo, Nila, asistido por Mainda y Dvivida, tomó su posición en el este, Angada con sus vastas tropas, asistido por Rishabha, Gavaksha, Gaja y Gavaya, ocuparon la fortaleza del sur. Hanumān, el gran mono virtuoso se dirigió al oeste, mientras que Rāma, Lakshmana, Vibishana, Sushena y Jambavan continuaron luchando en el norte. Sugriva por su parte comenzó a desplegarse hacia el centro.

Los osos de Jambavan tenían dientes feroces y la fuerza de diez elefantes. Provistos de árboles y rocas luchaban encarnecidamente. También usaban sus mandíbulas y uñas como armas. De igual modo, los poderosos monos se asemejaban a una nube de langostas que corrían y saltaban a través del campo de batalla. Osos y monos asaltaban desde todos los ángulos posibles.  

Entonces los titanes comenzaron a sentir el verdadero terror, pues no podían contener al ejército de Rāma, que penetraba en la ciudad como las aguas del mar golpean las rocas en la orilla. Toda Lanka, con sus murallas, arcos, bosques, selvas, colinas, palacios y fortalezas comenzaron a temblar. Algunas tropas rompieron filas y huyeron al verse asediados por esa nube de langostas compuestas por monos y osos feroces.


Viendo que las tropas del rey demonio menguaban, Rāma toma a su fiel Angada y le ordena que se dirija hacia Ravana con el siguiente mensaje:


"¡Has sacrificado tu renombre, destruido tu reino y, en tu prisa por morir, has perdido el juicio! [...] ¡Oh Titán, tu arrogancia será subyugada, y te inflingiré una pena adecuada por tu despiadado actuar, y también por haber secuestrado a mi consorte. Es con la vara del castigo que me he apostado a las puertas de tu reino [...] Oh, el más vil de los titanes, libraré a la tierra de todos ustedes con mis flechas puntiagudas si no pides clemencia devolviéndome a Sita. El ilustre Vibhishana, un príncipe virtuoso entre los titanes, reinará en Lanka sin oposición. ¡No es justo que ni siquiera por un instante, la corona pertenezca a alguien tan pérfido como tú, una criatura malvada que se rodea de tontos y que no está versado ni consigo mismo! ¡Entra en combate conmigo, oh titán, ejerce tu fuerza y ​​valor en la lucha, mis flechas te castigarán y serás sometido! Te doy este saludable consejo: prepárate para tus exequias, deja que Lanka recupere su esplendor, ya que tu vida está en mis manos!'”


El mensaje fue llevado por Angada ante el lugar en donde el rey demonio se había acuartelado con sus ministros. Ravana estalló en cólera, emitiendo la siguiente orden:


“¡Prendedlo y matadlo!”


Angada fue apresado por cuatro terribles titanes como si fueran verdaderas serpientes, pero el fiero comandante se liberó de ellos y destruyó el palacio. Para gran terror de los titanes y gran deleite de los monos, Angada se reintegra a las filas de Rāma.

Al ver las cientos de divisiones acampadas bajo las murallas de Lanka y reunidas en las orillas del mar, los titanes se asombraron y aterrorizaron, y otros, encantados ante la perspectiva de la lucha, saltaban de júbilo. Sin embargo, al contemplar aquellas huestes que ocupaban todo el espacio entre las paredes y el campo, y al ver a los monos como una segunda muralla, aquellos titanes de la noche, abatidos, gritaron: "¡Ay de mí, ay!" en su terror.

En medio de ese espantoso tumulto, los soldados de Ravana empuñaron sus poderosas armas y avanzaron como los vientos que soplan en la disolución de los mundos.

Mientras tanto, Rāma, a la cabeza de su ejército, avanzaba rápidamente a través de las filas enemigas. Los monos y los osos derribaron puertas y murallas, luchando con troncos, rocas y puños. Las fortalezas fueron sitiadas por este furioso ejército, y el sonido de sus trompetas y tambores resonó sobre toda la Tierra, el Cielo y el mar. 

Pero las tropas de Ravana seguían poniendo resistencia.

A partir de entonces se produjo una terrible lucha entre los monos y los titanes como en tiempos pasados ​​cuando Dioses lucharon contra asuras. Con sus mazas llameantes, sus lanzas, arpones y hachas, los titanes, demostrando su destreza innata, golpearon al ejército de los monos y desde su costado, aquellos gigantescos simios atacaron ferozmente a sus adversarios con golpes de árboles, rocas, dientes y uñas.

"¡Victoria al rey Sugriva!" gritaron los monos, "¡Que nuestro Soberano prevalezca!" gritaron los titanes y cada uno proclamó su nombre, mientras otros demonios, parados en las paredes, atacaban a los monos abajo con garfios y arpones y ellos, enfurecidos, saltaban en el aire y arrastraban a los soldados apostados en las paredes golpeándolos con sus armas. Y ese conflicto entre demonios y monos fue espantoso, y la tierra se cubrió de barro y de carne.


Aquellas tropas de monos de gran alma lucharon con terrible ferocidad, mientras que los titanes de Ravana respondían enviando tropas de caballeros y elefantes resplandecientes como el sol.

A lo largo del combate acontecieron varias peleas individuales entre los principales comandantes del conflicto. Angada luchó contra Indrajit, Sampati contra Prajangha,  Hanumān contra Jambumali, Vibishana con Shatrughna, Gaja contra Tapana, Nila contra Kikhumba, y Lakshmana contra Virupaksha, Mainda contra Vajramushti, Dvivida contra Ashanipratha, y Sushena contra Vidyunmalin. El Señor Rāma fue asediado por Agniketu, Rashmiketu, Mitraghna y Yajnakopa en conjunto. Por todos lados, otros monos y titanes se enzarzaron heroicamente en incontables duelos. 

De los cuerpos de aquellos monos y titanes, brotaron torrentes de sangre y se acumularon pilas de cadáveres.

Indrajit golpeó furiosamente al comandante Angada con una maza, pero Angada se recuperó e intrépidamente destrozó el carro de Indrajit, mató a sus caballos y a su conductor. Sampati, herido por Parjangha con tres flechas, lo golpeó en la cabeza con un árbol. El demonio Jambumali, de pie en su carro, lleno de fuerza y de ​​furia, abrió el pecho de Hanumān, pero él, que nació del Dios del viento, acercándose a ese carro, lo derribó con la palma de su mano.

El temible titán Pratapana, se abalanzó encima de Nala, quien, con sus extremidades atravesadas por las flechas puntiagudas de ese hábil titán, logró sacarle los ojos.

Al otro lado del campo de batalla, el demonio Praghasa parecía estar consumiendo las huestes del Rey de los Monos. Ante ello, Sugriva arrancó un árbol de raíz y se lo lanzó con furia. 

Por su parte, Lakshmana estaba siendo abrumado por una lluvia de proyectiles emitidos por Virupaksha. Pero el hábil hermano del Señor eludió los proyectiles y descargó un poderoso golpe contra aquel demonio.

Rāma también estaba luchando con destreza, pues cuatro poderosos demonios se abalanzaron sobre él: Agniketu, Rashmiketu, Mitraghna y Yajnakopa, quienes cubrieron al Señor con una lluvia de flechas. Valientemente, Rāma tensó su poderoso arco, y eludiendo los proyectiles enemigos disparó con flechas semejantes a lenguas de fuego. Como resultado, los cuatro demonios quedaron destruidos y decapitados.

Los duelos no menguaban. Mainda derribó de su carro al demonio Vajramushti, mientras que Nila atravesó con flechas resplandecientes como el sol al demonio Nikumbha. Dvivida descargó un golpe similar a un relámpago sobre Samaprabha, pero hábilmente los demonios contraatacaron y cubrieron su cuerpo con flechas. Vidyunmalin hirió a Sushena con proyectiles de oro, pero el vanara respondió lanzando una gran roca, derribándolo de su carro. Sin embargo, Vidyunmalin resultó ileso, y los dos guerreros encarnaron una lucha cuerpo a cuerpo. Durante el duelo, Vidyunmalin descargó un violento golpe de maza en el vientre de Sushena, dejándolo fuera de combate. Al presenciar aquello, Plavarga, un feroz mono acudió inmediatamente en ayuda de su compañero, y tomando una gran roca se la lanzó con fuerza al demonio. Vidyunmalin, con el pecho aplastado, cayó muerto sobre la tierra. 

La carnicería fue espantosa, un verdadero festín de chacales. Los troncos sin cabeza de monos y titanes yacían desparramados por montones.

Enloquecidos por el olor a sangre, los titanes de Ravana resistieron con furia, y algunos se hicieron invisibles, pues dominaban la magia y la hechicería.

El ataque se extendió por un segundo día, y monos y titanes, ardiendo por la victoria, continuaron luchando en la penumbra creciente.

Los poderosos guerreros monos sembraron la confusión entre los titanes y arañaron a los elefantes y a los que se montaban sobre ellos. Luego se abalanzaron sobre los carros que ondeaban los estandartes, rompiéndolos en pedazos con sus dientes.

Llenos de furia, Lakshmana y Rāma, con sus flechas semejantes a serpientes venenosas atravesaron a los titanes más adelantados de las filas, y luego centraron sus ataques en aquellos tramposos que tomaron la invisibilidad. El polvo que se levantaba de los cascos de los caballos y de las ruedas de los carros llenó los oídos y los ojos de los combatientes, mientras ríos de sangre corrían a raudales en aquel espantoso tumulto que ponía los pelos de punta.

Mientras tanto, el sonido de los gongs y tambores se unieron al estruendo de caracolas y al traqueteo de las ruedas y al relinche de los caballos, mezclándose con los gritos de los soldados heridos. Esa noche fatal fue tan calamitosa para los monos y titanes que montones de cadáveres yacían como montañas en el campo de batalla. 

Mientras tanto, los titanes, ayudados por esa oscuridad impenetrable, arrojaron con gran ferocidad una lluvia de armas sobre Rāma y, gritando, avanzaron hacia él con furia. Y Rāma, en un abrir y cerrar de ojos, con seis flechas que parecían lenguas de fuego derribó a seis titanes: Yajnashatru, Mahaparshva, Mahodara, Vajradamshtra, Shuka y Sarana. Todos los demonios que se atrevieron a desafiar a Rāma, terminaron pereciendo como polillas en el fuego.

Los gritos de los titanes y el redoble de los tambores aumentaron los horrores de esa noche más allá de lo imaginable.

Indrajit, vencido por la fatiga, se hizo invisible y desapareció. Esto significó un duro golpe moral para las tropas de Ravana; pues el hijo consentido del rey demonio estaba siendo humillado. 

Encolerizado por una ira violenta, Indrajit utilizó sus conocimientos en magia negra para lanzar un ataque a traición en contra de Rāma y su hermano, apresándolos sorpresivamente con una red paralizante. En ese momento, una lluvia de flechas destructivas cayó sobre ambos hermanos, perforando sus partes vitales con gran estrépito, y no hubo en sus cuerpos un sólo cabello que no estuviera herido, pinchado y traspasado por aquellos irresistibles dardos negros. 

Al presenciar esto, los monos y los osos sufrieron una angustia extrema, y con los ojos llenos de lágrimas, vencidos por la desesperación, emitieron gritos lúgubres y se acercaron rápidamente a proteger los cuerpos de aquellos dos guerreros que ahora yacían inconscientes y heridos.

Indrajit, contemplando su propia hazaña, miró a aquellos dos guerreros tendidos en la tierra y, en un exceso de alegría, queriendo compartirla con todos los titanes, dijo:


“Esos dos poderosos hermanos, Rāma y Lakshmana, ahora yacen derribados por mis dardos, y jamás podrán liberarse de estas flechas paralizantes. He vencido a Rāma por el bien de mi padre, que es presa de la ansiedad y del miedo, y que por sus preocupaciones no ha podido descansar durante tres noches. He subyugado a ese miserable que provoca la destrucción de Lanka como un río que se agita en la estación de lluvias. Así como las nubes se dispersan en el otoño, las hazañas de Rāma y Lakshmana y de los monos se han disipado”


Aprovechando este momento de flaqueza, los titanes comenzaron a atacar brutalmente a sus rivales. Indrajit atravesó a Nila con nueve jabalinas poderosas, y luego hirió a Mainda, Dvivida, Jambavan y Hanumān. Al poco tiempo cayó Gavaksha, Sharabha y Angada.

Indrajit, rodeado y escoltado por todas sus tropas, volvió a entrar al reino y buscó a su padre, comunicándole las buenas nuevas:


"¡Rāma y Lakshmana han sido asesinados!" 

 

Ravana saltó alegremente al saber que sus dos principales enemigos habían sucumbido, y mejor aún: en manos de su propio hijo.


Posteriormente, Ravana le ordena a sus lacayos que le informasen a Sita sobre dicho acontecimiento, e incluso, la cautiva fue llevada a las cercanías del campo de batalla para que pudiese ver con sus propios ojos la caída de su esposo.

Sita lloró desconsoladamente y se convirtió en presa de un dolor extremo.

Sin embargo Rāma, en virtud de su audacia y fuerza divina, despertó de su letargo a pesar de las flechas que lo tenían cautivo, y al contemplar a su hermano sangrando se lamentó y afligió profundamente:


¿Qué le diré a mi madre, Kaushalya , o a Kaikeyi, si vuelvo a Kosala sin Lakshmana? [...] Oh Lakshmana, tú siempre me consolaste en mi gran desgracia; ahora que estás muerto ya no podrás aliviar mis sufrimientos con tus sabias palabras. Tú, que en esta batalla derribaste a innumerables titanes, estás ahora caído, atravesado por dardos, como un héroe [...] Seguiré a este ilustre guerrero hasta la región de Yama, como él me acompañó a mí cuando me retiré al bosque; él, que siempre amó a los suyos y que se llenó de devoción por mí, yace ahora tendido, muerto, también por mí".


Sugriva vociferó furiosamente: 


"Rāma y Lakshmana deben ser llevados a Kishkindha hasta que se recuperen, en cuanto a mí, mataré a Ravana y a su hijo y a todos sus parientes, y traeré de vuelta a Sita"


Y Sushena emitió un consejo:


"En el seno del océano lechoso se elevan las Montañas de Candra y de Drona, donde la divina Amrita emergió después del batido cósmico; es allí en donde se encuentra una hierba milagrosa. Que el Hijo del Viento, Hanumān, vaya a esas dos montañas colocadas en ese océano por los Dioses.”


Pero en aquel minuto llegaron las águilas de Vishnu: lideradas por Garuda. Garuda abrazó calurosamente a Rāma y a Lakshmana y les curó de sus heridas, y sus cuerpos fueron vivificados y tomaron una tonalidad resplandeciente. Rāma le agradece, diciendo: 


“Gracias a tu beneficencia hemos sido liberados del extraño mal que Ravana nos trajo, y gracias a ti hemos recuperado nuestra fuerza. Como en presencia de mi padre Dasharatha, o de mi abuelo Aja, en tu presencia también mi corazón se llena de felicidad. ¿Quién sois vosotros dotados de una hermosura que os distingue, vosotros que lleváis coronas, perfumes divinos y ornamentos celestiales, estando las vestiduras que os visten libres de polvo?


Garuda le responde: 


“Soy tu querido amigo, oh Rāma, tu mismísimo aliento. He venido aquí para asistirlos a ambos, ya que nadie puede romper el tejido hecho con la magia despiadada de Indrajit: cargada de colmillos afilados y veneno. Afortunado eres, oh, virtuoso Rāma, un verdadero héroe, como también Lakshmana, tu hermano, el destructor de sus enemigos en combate. Al enterarme de su difícil situación, reuniendo mi energía en el afecto por ustedes dos, prestando atención únicamente al llamado de la amistad, vine aquí con toda rapidez. Todos los titanes por naturaleza recurren a la traición en la guerra, mientras que para vosotros, oh caballerescos guerreros, el honor es vuestra única arma. Nunca confíes en los titanes en el campo de batalla porque ellos emplean medios pérfidos. Querido y virtuoso Rāma, eres amigo de tus enemigos, permíteme despedirme. No preguntes indiscretamente la causa de mi amistad, oh Rāma, que estoy tan cerca de ti como tu aliento, aunque sea externo a ti. ¡Lo sabrás cuando hayas logrado el éxito en la batalla, oh héroe!”


Al ver a los dos hermanos recompuestos, los monos, agitando sus colas comenzaron a rugir como leones. Y a continuación tocaron gongs y resonaron caracolas y tambores en medio de un regocijo general. Luego manifestaron su fuerza derribando árboles para usarlos como armas, y en su frenesí bélico, los monos se arrojaron a las puertas del reino de Ravana. 


Un gran alboroto, similar al estruendo de las nubes en una tormenta, fue como la horda de monos encolerizados retomó el ataque sobre Lanka. Las tropas, con Rāma y Lakshmana al frente, dejaron atónitos a todos y cada uno de los titanes y demonios. 

Rápidamente la guerra recobró su espíritu.

Provistos de todo tipo de armas, blandiendo lanzas, martillos, mazas, arpones, palos, garrotes de hierro, barras, garfios, picos, lazos y hachas, aquellos terribles titanes salieron con el estruendo del trueno. Vestidos con cota de malla y montados en carros magníficamente ataviados con banderas y adornados con fajas de oro puro, enganchados a mulas de muchas cabezas o corceles de sobremanera veloz o elefantes enloquecidos, aquellos titanes saltaban hacia adelante como verdaderos tigres. 

Y Dhumraksha, un poderoso comandante del rey demonio, partió en un estruendoso carro celestial hacia el campo de batalla.

Al ver a Dhumraksha de temible coraje avanzar entre las filas, todos los monos emitieron fuertes gritos, produciéndose una terrible lucha entre los habitantes del bosque y los titanes, que se atacaron entre sí con enormes árboles, lanzas y mazas. Los titanes golpeaban a sus adversarios con flechas puntiagudas provistas con penachos de garza, temibles a la vista, que nunca fallaban en el blanco y terribles mazas, arpones, hachas, formidables, barras y tridentes de todas clases, que, blandidas por ellos, mutilaban a aquellos poderosos monos, mientras ellos, exasperados, redoblaron sus esfuerzos y, sin desfallecer, continuaron la lucha. Con sus miembros atravesados ​​por flechas, sus cuerpos atravesados ​​por lanzas, los primeros de los monos se armaron con árboles y rocas y, con saltos terribles, habiendo proclamado sus nombres con acompañamiento de gritos, aplastaron a esos intrépidos titanes.

Mutilados y con los cabellos arrancados, enloquecidos por el olor de la sangre, los titanes cayeron en gran número; algunos de aquellos feroces guerreros, sin embargo, en un paroxismo de furor, se arrojaron sobre los monos y los golpearon con las palmas de las manos, que resonaron como el estruendo de un relámpago, y los monos, al recibir aquellos golpes, los aplastaron con mayor ferocidad.

Segados, cubiertos de sangre, puestos en fuga, aquellos habitantes del bosque cayeron agonizantes bajo el furioso embate de los titanes en lucha. Con el pecho abierto, yacían de costado o, acuchillados con tridentes, sus entrañas salían a borbotones.

Entonces, ese poderoso conflicto tomó proporciones espantosas en virtud de la cantidad de monos y titanes que participaron en ella. Con las cuerdas del arco similares a un laúd melodioso, y el relincho de los caballos y el trompeteo de los elefantes como cantos: toda la batalla se asemejaba a una sinfonía de destrucción.

Viendo el caos sembrado por Dhumraksha, Hanumān se abalanzó y arrojó precipitadamente sobre el carro celestial del demonio, y armado con un tumulto pedregoso, similar al pico de una montaña, el comandante de los monos intentó golpear a su adversario. Dhumraksha no se amedrentó ante dicha escena,  por lo que ambos guerreros terminaron colisionando en un estruendoso impacto.

Dhumraksha cayó repentinamente a la tierra como una montaña que se desmorona, y sus extremidades quedaron destrozadas ante el golpe propiciado por Hanumān.

Así fue como falleció uno de los principales generales de Ravana.

Al presenciar su muerte, los titanes entraron en pánico y retrocedieron, mientras que los monos gritaron en júbilo.


Al enterarse de la muerte de su capitán, Ravana le ordenó a Vajradamshtra, un general versado en las artes mágicas, que partiera velozmente para suprimir las fuerzas enemigas.

Vajradamshtra partió de inmediato al campo de batalla con un carro de oro puro tirado por elefantes y caballos, y a su disposición lo acompañaba un sinnúmero de pelotones de infantería, provistos de mazas relucientes, arpones, arcos, lanzas, espadas, martillos, discos, dardos y elefantes embriagados de cólera. Todo el ejército de titanes salió en fila, con un aspecto tan brillante como las nubes hendidas por los relámpagos en la estación lluviosa, y emergieron por la puerta norte donde estaba estacionado el comandante Angada.

A partir de entonces se produjo una furiosa lucha entre los monos y los titanes, y aquellos temibles guerreros de aspecto feroz buscaron destruirse unos a otros. Algunos de aquellos guerreros, con la cabeza y el cuerpo cercenados, caían a tierra bañados en sangre, mientras otros, cuyos brazos parecían de acero, se acercaban unos a otros, atacándose con diversas armas, sin ceder terreno. Los árboles, las piedras y las jabalinas chocaron con un ruido tremendo, infundiendo terror en el corazón de los oyentes y el espantoso repiqueteo de las ruedas de los carros, el sonido de las cuerdas de los arcos, el sonido de las trompetas, el redoble de los tambores y el retumbar de los gongs, crearon un alboroto indescriptible.

Llenos de vigor, aquellos diestros guerreros, los titanes, transportados por la rabia, diezmaron las fuerzas de los monos con toda clase de armas. Pero Hanumān derribó a los principales titanes, y junto con Angada provocaron una terrible carnicería. Por la fuerza de sus golpes, los titanes de temible coraje, con el cráneo aplastado, cayeron como árboles bajo los golpes del hacha.

El exterminio de su ejército a través de la destreza de Angada llenó de furia al valiente Vajradamshtra, quien respondió estirando su formidable arco y emitiendo una lluvia de flechas sobre los monos. Los vanara respondieron arrojando árboles gigantes y enormes peñascos.

Monos y titanes, todavía con cabeza pero sin brazos ni piernas, yacían en la tierra bañados en sangre y erizados de flechas, presa de garzas, buitres y cuervos o devorados por tropas de chacales.

Vajradamshtra y Angada, en un paroxismo de furia, entraron en un terrible duelo el uno con el otro, de modo que parecía que un león y un elefante embriagados de icor luchaban épicamente. Angada fue herido en sus partes vitales por cien mil flechas que parecían lenguas de fuego, quedando salpicando de sangre. Entonces, ese mono sumamente enérgico de valor, arrojó un árbol sobre el titán. Pero Vajradamshtra logró eludir el proyectil, cortando el tronco en innumerables pedazos que cayeron por montones sobre la tierra.

Pero Angada no se rendía tan fácilmente, pues tomó un gran peñasco recubierto de árboles y rocas y se lo lanzó al demonio, destruyendo su carro. Vajradamshtra comenzó a vomitar sangre, pero en un arrebato de furia golpeó al comandante Angada con su maza. Ambos guerreros comenzaron a luchar con las manos desnudas, siendo una lucha tan brutal como si Marte y Mercurio colisionaran entre sí. 

Luego, los guerreros se hicieron de armas. Angada tomó un escudo cubierto con piel de toro y una gran espada con adornos de oro envueltas en vainas de cuero, y en un rápido movimiento, el ágil mono logró cortarle la cabeza al demonio. Bajo el golpe de esa espada, su cabeza cayó partida en dos y con los ojos en blanco.

Al contemplar la muerte de Vajradamshtra, los titanes, enloquecidos por el terror, huyeron presas del pánico hacia Lanka, acosados ​​por los vanara y con rostros afligidos y sus cabezas inclinadas de vergüenza.

Habiendo derribado al enemigo con su poderoso brazo, Angada experimentó una gran alegría en medio del ejército de monos, honrado por ellos debido a su gran coraje.

Posteriormente cayeron otros grandes comandantes de Ravana, como Akampana y Prahasta, el primero asesinado por Hanumān, y el segundo por Nila.

Furioso, Ravana reapareció en el campo de batalla y demostró sus destrezas, jurando exterminar y quemar al ejército de Rāma y Lakshmana. En su carro celestial, Ravana lanzó un proyectil sobre Sugriva, atravesándole el pecho. Acto seguido, Gavaksha, Gavaya, Sushena, Rishabha, Jyotirmukha y Nala, se arrojaron sobre el Rey de los Titanes, pero Ravana descargó sobre ellos una lluvia de flechas doradas. Asaltados y heridos, los monos emitieron gritos de terror y dolor. 

Al contemplar esto, el extremadamente enérgico Hanumān, para poner fin a esa lluvia de flechas, se abalanzó sobre Ravana y, acercándose a su carro le gritó unas palabras que lo desconcertaron:


"Oh, Ravana, he asesinado a uno de tus hijos, a Aksha"


Ante esto, el poderoso señor de los titanes asestó un violento golpe a Hanumān, pero el gran mono recuperó el equilibrio y contraatacó furiosamente. 

Entonces, Hanumān retó personalmente a Ravana, pero Ravana hizo caso omiso y dirigió su carro hacia el comandante Nila, quien se hallaba absorto en plena lucha contra otros titanes. 

Ardiendo de coraje, Hanumān le grita al demonio que es injusto atacar a un guerrero que ya está peleando con otros. Nila se defendió lanzándole un peñasco, pero Ravana destrozó el proyectil. Los dos guerreros protagonizaron un asombroso y arduo combate, pero la balanza terminó favoreciendo al rey demonio, pues Nila fue atravesado por el pecho, aunque logrando sobrevivir.

Entonces, Ravana fue desafiado por Lakshmana. Inmediatamente los dos guerreros se alzaron en una lucha. Ravana le disparó una ráfaga de siete flechas emplumadas que Lakshmana destrozó con sus dardos. El rey demonio propició una gran descarga de flechas sobre Lakshmana, pero el joven divino se deshizo de todas ellas. 

Al ver que la sucesión de sus flechas resultaba inútil, el rey demonio, asombrado por la habilidad de Lakshmana, descargó proyectiles todavía más poderosos. Lakshmana fue herido, pero colérico y enérgico, se recupera rápidamente y se volvió a lanzar sobre el demonio, quitándole y destruyéndole su arco terrible. Luego le asienta una serie de golpes que dejaron el cuerpo de Ravana con heridas, sangre y carne abierta. Desesperadamente, Ravana tomó una lanza humeante que brillaba como el sol, y con ella perforó el pecho de Lakshamana. Tras ello, el cruel demonio se abalanzó encima del herido y comenzó a golpearlo con sus propias manos, pero Lakshmana logró defenderse y responder. 

Hanumān estaba presenciando el combate, y al ver a Lakshmana en el piso se arrojó con furia sobre el rey demonio y lo golpeó fuertemente en el pecho.  

Bajo ese golpe, el señor de los titanes cayó de rodillas y luego tropezó. De su cabeza comenzó a brotar sangre a raudales. Allí quedó privado de sus sentidos, estupefacto y paralizado. Hanumān tomó a Lakshmana y lo puso en un lugar seguro, mientras que los monos gritaban victoriosamente. 

Los demonios custodiaron a su rey caído, que ya se estaba recuperando.

De pronto, Ravana reapareció en su esplendido carro, descargando proyectiles sobre el campo de batalla. 

Hanumān observa que Rāma se dirigía hacia el rey demonio, pero le interrumpió, diciendo:


"¡Súbete a mis hombros para atacar al titán!"


Al escuchar esas palabras, Rāma se subió a los hombros de ese gran mono, como Vishnu en Garuda, para luchar contra el enemigo de los Dioses. De pie en su carro, Ravana apareció ante ese Señor de los Hombres y, al verlo, ese poderoso héroe se abalanzó sobre él, como Vishnu con su maza en alto abalanzándose furiosamente sobre el demonio Virochana. 

Entonces Rāma tiró de la cuerda de su arco y, como el retumbar de un trueno, dijo con voz profunda al señor de los Titanes:


"¡Has provocado mi disgusto! ¿Adónde, oh tigre entre los titanes, huirás para escapar de mí? No tienes refugio y no me eludirás. El que, herido por la lanza, cayó desmayado este día solo para recuperar la conciencia de inmediato, ahora, asumiendo la forma de la muerte, te reclamará a ti, a tus hijos y nietos en la batalla. Oh Rey del Pueblo de los Titanes, aquí está él bajo cuyos golpes perecieron catorce mil titanes de forma terrible, que se habían establecido en Janasthana y estaban equipados con excelentes armas”.


Ravana se encolerizó profusamente al escuchar las palabras de su enemigo, e intentó perforarlo con flechas llameantes, pero Hanumān llevaba al Señor con tanta velocidad que resultaba difícil poder acertarles.

Mientras más aumentaba el odio y la furia de Ravana, más aumentaba la fuerza y la destreza de Hanumān.

Entonces, Rāma toma su arco y descarga un proyectil sobre el rey demonio, dejándole una profunda herida y arrojándolo al piso. Rāma se acerca al cuerpo de aquel tirano y le destruye su corona de rey.

Viendo que Ravana yacía inconsciente, Rāma tuvo compasión, pues no agrediría a un rival que no pudiera defenderse o valerse por si mismo. Entonces, el Señor lo indulta diciendo:


“Has realizado una gran hazaña, y mis valientes soldados han sucumbido bajo tus golpes; ahora estás cansado e inconsciente, y en esta condición no te pondré bajo el poder de la muerte con mis flechas. Deja la refriega y regresa a Lanka; ¡Te concedo este indulto, oh Rey de los Titanes de la Noche! ¡Recupera tu aliento y deja testimonio de mi destreza!


El rey se despertó y recuperó. Al verse vencido, su júbilo y su jactancia se apagaron. Ravana miró alrededor y vio que sus caballos y auriga habían muerto atravesados por flechas, notó que su corona de rey estaba rota y que su arco se hizo añicos. Cabizbajo, el rey demonio retornó a Lanka mientras que el ejército de Rāma celebraba lo acontecido con mucho júbilo.


Al regresar a la ciudad de Lanka, el rey demonio sintió su orgullo humillado, y estaba enloquecido por el mero recuerdo de los golpes de Rāma. 

Resentido, el rey demonio mandó a que sus lacayos buscasen a Kumbhákarna, un titán gigantesco y brutal, el mejor de todos sus guerreros y un arma de tremendo poder destructivo.

Kumbhákarna moraba en los interiores de una cueva cuyas paredes medían cerca de 5 kilómetros de extensión. El coloso despendía un olor a tuétano y a sangre, y tenía sus miembros adornados con brazaletes de oro y una diadema brillante como el sol. 

El colosal Kumbhákarna bebió dos mil cántaros de alcohol, y con impaciencia, lleno de energía y sed de sangre, se presentó ante Ravana y le prometió el cumplimiento de sus deseos. 

Entonces, aquella montaña andante apareció en el campo de batalla, y todos sus adversarios se paralizaron por el miedo. Kumbhákarna llegaba a tapar la luz del sol con su imponente figura.

Mientras tanto, el ilustre y valiente Rāma, arco en mano, contempló al gigante Kumbhákarna desplazarse entre las filas de titanes, y con tranquilidad le preguntó a Vibhishana sobre él. 


“¿Quién es este héroe con diadema y ojos amarillos, semejante a una montaña, que se ve en Lanka como una nube hendida por un rayo, o más bien, como un extraño meteorito que cae sobre la Tierra? Él, a cuya vista los monos huyen por todos lados, dime, ¿Quién es este coloso? ¿Es un Rakshasa o un Asura ? ¡Nunca he visto un ser así!”


Vibhishana respondió:


"¡Él es el ilustre Kumbhakama, el hijo de Vaishravas! No hay titán igual a él en estatura. Los Dioses mismos no pueden matar a Kumbhakama, quien, lanza en mano, tiene un aspecto monstruoso. 'Es el mismísimo Dios de la Muerte', gritan. El poderoso Kumbhakarna es innatamente poderoso. Apenas nació aquel monstruo y siendo todavía un infante, apremiado por el hambre, devoró a miles de seres". 



Kumbhakama gozosamente redobló sus gritos, los cuales eran comparables al estruendo de un rayo.

Los monos salieron huyendo en estampida, y el comandante Angada, viendo cómo sus tropas se dispersaban por el pánico, se dirigió a ellos con palabras de ánimo, reproche y valor, reagrupando a su filas.

Entonces aquellos gloriosos monos se armaron con árboles y peñascos enormes, y moviéndose con gran rapidez atacaron al coloso. Pero Kumbhakarna, lleno de ira y vigor, blandiendo su maza, dispersó al enemigo por todos lados. Setecientos ocho mil monos perecieron a causa del gigantesco demonio: golpeándolos, aplastándolos y devorándolos con furia.

Mientras Kumbhakarna seguía avanzando, Hanumān se colocó en el camino del gigante y, armado con el pico de una montaña, asestó un violento golpe a Kumbhakarna, quien, en su espantosa corpulencia, se tambaleó como una colina. El golpe fue doloroso, pero el titán respondió lanzando su lanza en contra de Hanumān, perforándole el pecho y provocando que vomitase sangre. Hanumān, furioso, dejó escapar un terrible grito en medio de la batalla, como el rugido de una nube tormentosa. 

En ese instante, haciendo acopio de valor, el valiente Nila descargó un peñasco en contra del terrible titán. Pero Kumbhakarna vio venir el proyectil, desintegrándolo con un golpe de su propio puño. Aquella roca se partió en mil pedazos y cayó sobre la tierra despidiendo chispas de fuego. 

Entonces Rishabha, Sharabha, Nila, Gavaksha y Gandamadhana, esos cinco tigres entre los monos, se arrojaron sobre Kumbhakarna y, en la lucha, le descargaron golpes de piedras, árboles, puños y otras armas.

Los cincos generales vanara cayeron aturdidos y lesionados por el contraataque del gigante. Millares de vanaras se lanzaron en contra de Kumbhakarna simultáneamente, y lo atacaron a costa de armas, uñas, dientes y puños. Pero el gigante los devoró y culminó. 

Rāma, Sugriva y Angada continuaron luchando contra el demonio. El gigante prontamente comenzó a sentir los efectos del combate, y en un momento dado cayó rendido.

Sugriva descargó un enorme peñasco sobre el pecho del gigante, provocándole un gran dolor. 

Era notorio que Kumbhakarna se estaba debilitando poco a poco, pero ninguno de los ataques fue suficiente, pues la bestia continuaba causando estragos entre las filas enemigas. De un segundo a otro, el feroz demonio descargó un terrible golpe sobre Sugriva, dejándolo inconsciente. Entonces, el coloso levanta su cuerpo y lo llevó como prisionero hacia el reino del tirano Ravana, en donde encontraría una trágica muerte.

Pero Sugriva era igualmente un guerrero innato y poderoso, y en un arranque de ira, el Rey de los Monos le arrancó las orejas y la nariz con sus propios dientes y garras. Entonces, Kumbhakarna arrojó a Sugriva hacia el suelo con terrible violencia, llegando a rebotar como si fuera una pelota. 

Kumbhakarna, con las orejas y la nariz cercenadas, empapado en sangre, cubierto de sangre, y vomitando sangre, agarró un enorme martillo y comenzó a consumir al ejército vanara con una ira desenfrenada.

El coloso creó una carnicería a lo largo del campo de batalla. Embriagado por el sabor de la sangre, del alcohol y de la muerte, Kumbhakarna causaba estragos por doquier.

Rāma confrontó al titán, y ante su espantosa presencia, le descargó un proyectil tan violento como un rayo, hiriéndolo en su cabeza. Sin embargo, el feroz demonio ni siquiera se inmutó por el golpe. Entonces, Rāma ahora hizo uso de una flecha especial llamada vavyavya, y esta vez apuntó al brazo con el cual sostenía la gigantesca maza. El disparo fue tan violento, que el impacto le cortó el brazo, amputándoselo. Kumbhakarna gritó de dolor, pero esto únicamente aumentó su furia.

El coloso, haciendo uso de su otra mano, arrancó un árbol de raíz para golpear a su adversario, pero Rāma, con toda su destreza, le cercenó el otro brazo, y luego le cercenó sus dos piernas. Entonces, el demonio comenzó a gritar, pero el valiente Rāma ahogó el estruendoso escándalo disparándole en la boca. 

Finalmente, Kumbhakarna fue decapitado.


Al escuchar el informe sobre la muerte de Kumbhakarna, Ravana, abrumado por la angustia, se desmayó.

Pero esto no significó que el combate menguase, por el contrario, continuó con la misma intensidad.

Los hijos de Ravana se estaban desenvolviendo en el campo de batalla con suma destreza: eran hábiles y temibles guerreros. Sus nombres: Narantaka, Atikaya, Devantaka y Mahodara.

Narantaka era un hábil caballero que luchaba montando un corcel blanco tan rápido como el pensamiento, y armado con una jabalina causaba temor entre las filas adversarias. Atikaya por su parte, era un arquero extremadamente ágil y eficaz, además de tener una armadura de diamante que lo volvía casi invencible. Devantaka igualmente era un guerrero temible que blandía una maza de oro y una barra de hierro dorada; era enérgico y estaba lleno de fuerza. Y finalmente, Mahodara era un valiente mahout que se hacía paso entre el enemigo montando a su imponente elefante, tan colosal como una nube tormentosa.

Todos los hijos de Ravana eran capaces de volar por los aires, y todos eran diestros en la magia, gozando de gran renombre.

Decididos a morir o vencer a su enemigo, avanzaban con esta valerosa resolución, deseosos de luchar, fanfarroneando, gritando y profiriendo amenazas, y aquellos héroes invencibles partieron armados de flechas en medio del clamor y el batir de las palmas, haciendo temblar la tierra.

La lucha entre los hijos de Ravana y sus respectivas tropas contra el ejército de vanaras y osos, fue sangrienta y destructiva. Las huestes demoniacas se lanzaron con sus armas de acero, y los monos y osos respondieron armados con árboles y peñascos. La lucha se llevó a cabo tanto en la tierra como en el aire.

Los monos dejaron caer una lluvia de árboles, piedras, rocas y peñascos sobre los demonios, quienes no pudieron eludir el poder destructivo de aquella tormenta de proyectiles. Entonces, los monos redoblaron sus ataques con riscos que rompieron con sus propias manos. Enloquecidos por el olor a sangre, los titanes respondieron blandiendo lanzas, hachas, mazas, espadas, jabalinas y lanzas. El campo de batalla se manchó de sangre y los cadáveres yacían por doquier. 

En ese encuentro, la tierra se volvió infranqueable, cubierta como estaba de monos y titanes mutilados y aplastados bajo las rocas y los árboles.

Narantaka, montado en su corcel, que era tan rápido como el viento, con una lanza puntiaguda se hundió en la espesura de las filas de simios como un pez en el mar, atravesando a setecientos monos con su lanza refulgente. Cada vez que esos leones entre los monos buscaban cerrarle el paso, Narantaka a menudo se separaba de sus filas derribándolos. Como un fuego quema un bosque, así consumió esos batallones de monos y cada vez que esos habitantes del bosque derribaron los árboles y las rocas, cayeron bajo su lanza como montañas hendidas por un rayo.

El valiente comandante Angada se encolerizó al ver cómo sus compañeros caían en batalla producto de la furia demoniaca de Narantaka, y le gritó:


“¿Por qué luchas contra los monos comunes? ¡Golpea con tu lanza, cuyo impacto es igual al relámpago, a mi pecho que ahora te presento!"


Las palabras de Angada, hijo de Vali, enfurecieron al demonio Narantaka, quien se mordió los labios con los dientes y se arrojó sobre él con furia. Blandiendo su lanza, que relucía como el fuego, golpeó al jefe Angada, pero el arma se rompió contra su pecho, que era tan duro como el diamante mismo. Al ver su lanza hecha añicos, el hijo de Vali levantó la mano y golpeó la cabeza del corcel de su adversario. De rodillas, con los globos oculares saliendo de sus órbitas, la lengua colgando, aquel caballo, tan alto como una colina, cayó a tierra, con la cabeza aplastada por el golpe. Entonces Narantaka, al contemplar su corcel muerto, se enfureció y, apretando el puño, golpeó al hijo de Vali en la frente con tanta energía que la sangre caliente brotó de su frente. A continuación, Angada, el poderoso hijo de Vali, se lanzó encima de Narantaka y comenzó a golpearlo: sus puños eran como verdaderas rocas. El hijo del rey demonio emanaba enormes cantidades de sangre, y prontamente dejó de existir. La moral y el corazón de los monos y del mismo Rāma se llenó con alegría, y todos aplaudieron la hazaña de Angada.


Mahodara, lleno de ira, dirigió su elefante hacia Angada. Pero el intrépido comandante mono, con furia colosal, derribó a la bestia. Posteriormente le arrancó los colmillos, y luego, usándolos como arma, le propinó una estocada a Devantaka, quien comenzó a vomitar sangre. Respirando con dificultad, el poderoso Devantaka respondió al golpe, atacando al comandante Angada con un violento golpe de maza. Al impacto, el jefe entre los monos cayó de rodillas, pero luego se volvió a levantar y, armado con esos formidables colmillos, atravesó a su oponente. 


Pero el poderoso Devantaka se negaba a morir.

Levantándose, continuó luchando ardua y enérgicamente.

Pero en ese momento apareció Hanumān, y con su puño desnudo emitió un terrible golpe que derribó a Devantaka, Jadeando, con el cráneo destrozado, sin dientes y con los ojos saliendo de sus órbitas, el poderoso demonio cayó a tierra sin vida.

Otro poderoso general de Ravana, Trishiras, dejó caer una lluvia de flechas afiladas sobre los monos tras el asesinato del temible Devantaka. Al mismo tiempo, Mahodara montó un segundo elefante, tan alto como una colina, e hizo llover una tormenta de flechas dañinas sobre los monos. El comandante Nila fue gravemente herido en este ataque, con su cuerpo perforado y golpeado por el terrible paso del elefante. Pero tras recobrar el aliento, Nila arrancó un árbol de raíz y con un tremendo salto golpeó a Mahodara, falleciendo en el acto.

En aquel instante, Trishiras y Hanumān entraron en duelo. Ambos combatientes mantuvieron una lucha encarnada y brutal. 

El jefe mono fue atravesado por flechas, y también recibió dolorosas estocadas producidas por la espada del terrible demonio. Hanumān respondió haciendo uso de sus manos desnudas, y luego le arrebató la mismísima espada a su rival. Entonces, en un ágil movimiento, Hanumān decapitó a Trishiras. Los monos gritaron triunfantes y la tierra tembló de gozo, mientras los titanes se dispersaban por miedo.

Luego cayeron otros importantes comandantes del ejército de Ravana, como Mattanika, quien fue asesinado por Rishabha.

A la caída de estos guerreros, los demonios huyeron y se dispersaron en todas las direcciones.

Pero mientras más estragos causaban los monos, mayor era la furia y el coraje de Atikaya. Ascendiendo en su carro resplandeciente como cien soles, el arquero demoniaco se arrojó sobre los monos, causando tanto daño como el terrible Kumbhakarna. 

El poderoso Lakshmana, valiente por naturaleza, se hizo paso entre el campo de batalla con el fin de quedar frente al arquero, y ambos se batieron en una encarnecida lucha. Flechas y flechas se intercambiaron mutuamente, como si el cielo se hubiese llenado de serpientes venenosas. 

Los dos guerreros mostraban sus más habilidosos movimientos, pero nada perturbaba al hijo del demonio, pues los proyectiles no podían atravesar la armadura de diamante. Mil flechas cubrieron a Atikaya, pero ninguna lo dañó.

Entonces la balanza se inclinó hacia el hijo del rey demonio, pero Lakshmana revirtió la situación haciendo uso de su arma celestial, un arco divino cuyo disparo y nivel destructivo hacían temblar la tierra: el brahmāstra.

Una flecha de este artefacto era un vástago mismo de la muerte. Atikaya contempló venir el proyectil, pero su nivel destructivo era tan terrible, que el hijo del rey demonio pereció, y su cabeza decapitada salió volando junto con su diadema.

Los titanes rodearon a su líder muerto, y aterrorizados, sin rendirle honores, huyeron hacia la ciudad.

Los titanes que habían escapado de la masacre, se apresuraron a informar a Ravana de la muerte de sus líderes. Al oír estas lúgubres noticias, grandes lágrimas llenaron de inmediato los ojos del rey, y durante mucho tiempo permaneció absorto en el pensamiento melancólico de la muerte de sus hijos, hermanos y amigos. 

Al contemplar al desdichado monarca sumergido en un océano de dolor, Indrajit, el más temible de entre todos sus guerreros, le dio a Ravana palabras de ánimo y fuerza.  

Liderados por Indrajit, una nueva hueste de guerreros demoniacos se aproximó hacia el campo de batalla. Todos iban montados en elefantes, caballos, tigres, fieras, búfalos, jabalíes y leones. 

Indrajit invocó un arma celestial cuya fuerza era inimaginable. Y montado en su carro volador se perdió en los cielos. 

Entonces el ejército de titanes, profusamente provisto de caballos y carros, banderas y gallardetes, ardiendo en lucha, se puso en marcha lanzando gritos de guerra. Los demonios se abalanzaron sobre los monos con lanzas, flechas, mazas, garrotes y garfios. 

Indrajit comenzó a descargar proyectiles desde los cielos, hiriendo a un gran número de monos simultáneamente y causando un daño significativo. Miles y miles de vanaras mutilados perecieron en el campo de batalla, otros salieron en estampida, pero en su amor por el Señor se detuvieron y regresaron gritando, armados con rocas y haciendo llover riscos, piedras y árboles sobre los demonios.

En este conflicto los comandantes vanara fueron cruelmente heridos y penetrados por dardos. Gandhamadana, Nala, Mainda, Gaja, Jambavan, Nila, Sugriva, Rishabha, Angada y Dvivida resultaron heridos. Todos fueron abrumados por esa lluvia de proyectiles.

Al mirar hacia arriba, algunos monos, golpeados en los ojos, quedaron ciegos y, empujándose unos a otros, cayeron al piso. La lluvia de proyectiles también cayó sobre Rāma y Lakshmana.

El número de bajas fue inconmensurable y los cadáveres se apilaban en todas las direcciones.

Indrajit retornó hacia el palacio de su padre para contarle la buena noticia. 

Jambavan y Vibhishana recobraron la razón y comenzaron a dialogar sobre lo acontecido. Entonces, llegaron a la conclusión de que solo Hanumān podría corregir el destino del ejército del Señor, ahora apabullado y afligido. 

El Rey de los osos le encomendó una tarea específica a Hanumān: la búsqueda de las plantas divinas, las cuales crecían entre los picos más extremos del Himalaya, difíciles de alcanzar, y no solo por la rudeza de su ambiente, sino que también por el hecho de que el Himalaya se encontraba a miles de kilómetros de distancia de Lanka:


"A ti te corresponde liberar a los monos, nadie más tiene el poder. Este es el momento de demostrar tu destreza. ¡Trae alegría a esas valientes tropas de osos y monos y sana a los desafortunados de sus heridas! Prepárate para cruzar por encima del océano y luego dirígete hacia el Himavat, la más alta de las montañas, y luego busca el pico dorado de Rishababa, difícil de escalar y de una altitud extrema. Allí verás otra cumbre, la del monte Kailāsh, y entre los picos de ambas montañas descubrirás cuatro tipo de plantas divinas que crecen en las altitudes: "Mritasamjivani" (que reanima a los muertos), "Vishalyakarani" (que sana heridas internas), "Suvarnakarani" (que sana la piel) y "Sanjivani" (un bálsamo que sana cualquier tipo de herida). Estas hierbas son de alto valor, reúnelas y regresa para ayudar a los monos caídos".


Hanumān reunió coraje, y con un formidable clamor elevó su estatura, llegando a parecer una verdadera montaña. 

Al ver esto, los titanes fueron paralizados por el miedo. 

Hanumān entonces saltó impetuosamente y con la fuerza de su cola, brazos y piernas, lanzó por los aires a un gran número de aquellos titanes que lo circundaban.

El ágil y valiente Hanumān, con extrema prisa, voló nuevamente a través de los océanos, y como un proyectil llameante se acercó al inhóspito cordón montañoso. En este lugar comenzó a rastrear las hierbas, pero debido a su prisa, el gran coloso entre los monos, con sus propias manos desnudas, arrancó la montaña de raíz. Con su fuerza inconmensurable, Hanumān llevó aquel pico montañoso en sus brazos, y volvió a cruzar el mar hasta Lanka.


En Lanka, los monos gritaron de alegría al notar el retorno de Hanumān. 

Los heridos inhalaron y consumieron aquellas maravillosas medicinas, siendo curados casi instantáneamente. 

El ejército de Rāma renovó sus fuerzas y retornaron con nuevos ánimos al conflicto. 

Esto contrastaba enormemente con lo que ocurría entre las tropas demoniacas, pues Ravana ordenó que todos los titanes que yacieran muertos o heridos, fuesen arrojados al mar.

Los monos causaron un cuantioso y significativo daño, pues tomaron por sorpresa a los demonios, que ya pensaron que tenían la guerra ganada tras las proezas de Indrajit.

Entonces, Sugriva gritó: 


“¡Ahora que Kumbhakarna ha sido asesinado y los jóvenes príncipes han perecido, Ravana ya no puede hacernos daño! Por lo tanto, que nuestros valientes y ágiles guerreros se arrojen sobre Lanka con antorchas en sus manos y la prendan".


Filas y filas de monos provistos con tizones ardientes se precipitaron por todos lados sobre el reino de Ravana. Las carreteras, los caminos, los edificios, las puertas, las viviendas, los monumentos públicos, las mansiones, los bosques y las fortalezas comenzaron a consumirse.

Las llamas abrazaron todo a su paso, y los gritos de los guerreros y de los habitantes de Lanka se oyeron a 500 kilómetros de distancia: fue como si el fin del mundo hubiese estallado en aquel reino. Los titanes salieron corriendo de la ciudad, abrazados y cubiertos por quemaduras, pero todos fueron abatidos en su escape, pues los monos los remataron con arcos.

Ravana le ordenó a los hijos de Kumbhakarna, Kumbha y Nikumbha, que hicieran frente al ataque enemigo. Innumerables titanes acompañaron a los dos hermanos, quienes a su vez fueron asistidos por importantes comandantes a sus órdenes: Yupaksha, Shonitaksha, Prajangha y Kampana.

Entre las llamas y los edificios consumiéndose por el fuego, los ejércitos de ambos bandos se encarnaron en un nuevo y terrible conflicto. Los demonios, embriagados por la ira, se abalanzaron sobre los monos y descargaron feroces ataques.

En un acto desesperado, los demonios comenzaron a decapitar a los monos con sus propias bocas, y a manos desnudas aplastaron sus cráneos. 

Pronto se vino una avalancha de sables, jabalinas y lanzas, pero los demonios no pudieron detener el océano de monos. 

Kampana fue asesinado por Angada, quien le lanzó un violento proyectil. Los comandantes de Ravana se abalanzaron sobre Angada, pero sus compañeros acudieron rápidamente en auxilio. Prajangha, Shonitaksha y Yupaksha fueron los siguientes en morir, cayendo a manos de Mainda y Dvivida.

Desalentados por la muerte de sus líderes, los titanes dieron media vuelta y huyeron. Pero los hijos de Kumbhakarna los reagruparon.

De este modo los titanes arremetieron en contra de Mainda y Dvivida, causándole serias lesiones. Angada acudió en ayuda de sus compañeros, pero Kumbha se adelantó y le interrumpe sus planes con violencia.

Angada fue golpeado por el poderoso Kumbha y atravesado por múltiples dardos. Luego fue golpeado por troncos y rocas. Al ver que Angada estaba inofensivo, Kumbha le cortó los dos párpados, de modo que emanaron ríos de sangre desde sus cuencas. 

Jambavan, Sushena y Vegadarshin se arrojaron sobre Kumbha, pero fueron eludidos por un mar de flechas.

Sugriva fue el único que logró alcanzar al demonio, y fue allí en donde ambos iniciaron un duelo terrible. Khumba asentó un golpe tan furioso, que la armadura del Rey Mono se hizo añicos, y de su cuerpo brotó sangre a borbotones. 

A continuación, Sugriva, ese poderoso león entre los monos, refulgente como el disco solar de mil rayos, parando un nuevo golpe, levantó un puño parecido a un rayo y lo descargó con fuerza sobre el pecho de su oponente.

En el impacto, que lo destrozó, Kumbha, privado de sus sentidos, se hundió como un brasero cuyo brillo se extingue. Bajo este golpe de puño, el titán cayó repentinamente para luego fallecer.

Nikumbha, al ver la muerte de su hermano, corrió enfurecido con un garrote de hierro, pero Hanumān se interpuso en su camino, por lo que ambos iniciaron una lucha cuerpo a cuerpo. Finalmente, el demonio perece a costa de los golpes de Hanumān.


Luego otro comando de fuerzas demoniacas llegó al conflicto, lideradas por Maharaksha, un hábil guerrero. Monos y titanes intercambiaron golpes de árboles y espadas, choques de mazas y barras de hierro, jabalinas, arpones, aguijones, flechas, martillos, redes y palos. En ese conflicto estaba Rāma, y haciendo uso de su arco divino descargó una lluvia de flechas sobre la horda de Maharaksha, quien también respondió de la misma forma. Pero Rāma eludió las flechas y las destruyó una por una con sus propios dardos, y luego, con una puntería exquisita, el Señor traspasó el corazón del titán con un proyectil.

Las filas demoniacas estaban menguando, por lo que Indrajit decidió intervenir. Utilizando sus destrezas en magia, creó una ilusión exacta de Sita: y nadie hubiera podido distinguirla de la verdadera.

El terrible hijo de Ravana tomó a la ilusión de Sita y se paseó con su carro volador entre las filas de los monos, quienes comenzaron a gritar desaforadamente. Hanumān quedó estupefacto, y pensó para sí mismo: '¿Qué pretende hacer este titán?'. En presencia de todo el ejército enemigo, Indrajit comenzó a golpear a Sita, y luego blandió su espada sobre la cabeza de aquella ilusión, quien gritaba: "Oh Rāma, Oh Rāma". 

Hanumān se sintió afligido al ver que Indrajit estaba maltratando a Sita, y entonó un discurso amenazador:


“¡Oh miserable, es para tu destrucción que has puesto tus manos sobre su cabello! ¡Maldito seas por tu infame conducta! Cruel y despiadado sinvergüenza, vil y pueril guerrero, ¿no te avergüenzas de perpetrar tan infame hecho? Oh, despiadado, sin corazón, ¿qué ha hecho Sita, arrancada como está de su hogar, su reino y de los brazos de Rāma, para que intentes matarla sin piedad? Sin duda no sobrevivirás mucho tiempo si la joven Sita es asesinada, ya que, mereciendo la muerte por tal crimen, ¡caerás en mis manos! ¡Y cuando hayas entregado el aliento de tu vida, tu destino será el infierno más bajo: aquel infierno al que descienden los asesinos de mujeres y que es evitado hasta por el más infame de los criminales!".


Hablando así, Hanumān, asistido por monos armados, se lanzó furioso sobre el hijo del rey demonio, quien se defendió con miles de flechas. 

Luego, tomando su espada, el demonio decapitó a la ilusoria Sita.

El pérfido Indrajit manifestó un gran deleite, viendo además que los monos caían presa de la desesperación.

Sin embargo, la estrategia de Indrajit no resultó como hubiese querido, pues los vanara, en lugar de afligirse y de cesar la lucha, se encolerizaron y transformaron en verdaderas bestias, creando una carnicería entre los titanes. 

Los monos blandieron árboles y rocas, y pareció que una avalancha estaba arrasando el reino de los demonios. 

En ese momento, Indrajit huyó y se perdió en el campo, pero fue seguido por Lakshmana, quien partió a toda velocidad al encuentro.

Lakshmana, como quien entra en la oscuridad, penetró en las filas de la innumerable hueste enemiga, que era extremadamente formidable, y ardiendo con sus relucientes armas y sombreada por las densas filas de poderosos carros con estandartes enemigos, se hizo paso entre sus adversarios, siguiendo al hijo de Ravana.

Indrajit estiró su formidable arco y descargó una lluvia de afiladas flechas sobre su oponente. Aquellas flechas que cubrieron el cielo se comparaban con serpientes venenosas, rápidas y dañinas. Lakshmana fue atravesado y herido por aquellos proyectiles, pero no flaqueó en su misión, y muy por el contrario respondió de la misma forma.

Lakshmana tensó su arco celestial hasta su oreja y, cargado con cinco proyectiles disparó en contra de Indrajit, hiriéndole en el pecho. El demonio enfurecido volvió a atravesar a Lakshmana con sus flechas, y así sucesivamente se produjo un espantoso y terrible intercambio de golpes y disparos.

Los dos guerreros lucharon orgullosamente como dos leones hambrientos, sin flaqueza ni piedad. Ninguno mostró debilitamiento o cansancio, pues el combate se mantuvo enérgico y arduo. 

El poder destructivo de Lakshmana fue tan intenso, que destruyó la poderosa coraza de Indrajit. Pero su propia armadura también terminó rompiéndose producto de aquel intercambio, provocando que los dos guerreros comenzaran a sangrar.

Durante mucho tiempo, estos dos valientes guerreros se desgarraron con sus armas afiladas y, en su energía desenfrenada, los dos hábiles combatientes buscaron superarse mutuamente. Ambos acribillados por una masa de flechas, sus corazas y estandartes destrozados, hicieron correr la sangre caliente, como las cascadas cuando sueltan sus torrentes, y con estrépito dejaron caer una espantosa lluvia de proyectiles.

Durante mucho tiempo lucharon sin volverse atrás ni experimentar cansancio alguno. 

Así lucharon durante mucho tiempo sin retroceder en el combate ni ceder al agotamiento.


Mientras tanto, el ejército de osos y monos continuaba menguando las fuerzas de los titanes, abrumándolos con innumerables proyectiles, hachas, picas, lanzas, peñascos y árboles. Hanumān, en una furia exterminadora, aniquiló a miles de titanes, golpeándolos con el pico de una montaña. Luego los monos descubrieron, gracias a Vibhishana, que la mujer asesinada era en realidad una ilusión creada por Indrajit, pero esto no hizo que sus sentimientos de lucha y venganza cambiaran.

En el otro lado del campo de batalla, Indrajit se montó en su precioso carruaje, pero Lakshmana asesinó a sus caballos y a su auriga. En represalia, el hijo del rey demonio descargó diez proyectiles tan iguales a un relámpago, que hicieron temblar al hermano del Señor. 

Los dos guerreros entonces se lanzaron sobre el otro y se abrumaron con afiladas armas. 

La escena se asemejaba a dos planetas colisionando entre sí, pero lógicamente el conflicto no podía ser eterno. Lakshmana invocó el uso de un arma divina, el anjalikastra, y con suma destreza, el hermano del Señor disparó en contra del príncipe, decapitándolo.

Los monos aplaudieron con deleite aquella hazaña, y la noticia se expandió velozmente entre todo el reino del tirano.

Al enterarse del terrible final de su hijo en el campo de batalla, ese toro entre los titanes se desmayó, y solo volvió en sí después de mucho tiempo. Rāma por su parte elogió la hazaña de su hermano, y todos cantaron su victoria.

En represalia por la muerte de Indrajit, los titanes se dispararon en innumerables batallones y carros, iniciando otro terrible conflicto. 

Entonces Rāma, aquel héroe sumamente enérgico, tomando su arco y penetrando en las filas de los titanes, los abrumó con una lluvia de dardos, y cuando entró en sus líneas, como el sol entrando en las nubes, aquellos formidables guerreros a quienes estaba consumiendo con el fuego de sus saetas, no pudieron discernirlo. Y los titanes, viendo las terribles hazañas de aquel héroe tan desastroso para ellos, reconocieron que su autor era Rāma, y ​​como se hace patente el paso de un huracán por un bosque, así, cuando innumerables batallones eran derribados y grandes carros volcados, percibieron que era su obra. 

Y los titanes vieron a su ejército diezmado por flechas, golpeado y aplastado por el poder aniquilador del Señor, y sus movimientos eran tan rápidos que no podían ver los movimientos de Rāma, pareciendo que hubiesen mil de sus clones alrededor.

De hecho, sus movimientos fueron tan increíblemente veloces e indistinguibles, que los demonios comenzaron a matarse entre sí al intentar golpear a Rāma. 

Al final de día, Rāma aniquiló a un total de dieciocho mil elefantes, catorce mil caballeros y doscientos mil titanes a pie.


Ravana volvió por fin al campo de batalla, y acompañado de innumerables huestes demoniacas, comenzó a descargar una terrible avalancha de dardos venenosos, causando serios daños entre las filas enemigas.

Pero Sugriva, blandiendo árboles y acompañado por su tropa de guerreros, le hicieron frente al poderoso tirano. 

Entonces, en ese momento, uno de los comandantes que todavía permanecía vivo, Virupaksha, quien custodiaba el centro del reino, contraatacó a las fuerzas de Sugriva.

Los dos comandantes encarnizaron un cruento combate. 

Acribillado de heridas por las afiladas flechas de los demonios y aullando en rabia, el rey Sugriva se lanzó hacia el titán, que se hallaba en el lomo de un glorioso elefante.

Sugriva se deshizo de la bestia, pero ágilmente, Virupaksha logró desprenderse de su montura y contraatacar al rey mono con su espada, logrando herir gravemente a su enemigo. Con la fuerza de sus múltiples estocadas, la armadura de Sugriva fue destruida y luego fue golpeado a mano limpia por el comandante Virupaksha.

Esto hizo que Sugriva se irritase todavía más, y con la fuerza de sus propios puños logró golpear a su rival en la sien y quebrar su magnífica espada. Entonces, los dos guerreros, cubiertos de sangre, se ensalzaron en una lucha cuerpo a cuerpo y rodaron de un lado a otro emitiendo gritos lastimeros y terribles, como si dos mares se hubieran desbordado. Finalmente, el rey Sugriva logró vencer y matar al terrible tirano.

En ese mismo minuto, el comandante Mahodara estaba provocando una carnicería en las filas de monos, y al ver que Virupaksha fue vencido comenzó a descargar su furia en contra de Sugriva.

Sugriva tomó un enorme peñasco y se lo lanzó a Mahodara, pero el demonio, al ver caer el proyectil, lo partió en mil pedazos a través de sus flechas. Posteriormente le lanzó troncos de árboles, pero también fueron fragmentados por la poderosa ira del titán.

Mahodara tomó una maza, y Sugriva una barra de hierro. Los dos valientes, como verdaderos toros o nubes cargadas de relámpagos, se alzaron en un terrible duelo. Fue tal la furia de los dos contendientes, que las armas terminaron haciéndose añicos, por lo que se vieron obligados a buscar unas nuevas, que también se rompieron. En un rápido movimiento, Mahodara, orgulloso de su fuerza, perforó la pesada cota de malla de Sugriva con una espada, y el arma se partió por el impacto. Pero Sugriva, en un brutal arranque de furia, decapitó a Mahodara.

Dos victorias consecutivas ante dos de los principales soldados del tirano, eran muestra del poderío del rey Vanara.

El comandante del sur, Mahaparshva, volvió a la lucha, estaba vez atacando a las tropas de Angada, quienes fueron acribillados por sus flechas. Mientras tanto, el rey de los osos acudía con sus filas al lugar de los hechos, dándole un contragolpe a los terribles titanes.

Jambavan fue herido por los proyectiles de las fuerzas demoniacas, por lo que Angada entró en un espantoso estado de furia. Entonces, armado con una barra de hierro, y Mahaparshva, blandiendo un hacha, comenzaron a golpearse y a luchar. Tras un rato de intensa lucha, el titán fue golpeado en su corazón por el comandante Angada, cayendo muerto. A partir de entonces, los monos emitieron un rugido de alegría que resonó por todas partes, destrozando las puertas y torres de Lanka.

El ejército de Ravana fue erradicado de todos sus comandantes y desarmado casi en su totalidad.

Entonces, el rey demonio hizo uso de su última carta: la magia negra. Ravana empleó sus armas oscuras y consumió a los monos que encontraba a su paso. Su objetivo era alcanzar a Rāma y a su hermano, llevándose también la mayor cantidad de vidas posibles.

Lakshmana descargó sus proyectiles filosos con suma destreza, los cuales se asemejaban a terribles lenguas de fuego. Pero en su destreza y habilidades oscuras, Ravana detuvo los proyectiles en curso, y luego descargó una lluevia de dardos encima de sus dos enemigos, quienes también detuvieron y desviaron los proyectiles.


Rāma se interpuso ante Ravana y comenzaron un feroz combate, acribillándose mutuamente con una lluvia de proyectiles variados y penetrantes. Ambos guerreros describieron círculos maravillosos alrededor del otro, abrumándose con proyectiles. Todos los seres se apoderaron de terror al presenciar aquel desesperado duelo entre aquellos dos temibles combatientes. El cielo se tornó negro debido a la cantidad innumerable de proyectiles que Rāma y Ravana intercambiaron, y que al momento de caer se asemejaban a violentos relámpagos. 

Entonces, con una mano hábil, Ravana, el Destructor de los Mundos, apuntando a la frente de Rāma, soltó una formidable sucesión de flechas de hierro que impactaron sobre Rāma.

Pero el Señor, recitando una fórmula sagrada y armándose con el arma de Rudra, lleno de ira, tensó su arco divino y con fuerza dejó volar esos proyectiles en rápida sucesión. Pero dichos disparos cayeron al piso sin atravesar la armadura del rey demonio.

Ravana también invocó un arma terrible, descargando una lluvia de flechas afiladas con puntas enormes. Estos proyectiles tenían forma de diversos animales: leones, tigres, garzas, buitres, halcones, chacales, lobos, serpientes de cinco cabezas, jabalíes, perros, burros, gallos, reptiles venenosos y monstruos acuáticos. 

Rāma fue golpeado por aquellos violentos proyectiles pero no flaqueó ante la fuerza del rey demonio. Esta vez, Rāma invocó un arma de fuego terrible, capaz de disparar proyectiles que se asemejaban al sol, a los planetas, a las estrellas y a los meteoritos. Tal era el poder destructivo de aquel artefacto de fuego. 

Entonces, cuando Rāma disparó su arma divina y los soles salieron eyectados: Ravana sintió un miedo terrible, todo a su alrededor colapsó y sus armas fueron destruidas.


Esto hizo que los monos estallaran en gozo y alegría, rindiéndole homenajes a Rāma.

Pero habiendo sido su arma destruida, Ravana, el rey de los Titanes, cuya furia se redobló, instantáneamente invocó otro artefacto destructivo, y la descargó sobre su adversario. Entonces, el daño de su arma fue como si innumerables lanzas, mazas, barras llameantes, mazos, martillos, cadenas, garrotes con púas y rayos del sol golpearan con ira. 

Pero Rāma contraatacó rápidamente y con su arma de fuego volvió descargar aquellos discos solares que salieron con terrible fuerza. Al ser disparados, los rayos de su arma iluminaron el cielo y la tierra. 

El tintineo de aquellos artefactos causó gran terror entre todos los seres del mundo.

Finalmente, los proyectiles de Rāma destruyeron los proyectiles de Ravana, quien resultó perforado, atravesado, quemado y golpeado.

El rey de los demonios se vio obligado a emprender una huida, pero no sin antes disparar a traición en contra de Lakshmana, hiriéndolo de gravedad. Tras ello, Ravana se perdió entre las tempestades creadas por el uso de aquellos artefactos destructivos.

Entonces, al Señor Hanumān se le encomendó la misma tarea que anteriormente había realizado con éxito, salvando tantas vidas: la búsqueda de las hierbas celestiales entre los picos montañosos del Himalaya.

Hanumān se puso en camino y alcanzó rápidamente el lugar en cuestión. Entonces, sacudió la cumbre y arrancó un pico montañoso de raíz. Posteriormente voló a toda velocidad hacia el campo de batalla.


Cuando Hanumān llegó con la montaña, Sushena tomó las plantas y comenzó a preparar la medicina. Lakshmana olisqueó y consumió las hierbas y sus heridas fueron rápidamente sanadas.

Tras ello, Rāma comenzó una persecución en contra del rey demonio.

Ravana huía en su carruaje, pero Rāma, que iba a pie, le dio caza rápidamente, descargándole una lluvia de proyectiles. El demonio contratacó disparando flechas semejantes a relámpagos, pero que Rāma supo eludir. Pronto, el Señor tomó un carro y luchó contra Ravana en igualdad de condiciones. 

En un paroxismo de furia, el titan lanzó un formidable misil sobre su rival. Era un proyectil de bronce que vomitaba llamas abrasadoras y que al impactar se asemejaban a serpientes. Pero Rāma invocó un arma para contrarrestar el daño del demonio.

Ravana descargó un nuevo torrente de proyectiles y acribilló a Rāma, hiriéndolo. 

El semblante de Rāma se tornó furioso, y todos los presentes se llenaron de terror. 

En ese instante, el malvado Ravana, en su furia contra Rāma, tomó una inmensa arma que era tan dura como el diamante, ensordecedora y provista de púas semejantes a los picos montañosos. El titán levantó la punta de aquel artefacto humeante y la disparó en contra del Señor. Al ver ese proyectil en camino, Rāma disparó un misil con suma precisión, interceptando la del titán. La colisión entre ambos objetos provocó un estallido ensordecedor y terrible. Rápidamente, Rāma toma otra de sus armas divinas, similar a una lanza, y la descarga contra el demonio. 

Aquella lanza llameante iluminó el cielo oscuro, pues brillaba como un meteorito. Los caballos del rey demonio fueron atravesados por aquellos disparos, que pronto cayeron sobre Ravana, cuyo cuerpo quedó atravesado y perforado, cubierto de sangre. 

Entonces Rāma le grita al demonio:


“Habiendo llevado a mi consorte en contra de su voluntad, piensas que eres un héroes, pero no. Eres un arrogante desgraciado de naturaleza voluble, y en tu insolencia has invitado a la muerte en tu propia casa. Piensas que has realizado una hazaña memorable, grande y gloriosa, pero no. En breve recibirás una recompensa adecuada por tus actos infames. Te llevaste a Sita como un ladrón. Por suerte, ahora estás ante mí, y hoy con mis armas te arrojaré a la morada de Yama. Hoy tu cabeza con sus deslumbrantes aretes rodará por el polvo en el campo de batalla, en donde será devorada por fieras. Los buitres se abalanzarán sobre tu pecho cuando estés tendido sobre la tierra, oh Ravana, y beberán con avidez la sangre que fluye de las heridas infligidas por mis afiladas flechas. Yaciendo sin vida, las aves de rapiña te arrancarán las entrañas como las águilas destruyen a las serpientes".


Hablando así, el valeroso Rāma, el azote de sus enemigos, cubrió a ese terrible tirano con una lluvia de proyectiles. Al mismo tiempo los monos lapidaron a Ravana con sus rocas y peñascos. 

Pero el rey de los demonios todavía no se rendía. Enfurecido, los dos combatientes se enzarzaron en una matanza mutua y se golpearon el uno con el otro. En carros nuevos recorrieron el campo de batalla mientras se disparaban con innumerables armas que creaban una lluvia de proyectiles. Monos y demonios miraban respetuosa y solemnemente la lucha.

La tierra tembló con sus montañas, bosques y selvas; el orbe del día perdió su brillo y el viento dejó de soplar.

Rāma cargó su arma y logró decapitar al titán, pero inmediatamente creció una cabeza igual a la anterior. A partir de entonces, Ravana fue decapitado 100 veces, y 100 veces surgieron nuevas cabezas.

Ravana abrumó al Señor con una avalancha de mazas y garrotes. Los dos continuaron luchando sin descanso ni irrupción. 

Rāma respondió invocando una nueva arma celestial, el ya mencionado brahmastra, y esta vez la cargó con proyectiles resplandecientes que se componían por la esencia de todos los elementos. El arma estaba envuelta en humo, y era como una serpiente devoradora de hombres, elefantes, caballos y rocas, muy terrible de contemplar. Esta era un arma que sembraba terror, y puso en alerta al universo mismo: todos miraban expectantes y con los pelos de punta. Por si fuera poco, Rāma impregnó una fórmula sagrada en sus proyectiles, y cuando iba a disparar, todos los seres entraron en pánico. 

Entonces, el Señor disparó en contra del rey demonio y lo destrozó. 

Los pocos demonios que lograron prevalecer se vieron consumidos por una aflicción extrema, pues presenciaron la muerte de su rey. Los demonios huyeron en todas direcciones, pero fueron cazados por el ejército de monos, quienes gritaban de alegría, proclamando la victoria de Rāma. Una lluvia de flores cayó del cielo a la tierra, cubriendo el carro del Señor de manera deslumbrante y maravillosa.

La paz reinó sobre todos; los puntos cardinales fueron aquietados; el aire se volvió puro, la tierra dejó de temblar, el viento sopló suavemente y el sol recuperó su esplendor.

En ese instante, Sugriva, Vibhishana, Angada, Lakshmana, y todos los otros comandantes se acercaron felices al Señor, y le ofrecieron con alegría un debido homenaje. 

Titánides y demonesas lamentaron la muerte de su rey y lo lloraron profusamente, pero el clamor de los monos ahogó los lamentos. 

Rāma agradeció los homenajes y las palabras de gratitud de todos aquellos valientes soldados que sobrevivieron a la lucha, y después retornaron felices al campamento que tiempo atrás habían levantado para enfrentar al rey demonio.

En este lugar, Rāma dictó que Vibhishana debía coronarse como rey de Lanka para corregir y mitigar el mal provocado por su hermano mayor. Por orden de Rāma, y asistido por los generales vanara y sus propios consejeros: Vibhishana ascendió al trono y fue instalado como el nuevo rey de Lanka. 

Los titanes y demonios que sobrevivieron al conflicto se inclinaron ante su nuevo rey y juraron obediencia, pues, pese a que luchó en contra de Ravana; Vibhishana era justo, sabio, honesto y ecuánime, además de que la corona le correspondía por sucesión al estar sus sobrinos muertos.

La primera acción de Vibhishana como rey, fue la de permitir que las tropas victoriosas entrasen en la ciudad para recuperar a Sita.

El Señor le encomendó a Hanumān la tarea de adelantarse y encontrar a la joven Diosa con el fin de relatarle los acontecimientos, y así, hacer que perdiera su miedo y terror, pues la guerra había terminado, y con ello, la tiranía de Ravana.

De igual modo, Vibhishana le ordenó a sus sirvientes y sirvientas que acompañaran a Sita para ungirla, cambiarle sus ropas y adornarla con joyas preciosas.

Con el paso de las horas, Sita fue llevada a la presencia del Señor. Al contemplar el semblante de su amado esposo, a quien hacía tanto tiempo que no veía y que era tan radiante como la luna llena, dejó a un lado toda ansiedad y preocupación, tornándose feliz. Su propio rostro se volvió tan claro como el orbe inmaculado de la noche.

Al verla, Rāma dijo:


“Oh Ilustre Princesa, te he vuelto a ganar y mi enemigo ha sido derrotado en el campo de batalla; he logrado todo lo que podía hacer con mi fortaleza; mi ira se ha apaciguado; el insulto y el que lo ofreció han sido borrados por mí, un mortal. Hoy se ha manifestado mi destreza, hoy mis esfuerzos se han visto coronados por el éxito, hoy he cumplido mi voto y soy libre. Como ordenó el destino, la mancha de tu separación y tu secuestro por ese titán de mente voluble ha sido borrada. Hoy Hanumān está recogiendo el fruto de sus gloriosas hazañas, al igual que Sugriva, que es valiente en la guerra y sabio en el consejo. El ejército de monos está recogiendo la cosecha de sus esfuerzos. Vibhishana también está encontrando los frutos de su trabajo, quien vino hacia mí dejando de lado aquel hermano lleno de desvirtudes”.


Tras sus conmovedoras palabras, Rāma sometió a Sita al agnipariksha, la prueba del fuego, para que nadie en el mundo pudiera cuestionar su pureza. 

Todos los presentes estaban pasmados y sorprendidos viendo la escena, pero Sita se acercó tranquilamente a las llamas del fuego y entró en ellas.

La pira no le hizo ningún daño. 

Entonces de los cielos bajó el Señor Brahmā, quien le reveló al joven príncipe la verdad sobre su naturaleza divina.:


"Tú eres el Creador del Universo y el principal versado en la ciencia espiritual. ¿Cómo ignoras que tú mismo eres el Jefe de los Dioses? Tú eres el gran y refulgente Dios Narayana, el afortunado Señor armado con el disco. Eres el Jabalí de un Colmillo, el Conquistador de tus Enemigos en el pasado y el futuro. Eres el Brahman imperecedero, la Existencia Misma que trasciende las tres divisiones del tiempo. Eres la Ley de la Rectitud, el Dios de Cuatro Brazos, el Portador del Arco Sharnga. Eres el Subyugador de los sentidos, el Supremo Purusha; Eres invencible, eres el Portador de la Daga, eres Vishnu, eres Krishna, y eres de un poder inconmensurable. Tú eres el Creador de Indra e Indra mismo. Los grandes y divinos Rishis Te reconocen como su refugio y protector. Eres el Himalaya entre las montañas, la Esencia de los Vedas, el Dios de las Cien Lenguas, el Gran Toro, Tú mismo eres el Creador del Mundo, Svyamprabhu; Eres el Refugio y el Mayor de los Siddhas y Sadhyas; Eres el Sacrificio, la sílaba sagrada 'Vashat' y 'Aum', el más grande de los grandes. Nadie conoce tu origen ni tu fin, ni quién eres en realidad. Estás manifestado en todos los seres; en las vacas y los brahmanes; ¡Tú impregnas todas las regiones, el firmamento, las montañas y los ríos, Tú, el Dios de los Mil Pies, el de las Mil Cabezas y el de Mil Ojos! Eres el sostén de todos los seres y de la tierra. Yo soy tu corazón, y la Madre Sarasvati es tu lengua; los Dioses son los cabellos de Tu cuerpo, pues yo, Brahmā, los creé así. Cuando cierras los ojos es de noche, y cuando los abres es de día. Los Vedas son Tus Samskaras; nada existe fuera de ti; el universo entero es Tu cuerpo, la tierra Tu paciencia; Agni Tu ira, Soma Tu beneficencia, y la marca Shrivatsa es Tu símbolo sagrado. Tú cubriste los Tres Mundos en tres zancadas; Ataste al terrible Vali y estableciste a Mahendra como rey. Sita es Lakshmi y Tú eres Vishnu, Krishna y Prajapati. Fue para matar a Ravana que entraste en un cuerpo humano. Esta tarea que te encomendamos ha sido cumplida, oh Tú, el primero de los que observan su deber. Habiendo caído Ravana, ¿asciendes al cielo con alegría? Tu poder es irresistible, oh Rāma, y ​​tus hazañas nunca son infructuosas. ¡Contemplarte y ofrecerte adoración nunca deja de ser provechoso! No es en vano que los hombres se dediquen a Ti en la tierra. Aquellos que son siempre fieles a Ti, logran alcanzarte. Tú eres el Purusha primigenio. Aquellos que recitan tu gloria, antigua y tradicional, transmitida por los Rishis, nunca sufrirán penas ni derrotas".


En ese minuto el Dios del fuego consumió la pira y extinguió las llamas. Luego toma forma corpórea para manifestarse entre los presentes y llevar a la joven Diosa ante Rāma.


Habiendo ocurrido esto, el Señor, lleno de gloria, se reunió con su amada y experimentó la felicidad que ambos merecían.

El mismísimo Dios Shiva también se manifestó en forma corpórea para felicitar la hazaña del Señor, diciendo:


“Oh Rāma, es bueno para todos los seres que hayas disipado esta profunda y terrible oscuridad creada por Ravana. Ve ahora y consuela con tu presencia al desafortunado Bharata, Kaushalya, Kaikeyi y Sumitra. Gobierna sobre Ayodhya, dando satisfacción a tus innumerables amigos y establece la dinastía de la Raza Ikshvaku. Oh, Poderoso Héroe, habiendo realizado el Sacrificio Ashvamedha y adquirido renombre supremo, habiendo distribuido riqueza entre los brahmanes, alcanzas el estado más elevado".


Entonces, Shiva le concede a Rāma y a su hermano una visión divina del rey Dasharatha. Ambos se inclinaron ante él, a quien vieron parado en un carro volador en lo alto de los cielos, resplandeciendo en su propia refulgencia y vestido con ropas inmaculadas. Con gran deleite, el rey Dasharatha, de pie en su carroza, contempló una vez más a su hijo, que era tan querido para él como su propia vida, y ese guerrero de brazos largos, sentado en su asiento, lo tomó en su regazo, lo abrazó y le dijo:


“Lejos de ti no aprecio el cielo en el que habito con los Dioses, oh Rāma, ¡esta es la verdad! ¡Oh, el más elocuente de los hombres, las palabras que me dirigió Kaikeyi, que estaban diseñadas para efectuar tu destierro, nunca se han borrado de mi corazón! Abrazándote a ti y a Lakshmana soy feliz, y me libero de mi aflicción como el sol cuando la niebla se disipa. Por tu gracia, oh Mi Hijo, tú que eres verdaderamente filial y de alma noble, soy redimido. Ahora me queda claro, oh querido niño, que para destruir a Ravana, los Dioses determinaron que el supremo Purusha se encarnara como hombre. El mundo será en verdad bendecido cuando te vea como rey y gobernante. Deseo verte reunido con Bharata, tu hermano devoto, valiente, puro y leal. Has pasado catorce años en el bosque con mi amada Sita y Lakshmana, oh, querido niño. El plazo de tu exilio ha terminado, tus votos se han cumplido y, además, al matar a Ravana en el campo de batalla, has gratificado a los Dioses. Tu tarea está cumplida; has ganado renombre infinito, oh Asesino de tus enemigos; ahora, instalado como rey, ¡que vivas tú con tus hermanos por un largo tiempo!”


Luego se dirige a Lakshmana:


“Has adquirido un mérito extremo, y tu fama será grande en la tierra; por la gracia de Rāma alcanzarás el cielo y tu poder será inconcebible. Atiende a Rāma y sé feliz, oh Tú, que eres el incrementador del deleite de Sumitra. Rāma está siempre comprometido con el bienestar de todos los seres. Los Tres Mundos, con sus Indras, los Siddhas y los grandes Rishis honran a ese gran héroe y lo adoran como el Purusha supremo. Él, tu hermano, es el Brahman invencible e imperecedero, la esencia del Veda, que es secreto, y el Gobernante Interno de todo, ¡oh, querido niño! Has adquirido gran mérito y gloria sirviéndolo a él y a la Princesa Sita con devoción".


Montado en su carro aéreo, lleno de majestuosidad y con su cuerpo ardiendo en refulgencia, el más destacado de los hombres, después de haber dado su consejo a sus dos hijos y a Sita, regresó a la morada de Indra, el Soberano de los Dioses.

Luego, Shiva se dirige al Señor:


“Oh Rāma, león entre los Hombres, nuestra presencia aquí no debe resultar infructuosa; estamos complacidos contigo; ¡Pide lo que quieras!"


Al escuchar estas magnánimas palabras del bendito Shiva, Rāma, de alma compasiva, le respondió:


“¡Ya que deseas complacerme, oh Jefe de las cenizas, concédeme lo que te pido! Oh, el más elocuente de los oradores, que todos los monos y osos valientes, que por mi causa descendieron a la región de la muerte, resuciten y vivan de nuevo. Deseo ver felices a todos esos monos, que por mí dejaron a sus hijos y esposas, oh Gran Señor. Deseo ver a los jefes vanara y a los osos en toda su energía anterior, libres de sus sufrimientos y de sus heridas, oh Dios Munificente. Que haya flores, raíces y frutos y ríos con agua pura en abundancia dondequiera que se encuentren”.


Shiva responde:


“Difícil de cumplir es esta bendición que anhelas, oh querido Príncipe de los Raghus, pero mis palabras nunca resultan vanas; ¡que así sea! ¡Que todos aquellos que han sido asesinados en batalla por los titanes, los osos y los vanara, cuyas cabezas y brazos han sido cortados, sean resucitados!¡Que esos monos se levanten exaltados, sin dolor ni heridas, en todo su vigor y coraje natural, como durmientes que despiertan al final de la noche, y que se reúnan con sus amigos, parientes y tribus! Oh Tú, el Portador del Gran Arco, que los árboles se llenen de frutas y flores incluso fuera de temporada y los ríos se llenen de agua pura”.


Entonces aquellos excelentes monos, que antes estaban cubiertos de heridas, se levantaron curados, como personas que han estado dormidas, y hubo asombro general entre los monos, que se preguntaban unos a otros, diciendo: '¿Qué es esto?' 

Al ver cumplido su propósito, los Dioses, en un exceso de alegría, se dirigieron unánimemente a Rāma, quien estaba acompañado por Lakshmana, alabándolo y diciendo:


“Ahora regresa a Ayodhya, oh Rey, y que los monos vuelvan a sus tierras. Busca a tu hermano Bharata quien, en el dolor de tu separación, se ha entregado a las penitencias durante años. ¡Acércate a Shatrughna y busca a todas tus madres, oh Azote de Tus Enemigos! ¡Instálate como rey y alegra los corazones de los ciudadanos con tu regreso!”

 

Habiendo hablado así, los Dioses regresaron gozosamente al cielo en sus carros resplandecientes como el sol.

Tras ello, Rāma ordenó que los campamentos se levantasen y así, todos comenzaron el viaje de retorno. Pero en ese momento, Vibhishana se acercó al Señor y le dijo:

 

“¡Haré los arreglos para que llegues a tu ciudad en un día, oh Príncipe! ¡Que la felicidad te acompañe! Hay un carro aéreo llamado Pushpaka que brilla como el sol. Ese carro celestial y maravilloso, que va por todas partes a voluntad, está a vuestra disposición, oh Vosotros de destreza sin igual! Ese coche, brillante como una nube, que te transportará a Ayodhya con total seguridad, está aquí".



El príncipe Rāma abordó el carruaje celestial junto a Sita y su hermano Lakshmana, quienes estaban asombrados por la magnanimidad de aquel vehículo volador.


Antes de partir, Vibhishana le pidió consejo a Rāma, pues deseaba recompensar a todos los guerreros que lucharon en este conflicto, pues además de recuperar a Sita y de ayudar al Señor; despojaron al tirano del control del Reino. Rāma le dijo que debía recompensarlos con joyas y riquezas de todo tipo, distribuyendo piedras preciosas y oro entre todos ellos.

Posteriormente, Sugriva y muchos otros guerreros le preguntaron a Rāma si podían acompañarlo en su viaje hacia Ayodhya, pues tenían la intención de presenciar el regreso y coronación de su Señor. Rāma aceptó gustosamente.

A lo largo del viaje, Rāma le fue mostrando a Sita los diferentes lugares que atravesaban durante la ruta, describiendo también los acontecimientos que allí ocurrieron. Por ejemplo, sobrevolaron los sitios en donde Kumbhakarna, Prahasta, Dhumraksha, Indrajit, Vikata, Virupaksha, Mahaparshva, Mahodara, Atikaya, Kumbha, Nikumbha, Vidyujjihva, y muchos otros; fueron derrotados. Luego sobrevolaron el océano por el que pasó Hanumān, y le mostró el glorioso puente de piedras construido por los vanara. Una vez en la costa, Rāma le describió el bosque en donde acamparon al inicio de la búsqueda, así como el Reino de Kishkindha, el hogar de los monos en donde Sugriva se coronó rey.

Rāma de hecho hizo una pausa en Kishkindha para que las esposas y los familiares de los guerreros vanara pudieran abordar la nave y acompañarlos hacia Ayodhya.

Luego continuaron la ruta, sobrevolando la zona en donde el demonio comedor de hombres, Kabandha, fue derrotado al comienzo de la búsqueda, y también el sitio en donde Jatayu, el valiente buitre, pereció a costa de Ravana.

Al poco tiempo, la nave voladora hizo ingreso a la frontera del Reino de Ayodhya, y todos sus habitantes contemplaron aquella gloriosa llegada.


Los tripulantes fueron recibidos por Bharadvaja, un sabio erudito y asceta quien, sonriendo, les dio la bienvenida.

Entonces, el sabio procede a decir:


"Mirándote vestido con harapos y partiendo a pie, fuiste desterrado de tu reino, renunciando a todo placer. Te mantuviste obediente a tus mandatos y a tu padre, cumpliendo con tu deber. Te marchaste como un Dios expulsado del cielo, y en ese momento me llené de lástima. Luego sólo te alimentaste en el bosque con frutos y raíces, pero ahora, he visto tu propósito. Has triunfado sobre el enemigo y traído la prosperidad. Mi alegría es suprema. Sé todo lo bueno y lo malo que has experimentado mientras morabas en el exilio. Sé del secuestro de Sita y de los conflictos armados contra demonios. Sé tu alianza con Sugriva, sé de la construcción del puente y también de la quema de Lanka. Sé cómo Ravana, orgulloso de su fuerza y poderío, cayó en la lucha con todos sus hijos, parientes, ministros, infantería y caballería. Sé que después de su muerte descendieron los Dioses, y que recibiste una bendición de Ellos. Todas estas cosas las conozco en virtud de mis penitencias, oh, héroe, tú que estás fijo en la virtud. Sabiendo todas estas cosas, hice que mis discípulos llevasen las buenas nuevas en tu reino. Pero antes de entrar al mismo, por favor, acepta el Arghya [ritual de agua]"


Rāma escuchó gustoso las palabras del sabio, e inclinando su cabeza, aceptó con alegría la oblación de agua.

Poniendo de manifiesto la bendición de Shiva, Rāma y el sabio Bharadvaja hicieron que todos los árboles de aquella región dieran frutos, miel y flores fragantes. 

Instantáneamente, aquel lugar se transformó en un paraíso. Los árboles secos dieron fruto; los árboles marchitos se cubrieron en follaje; la flores abrieron sus capullos; y todo goteaba miel por catorce kilómetros a la redonda. Mientras tanto, los vanara allí presentes se regocijaron con aquellos frutos celestiales y, transportados de alegría, imaginaban haber entrado en el cielo.

Posteriormente, Rāma le ordenó al Señor Hanumān que se internara en los bosques de Ayodhya con el fin de encontrar el paradero de su hermano Bharata, quien, alejado de su palacio, se encontraba sumergido en profundas penitencias.

El hábil Hanumān entró en las profundidades de aquel mar verde, y tras un tiempo rastreando a su objetivo, logró encontrar a Bharata. Hanumān le informó lo acontecido al rey asceta, trayéndole aquellas excelentes noticias que maravillaron al pueblo. 

Profundamente conmovido, Bharata comenzó a llorar de alegría, y luego le dio un abrazo al Señor Hanumān.

Así pues, los dos se dirigieron al encuentro con Rāma.

Bharata organizó un festejo para recibir a su hermano. Los altares fueron hermosamente adornados con guirnaldas fragantes, y los músicos entonaron maravillosas melodías. Elefantes y caballos acudieron con estandartes y ocuparon todas las carreteras, y los hogares fueron adornados con muchas flores y adornos multicolor. Todos los comandantes y soldados salieron de sus fuertes y acudieron en hordas, también provistos de estandartes y pendones. Los ancianos y los niños llevaban dulces, y los panegiristas entonaron bellos cánticos. Caracolas, trompetas, gongs y tambores sonaron al unísono, y todos acudieron con prisa y felicidad al encuentro.

Rāma fue aclamado cuando descendió de su carruaje volador, y luego recibió reverencias por parte de todo el reino. Tras él descendió Lakshmana, Sita, Sugriva, Jambavan, Angada, Mainda, Dvivida, Nila, Rishabha, Sushena, Gavaksha, Nala, Vibhishana, Gandhamadana, Sharabha y Panasa, que también fueron recibidos con clamor y entusiasmo.

Luego Bharata se dirigió ante Sugriva y le dijo en forma de agradecimiento:


“Nosotros somos cuatro hermanos de sangre, y tú serás el quinto, oh Sugriva"


Tras ello toma las sandalias de su hermano y personalmente se las puso, diciendo:

 

“Este reino que recibí en depósito, ahora te lo devuelvo en su totalidad. Hoy, desde que te veo como Señor de Ayodhya, el propósito de mi existencia se ha cumplido y mis deseos consumados. Ahora examina tu tesoro, tus almacenes, tu casa y tu ejército; ¡por tu gracia, los he multiplicado por diez!”


Estas palabras, pronunciadas con tanto amor y cariño, provocaron que los monos, osos, y el titán Vibhishana derramaran lágrimas de emoción. 

Posteriormente, Bharata aplaudió las hazañas de su hermano y le entregó la corona y el trono:


“Permite que el universo sea testigo de tu coronación, oh Rāma, tú que eres tan radiante como el sol al mediodía en todo su esplendor".


Entonces, Rāma fue vestido con túnicas preciosas y ataviado con guirnaldas y perfumes. A su presencia se llevó el precioso carro real, y a él subió junto con Sita, Hanumān, Sugriva y su esposa; Rumā.

Un total de nueve mil elefantes se puso a disposición para todos los vanara y osos que se hallaban presentes.

Rāma brillaba con esplendor como la luna entre las estrellas; y, mientras avanzaba por la carretera, precedido por los músicos, era constantemente alabado por una multitud alegre. 

La caravana llegó entonces al palacio real, y ahí Kaushalya, Sumitra y Kaikeyi salieron al encuentro de sus hijos, rindiendo mutuo homenaje. 

A Sugriva se le entregó un palacio de esmeraldas a modo de agradecimiento.

Rāma fue situado en el lugar de la coronación, y entonces, como era la costumbre, se realizó un ritual de agua. Miles de vanaras se dirigieron a los mares y a los ríos de todas las regiones para llenar vasijas con este elemento. Rāma fue rociado con agua pura y ungido por los brahmanes y vírgenes. Los sacerdotes le colocaron las vestiduras reales, una guirnalda dorada compuesta por 100 lotos, y un collar de gemas preciosas. Los músicos entonaron cánticos e hicieron sonar sus instrumentos: bailes y cánticos sonaban por doquier, y un agradable aroma de frutas y perfumes llenó el ambiente.

Rāma abrumó a los comandantes del ejército vanara y de osos con múltiples ofrendas y regalos, por ejemplo: a Sugriva le entregó una corona de oro incrustada con piedras preciosas, a Angada le regaló un par de brazaletes hechos de esmeralda, y así sucesivamente. Todos aquellos valientes guerreros fueron recompensados por su Señor.

Tras ello, Rāma le entrega a Sita un collar de perlas preciosas, diciéndole:


“¡Puedes entregarle este collar a quien te plazca, oh Bella e Ilustre Señora!”


Acto seguido, Sita le entregó el collar al hijo de Vayu, Hanumān, en quien siempre se podía encontrar coraje, fuerza, gloria, habilidad, disciplina, conocimiento, prudencia, audacia y destreza. Ese león entre los monos, adornado con ese collar, lucía tan radiante como una montaña cubierta por el brillo de la luna.

Hanumān agradeció aquel hermoso gesto por parte de la joven Diosa, pero le comunicó que en su pecho ya tenía otra reliquia. En ese momento, Hanumān abrió su propio pecho, y entre las carnes desgarradas se vio una réplica exacta e inmaculada de Rāma y de Sita.

Rāma gobernó la tierra durante 11.000 años, rigiendo con sabiduría y rectitud. Su reinado trajo consigo una felicidad inconmensurable, y su chispa divina fue un bálsamo entre el pueblo, pues durante aquellos 11.000 años no hubo sufrimiento, ni enfermedades, ni llanto ni angustia. La felicidad era universal, y los hombres podían vivir durante milenios. Los árboles dieron frutos y las cosechas fueron ricas y prósperas. No hubo malhechores, ni dolor, ni peligros. El reino fue impregnado por un aura de luz y alegría, pues Rāma reestableció la rueda del Dharma y erradicó la maldad y el pecado.

Después de esos gloriosos 11.000 años de gobierno, en donde imperó la prosperidad y la alegría, vino un santo misterioso al encuentro con el Señor, recordándole que su objetivo en la Tierra estaba completo, y que por lo tanto debía ascender a Vaikunta; la morada suprema y trascendental.

Aquel santo era en realidad una encarnación corpórea del mismísimo Yama, el legislador cósmico y Señor de la muerte. 

Sus palabras fueron:


“¡Tu tarea está cumplida, oh amigo y protector de los mundos! Tú, que destruiste el mal y que despojaste a los mortales de la ilusión. Tú, que engendraste al universo y te diste la tarea de crear el mundo. Tú, que has venido como una forma de Vishnu en virtud y protección de toda la creación. Oh príncipe, rescataste a los mortales de Ravana, y en tu amor por ellos resolviste habitar en persona durante 11.000 años. Tú, nacido de tu propia mente, has completado tu estancia entre los mortales, y es hora de volver a nosotros"


Rāma respondió:


"Dios de Dioses, tus palabras ciertamente me causan un supremo deleite, como también tú venida aquí. Haz conmovido mi corazón. Como bien dijiste, vine por el bien de los mundos; ese fue el propósito de mi ser. Y ahora escuchando tu consejo me iré sin demora. El Gran Señor ha dicho lo que es verdad, debo atender todo lo que concierne a los Dioses bajo mi dominio, ¡Oh Destructor del Universo!”


Entendiendo que Rāma partiría del mundo, su fiel y amado hermano, Lakshmana, se despidió calurosamente, agradeciendo haber dedicado su vida completa al servicio del Señor. Tras ello, Lakshmana fue a meditar a las orillas del río Sarayu. En ese lugar hizo abluciones de agua, y posteriormente entró en un profundo estado trance, cerrando las puertas de sus sentidos. Mientras meditaba se produjo una lluvia de flores, y los mismísimos Dioses lo ascendieron al cielo, siendo recibido por Vishnu. Así, Lakshmana se hizo invisible entre los mortales y fue tomado por Dios.

Triste por la partida de su hermano, Rāma comenzó a realizar los preparativos para abandonar el reino. 

Primero decretó que Bharata debía acceder el trono y ser el nuevo rey de Ayodhya. Pero Bharata, agradeciendo la propuesta, la rechazó, sugiriendo que debían ser los propios hijos de Rāma y Sita quienes tomasen el puesto; Kusha y Lava. Entonces, el Señor aceptó su palabra y dividió su reino en dos partes: norte y sur, y luego les hizo entrega de todos los recursos necesarios para que pudieran regir el país.

En un abrir y cerrar de ojos, el reino se enteró sobre la marcha de Rāma. Miles y miles de personas se congregaron en el palacio para honrar y homenajear al Señor por última vez. De igual modo, fue cuestión de tiempo para que llegaran aglomeraciones de monos, osos y titanes. 

Todos se reunieron para despedir, homenajear y agradecerle al Señor.

En su amor incondicional fueron muchas las personas que decidieron acompañar a Rāma y abandonar la vida física:


“Si te marchas, por favor permite que te acompañemos dondequiera que vayas, oh Señor; si amáis a vuestros fieles permite que junto a nuestros súbditos, esposas e hijos te acompañemos. No importa si te vas a un retiro inaccesible a las profundidades del mar; no debes abandonarnos, llévanos a todos donde quieras ir, Maestro. Este es nuestro deseo supremo, nuestro anhelo más preciado; ¡Siempre será el deleite de nuestros corazones acompañarte, oh Rāma!”


Sugriva era uno de ellos. Al enterarse de la partida de su amigo y Señor, el rey de los vanara adjudicó al trono, y en su lugar instaló al comandante Angada. Shatrughna y Bharata, los hermanos de Rāma, también se unieron al clamor de aquella petición.

El Señor no se opuso a este propósito, permitiendo que lo acompañasen.

Pero a Hanumān le encomendó una tarea en específico:


"Por favor Hanumān, no anules mi voluntad. Tú debes seguir viviendo entre los mortales. Mientras nuestra historia se cuente en el mundo, oh, el más importante entre todos los monos, serás tú quien escuchará y bendecirá aquella alabanza. Recuerda mis palabras".


Acto seguido, Hanumān, asintiendo a la declaración de Rāma, dijo en su deleite:


“Mientras tu historia purificadora circule por el mundo, ¡oh Rāma, permaneceré en la tierra sumido a tu voluntad!”


Luego se dirigió ante Jambavan con las mismas palabras:


“¡Por favor, continúa viviendo en la Tierra hasta que comience Kali Yuga!”


Entonces, Rāma fue seguido por todos sus acompañantes hacia el río Sarayu, tal como rebaños de ovejas detrás del pastor. Con alegría la caravana marchaba a lo largo de la ruta, cantando y dedicándose por completo a contemplar la imagen de aquel Dios entre mortales. Mujeres, ancianos, niños, hombres, sirvientes, monos, titanes y osos, iban dedicados a Rāma.

Allí realizaron los rituales prescritos en las Escrituras, sin omitir nada. El Señor, vestido con fina seda, invocando a Brahmā y recitando los mantras védicos, meditó. Luego un aura resplandeciente cubrió el río, y todos los presentes fueron subidos a los cielos. Rāma les concedió a todos un lugar en el paraíso.


Así es como finaliza la epopeya del Señor.

Esta obra, canalizada por el sabio Valmiki, promueve una larga vida y disipa el pecado y la ignorancia. Rāma está siempre complacido con el que escucha, recita o transcribe esta epopeya, y el que lo haga obtendrá felicidad, salud y conocimiento. Rāma, que es Vishnu, el Eterno, el Dios Primigenio, el Hari, el Narayana, concede sabiduría y derriba los obstáculos. Quienquiera que invoque el Nombre Santo del Señor obtendrá salud, prosperidad, inteligencia y bienaventuranza.


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NOTA FINAL:

Como bien indica el título de la publicación, el presente artículo es apenas un resumen sobre algunos de los acontecimientos que se narran en el Rāmāyaṇa, siendo apenas una gota ínfima de información en el vasto océano de conocimiento que se plasma en cada una de sus páginas originales.

Recordemos que el Rāmāyaṇa es uno de los libros más largos y extensos de la literatura mundial, y por ende, el presente resumen debe tomarse como eso: un resumen para dar conocer la gloria de Rāma. 


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